sábado, 30 de diciembre de 2017

ARTE Y EXPRESIÓN

Una vez más, este blogger carente de perseverancia en sus 'apariciones', se asoma a su ventana en un tiempo para él propicio, especialmente significativo, la Navidad. Y lo hace, de nuevo, con unas reflexiones inspiradas en la representación artística de los temas navideños de dos genios insignes de la pintura, Dominico Greco y Bartolomé Murillo. En ellos resplandece la cercanía al misterio del nacimiento del Hijo de Dios con matices muy diferentes. Eso es lo que me ha llevado a tales consideraciones. 


Dos artistas navideños: EL GRECO Y MURILLO.

Cuando se contempla la obra de los grandes artistas advertimos que cada uno de ellos puede quedar relacionado con diferentes aspectos de la expresión artística, como si se hubiera hecho, en cierto modo, 'especialista' en una dimensión determinada.

Mi familiaridad con la pintura del Greco me ha hecho asociarlo con el misterio y con la vida interior. El Greco, ya lo digo en mi mensaje navideño de este año, es un artista cuyos personajes resultan vibrantes de vitalidad, están 'hablando', expresándose. No hay en ellos una actitud, de alguna manera, estática. Están viviendo en una clave determinada, el asombro, la ternura, la contemplación, el recogimiento o, simplemente, la 'presencia', pero una presencia viva, no 'cristalizada'. Los personajes que asisten al prodigio de la milagrosa sepultura del Señor de Orgaz en las manos de San Agustín y San Esteban, están quietos sin duda, pero sus rostros se encuentran vivos, expresivos; se miran unos a otros o nos miran, como el que se estima autorretrato del artista. 


Caballero, de Entierro del Señor de Orgaz (¿El Greco?)

Así ocurre en toda la obra del ilustre cretense, aunque esa vibración existencial se patentiza más en unos lienzos que en otros. Por ejemplo, como conjunto, en los que compusieron el magno retablo del Colegio de doña María de Aragón, hoy desmembrado, y uno de sus lienzos más bellos (la Adoración de los pastores, donde nos cautiva una casi adolescente doncella María -con la misma modelo que en la extasiada de la Encarnación-), esa pintura sublime se halla 'perdida' en el museo de Bucarest (¡qué delito haber dejado perder tal obra!). 


El Greco. Adoración de los pastores. Museo de Bucarest.



Detalle del anterior. Rostro de la Virgen María

Pues bien, el Greco es el pintor del misterio, pero un misterio 'palpitante'.

Este año a punto de entrar vamos a celebrar un importante centenario, el del nacimiento de uno de los artistas más significativos de la pintura española, Bartolomé Esteban Murillo, tal vez, junto a Zurbarán, el más ilustre del periodo barroco, ya avanzado el siglo XVII.



Murillo: Autorretrato.

Murillo es, igualmente, un pintor cuyos personajes resultan palpitantes, llenos de expresividad. Pero, si atendemos a su temática, podemos considerarlo, además del pintor de la Inmaculada, como el de la Virgen Madre del Niño Jesús. Ahora que nos encontramos en tiempo de Navidad, la figura de Murillo sobresale de modo descollante en el tratamiento de ese tema. La Virgen María, a menudo con un aspecto de mujer de más edad (no mucha, pero sí mayor que, por ejemplo, las vírgenes del Greco, y no digamos de los cuatrocentistas italianos o los alemanes). 

Murillo: Descanso en la huida a Egipto, con ángeles..

María en escenas navideñas: la adoración de los pastores, la huida a Egipto o bien ella sola con el Niño, como la famosa Virgen de la servilleta (en el museo de Sevilla) y, en todo caso, acompañada de ángeles, como la Virgen de la faja.

Estas madres vírgenes murillescas tienen una vibración diferente a las del Greco, tan recogidas, tan contemplativas. Aquí aparecen como madres reales que, o bien muestran su precioso Hijo (Murillo es un pintor de niños realmente genial y delicioso, con una belleza que no logran otros muchos artistas -mencionemos una vez más al Greco, en este caso para advertir su escasa fortuna para pintar infantes-. 

Murillo: Imagen de María en la Sagrada Familia del pajarito

Así como en sus Inmaculadas -salvo la grande- y en otras pinturas de jóvenes doncellas el artista sevillano nos presenta unas preciosas muchachas del pueblo llano, en las vírgenes madres ofrece unas hermosas figuras femeninas, jóvenes pero ya granadas, impregnadas del halo de una maternidad muy humana, sin 'elevaciones místicas'; en Murillo se patentiza como en pocos o casi ningún artista, la realidad de la Encarnación del Verbo, en la que se refleja ese apabullante misterio de la ocultación de la divinidad en la humanidad de Jesús. Y lo mismo en su Madre.



Murillo: Detalle de la adoración de los Magos.

Esta María madre de las escenas murillescas es, sencillamente, una mujer del pueblo sevillano -guapa, eso sin duda- pero trascendida de una humanidad muy cercana, muy, insistamos, 'real', sin que ello signifique que las figuras de otros artistas, como el Greco, son 'ficticias'. Tal vez por ello los lienzos de este gran pintor del barroco andaluz, español, han sido preferidos para reproducciones muy variadas, en gran parte con carácter devocional, o para los hoy desaparecidos 'cristmas' de felicitación navideña, porque expresan una devoción 'cercana', que capta poderosamente la atención del contemplador y le hace vibrar con la consciencia de la proximidad, la presencia inmediata del Dios hecho hombre -y con una madre- en su mundo más personal y diario.        

lunes, 11 de septiembre de 2017

TESORO ESCONDIDO


LA JOYA ESCONDIDA (*)

          El título trae el recuerdo, a quienes tengan cierta familiaridad con los textos evangélicos, de una de las más célebres parábolas de Jesús, la del tesoro escondido en el campo y la perla preciosa. Pero no es ese el referente de nuestro tema. Hace alusión, más bien y simplemente, a algún tesoro que permanece cuidadosamente, incluso, diríamos, celosamente reservado, fuera del fácil acceso para el público en general. Y no es algo que se tiene oculto por un prurito de celosa propiedad, sino, sencillamente, porque su conocimiento no se halla al alcance de la gente. Sólo quienes se adentran en el ámbito donde el tesoro permanece pueden conocer y contemplar (porque este tesoro es más bien un 'objeto de contemplación' que una alharaca altisonante o parte de una secreta parafernalia). No hay tal complicación. Es una realidad que las personas que pueden entrar en un determinado recinto (que ya de por sí es algo excepcional) encuentran perfecta y sencillamente accesible.


Monasterio de Santa Mª del Parral visto desde Segovia

          
Pero, a todo esto, ¿de qué estamos tratando? ¿Cuál es o dónde se encuentra esa joya, si no está tan escondida?. Muy sencillo. Nos referimos a un monasterio, un espléndido monasterio, de los más insignes que hay en España: Santa María del Parral, situado en la misma ciudad de Segovia, en su cinturón exterior a las murallas que todavía en gran parte circundan la monumental ciudad. Mas al reparar en la identidad de este lugar de cualidades singulares, al que ya dedicamos tres ocasiones anteriores, al rememorar lo que ahora pretendemos glosar echamos de ver que más que encabezar este escrito con el término 'joya' debemos decir 'joyero' o 'joyel', porque. no la joya, sino en plural, las joyas escondidas se encuentran en el recinto de este monasterio, en espacios diferentes y, de manera destacada, en su capilla interior, de la que sólo 'disfrutan' los miembros de la comunidad jerónima y los escasos huéspedes que los acompañamos en su diaria jornada.

          Joyel o joyero, exquisito estuche de joyas múltiples constituye el monasterio segoviano. Entrar, como espacio más destacado para inspirar esa imagen en la preciosa capilla interior, situada en el claustro grande, es una experiencia de singular valor.

                  
                  Capilla interior. Cabecera
   
                                                                                        Pies de la capilla interior
         
           La capilla es muy espaciosa y cuenta, como elementos fundamentales con el altar y la sillería, ésta de total sencillez y funcionalidad, dividida en dos espacios, el destinado a los monjes y el resto, en el que nos ubicamos los huéspedes o visitantes que acuden a la celebración del Oficio de las Horas o la Eucaristía. Hay a los pies dos como arcosolios de arquitectura mudéjar, arcos ojivales con gruesa bordura de ladrillo rojo. En su interior se hallan situados dos órganos pequeños, que cumplen la función de armonizar el rezo, siempre cantado, del Oficio Divino. En el centro se hallan tres sillas, la del Prior y una a cada lado. Delante de ellas hay un sillón sobre tarima, para el que preside la celebración eucarística, con otros a cada lado. En un lateral, bajo el triple ventanal doble, de trazado ojival, se sitúa el ambón o atril, en el que se proclama la palabra de Dios. hasta aquí los elementos de un mobiliario básico, necesario en toda capilla de un recinto monástico donde se realiza la vida litúrgica de la comunidad. 



Capilla interior: Crucifijo que la preside (s.XVI)

          Como es lógico, la capilla se halla presidida por un valioso Crucificado de estilo sobriamente renacentista, con la imagen de Cristo muerto en posición muy vertical, sin 'descolgamiento', y la cabeza levemente inclinada hacia delante. Bajo esta imagen, el sagrario; pero éste entra ya en el carácter de joya, la más excelsa de las que pueblan la capilla.

          Porque, nos preguntamos: ¿qué es lo que confiere a este recinto monacal la condición que hemos calificado de 'joyero'? Sin más preámbulos, se debe a la infinidad de preciosos objetos y detalles, muchos de pequeño tamaño, que cubren paredes o descansan sobre mesas, consolas (ya éstas, por su belleza antigua, son calificables como joyas), en las diversas dependencias del monasterio. Este singular fenómeno se debe a una circunstancia histórica respecto a la ilustre Orden de San Jerónimo, que habita el recinto monacal, aunque no es su propietaria, pues el monumento histórico-artístico pertenece al Patrimonio del Estado desde la restauración de la Orden a comienzos del pasado siglo.

          Entremos en detalle. Sin extendernos en aspectos históricos, que han sido expuestos en otros 'capítulos' de este blogg, digamos que desde la 'resurrección' y expansión en España de la Orden jerónima, por obra del beato Manuel de la Sagrada Familia y la ilustre abadesa, madre Cristina de Arteaga y Falguera, la rama masculina de aquella logró establecer comunidades en tres antiguos monasterios que fueron de la misma Orden: El Parral, en Segovia; Yuste, en Cáceres, Santiponce, en Sevilla y, como nuevo, Javea, en Valencia. La escasez de vocaciones ha obligado a ir reduciendo presencia, y actualmente sólo permanece en el emblemático monasterio del Parral una reducida comunidad, en gran parte con miembros de precaria salud (sólo en el año en curso de 2017, han fallecido dos monjes, uno de ellos, fray Ignacio de Madrid, figura de histórica relevancia en el moderno periodo de la Orden.


Valiosa imagen de San Jerónimo penitente, que procede del monasterio de Yuste

          Es, precisamente, debido a esta reducción de recintos, con el traslado de los bienes que se podían transportar al monasterio del Parral lo que ido reuniendo en el mismo multitud de imágenes, pinturas y los más diversos objetos, todos ellos de una belleza notable, y ha dado lugar a que en el Parral se muestren muchas de tales joyas, que convierten al monasterio en un auténtico joyero, pero oculto, escondido para la mayoría de quienes no se encuentran en el recinto monacal, pues la visita turística se limita al gran vestíbulo de entrada y pequeño claustro subsiguiente. 


                                      Capilla interior: Bajorrelieve en óvalo y dos iconos
          
Pero, vayamos al 'meollo' de nuestro objetivo: El joyero contiene el mayor número de preciosos objetos en la capilla interior, en la que se desarrolla, como hemos dicho, la actividad litúrgica de la comunidad jerónima. Con el transcurso del tiempo, en sucesivas estancia hemos podido observar cómo han ido aumentando las más variados figuras, desde imágenes de tamaña poco menor del natural hasta iconos, candelabros, pinturas, medallones con imaginería tallada (tal vez procedentes de antiguos retablos desaparecidos) y un largo etcétera que no precisamos para no incurrir en reiteración. 



Capilla interior: Indicación del lugar como coro

      El resultado es que a la primitiva desnudez de las pareces ha sucedido una gran profusión de objetos que no tiene sólo un carácter de adorno decorativo: los hay que cumplen una función. como, por ejemplo, los apliques de madera dorada, que en su parte superior representan cabezas de águila y tienen soporte para dos velas, ambos tienen una leyenda en su cuerpo central que indica: "Hic est chorus" (Este es el coro). Tales apliques figuran efectivamente, a cada lado de la capilla, por encima de la sillería que cubre la casi totalidad del espacio. Es sólo un ejemplo entre los muy variados objetos. 



                 Capilla interior: el ambón 


                                                                                Capilla interior: Lugar de la Biblia

        Otro elemento que destaca por su belleza es el ambón desde el que se proclama la palabra de Dios, tanto en la eucaristía como en las lecturas breves del Oficio de las Horas, Está habitualmente cubierto por un paño de hombros que varias según el color del Oficio litúrgico que corresponda. A su lado figura una mesa también cubierta con paño de damasco sobre la cual, en un atril, se encuentra colocada una Biblia abierta; por detrás rodean ese reducido espacio pequeños cuadritos de marco de plata y lo flanquean dos candelabros que se encienden en las celebraciones.





                                       Capilla interior: Imágenes de Santa Paula y San Jerónimo

          La capilla está iluminada por focos eléctricos de tipo led y por una gran lámpara de sencilla forma que cuelga del centro del artesonado. Pero, además, durante el día, la luz del exterior penetra por tres ventanales de forma ojival, los dos laterales de dos vanos y el central de tres. Delante de éste figura una imagen de Santa Paula, la eminente discípula de San Jerónimo, promotora de comunidades monásticas femeninas en Belén y su entorno, donde residía el santo exegeta, que en sus últimos años, tras su estancia en Roma como secretario del papa San Dámaso, practicaba allí también vida monacal de estilo casi eremítico (así lo ha representado la abundante iconografía dedicada a este santo, aunque añadiendo siempre la vestimenta escarlata de cardenal, cargo que no existía entonces). Del propio San Jerónimo se encuentra una espléndida imagen, semidespojado de tal indumentaria, al lado derecho del Crucificado que preside la capilla en una amplia y poco honda hornacina de fondo cubierto con damasco de color rojizo. Y a la izquierda del mismo Cristo, en una pequeña hornacina de madera tallada, se encuentra la insigne y antigua imagen de la Virgen del Parral, una pequeña figura románica de Virgen sedente, con Niño Salvador en sus rodillas. Es una valiosa talla de rasgos un tanto inexpresivos, aunque serena y apacible. 




Santa María del Parral, titular del monasterio (s. XIII)

          Esta imagen es la que se veneraba en una ermita exterior a Segovia, en plena Edad Media, bajo una frondosa parra que, según el P. Sigüenza, gran historiado de la Orden Jerónima, daba "huvas harto sabrosas", de las que él cogió varios años. La ermita y todo su entorno, propiedad del cabildo catedral de la ciudad, se compró por deseo de Enrique IV, entonces todavía príncipe heredero de Juan II, para construir en ese extenso terreno el monasterio que recibió el título de la Imagen. Y ante ella, con resto de la capilla a oscuras, se canta, en su latina versión gregoriana, la Salve con la que culmina el Oficio de Completas.

          El altar es una pieza pétrea de gran tamaño, exenta, y se cubre con los manteles que exige la liturgia del día, sobre los cuales se coloca un gran paño de tejido adamascado. Bajo la meritoria imagen de Cristo se encuentra el Sagrario, una estructura constituido por una hermosa pieza de orfebrería barroca sobre pedestal, que tiene a cada lado unos jarrones dorados, también de vistosa orfebrería. 



Capilla interior; Sagrario flanqueado por jarrones de orfebrería

        En las celebraciones se encienden los gruesos cirios colocados en candelabros de pie, dos a cada lado del altar y otros dos ante las imágenes de la Virgen y San Jerónimo.




Flores ante la Virgen del Parral y macizo floral en el jardín
         
          El adorno floral es generoso, como puede apreciarse en la fotografía del ambón, y llega a la exuberancia en los días festivos, con jarrones delante del altar y ante las imágenes principales. como la de de la Virgen titular. Para ello cuentan en el gran jardín-huerta del monasterio con extensas masas de las más diversas flores que aportan su colorida belleza al conjunto y a los adornos de la capilla y la iglesia mayor, donde también se colocan para la misa solemne de domingos y festividades, jarrones que se trasladan después a la capilla interior y que de igual modo se colocan ante la bellísima imagen mariana que luce en un rincón del claustro, cerca del refectorio y ante las sencillas losas que cubren las actuales sepulturas de los monjes, sin epitafio ni nombre alguno.



Pequeña capilla colgada en un rincón del claustro e imagen de la Virgen, adornada de plantas 
          
      Mas no sólo en la referida capilla interior encontramos detalles preciosos. Otras dependencias del cenobio lucen objetos de fina belleza. Salas de reuniones, locutorios e incluso un espacio tan secundario como es reducido vestíbulo que da acceso a una sala y donde se halla la puerta del ascensor que conduce a los pisos superiores, se encuentran adornados con cuadritos y relieves, así como muebles antiguos, tal vez procedentes de algún regalo familiar.



"Reliquias-joya" en una dependencia 

       Así como el largo pasillo de la hospedería, en la 2ª planta, se adereza con muebles, arcones y objetos diversos, alguno de originalidad tan singular como una pequeña vitrina en cuyo interior se ha reproducido una ingeniosa cueva de Belén, de rocalla, donde hace su ejercicio de penitencia un San Jerónimo, ante el Crucifijo y la calavera. La cavidad se ilumina con luz de anclaje invisible. El pequeño, digamos, relicario iconográfico es de una lindeza y perfección tal en todos sus detalles que cautiva la atención del que pasa por delante e invita a la contemplación del memorable santo eremita.
        
                       
                                             
                                                     Pequeña gruta con San Jerónimo

          Y, con referencia a este exquisito detalle, hay que reseñar que en el diverso y variado conjunto de elementos llamemos 'devocionales' que se encuentran en todo el monasterio, la imagen del Santo Patrono de la Orden se lleva la primacía de una manera casi abrumadora: Pequeñas capillas iluminadas por claustros y estancias, así como imágenes exentas del más vario tamaño y figuración encontramos en todas y cada una de las dependencias, sacras y de uso digamos 'doméstico', del monasterio segoviano, con una notoria diferencia respecto a monasterios de otras órdenes. Si acaso, podríamos mencionar la cierta profusión de imágenes de San Benito y Santo Domingo de Silos en el monasterio que lleva el nombre del último, su refundador ilustre, mas sin llegar a la abundancia de la imaginería jeronimiana que hallamos en el Parral.


Sala de reuniones, que preside un Crucifijo del s. XIV, e Inmaculada en el rincón

          En conclusión, este venerable recinto monacal reúne tal cúmulo de excelencias del más diverso carácter, tal como glosamos en pasadas entradas de este blogg el pasado año, a las que hemos querido añadir estos comentario de tan singular cualidad como implica su cuidado y bellísimo exorno con infinidad de preciosos detalles ornamentales; un tal conjunto de cualidades, que no agobian sino que hacen más grata la estancia del huésped. A ello debemos añadir la excepcional predominancia del silencio como rasgo ambiental. Todo lo cual hace del monasterio de Santa María del Parral lugar idóneo, como pocos, para vivir una estimulante y regeneradora experiencia de hondo recogimiento y contemplación. Una auténtica gracia de Dios.  

(*) La abundancia de fotografías es una breve selección para testimoniar lo que narra el texto.

jueves, 31 de agosto de 2017

NOSTALGIA


IMÁGENES DE MELANCOLÍA

DESDE LA LEJANA ANDALUCÍA, CON NOSTALGIA DE SANTANDER, EN AGOSTO



La bruma se ha adueñado del ambiente, flota sobre el mar de la bahía santanderina en una tarde de agosto. La línea de las opuestas montañas, Peña Cabarga, Solares y los más lejanos, sólo visibles en días de cielo transparente, ha quedado oculta por la niebla, que se posa en el mar y difumina la imagen de las ligeras naves y hasta el próximo velero de tres palos, testimonio orgulloso de algún ricacho fardón. Pero esto no importa. Lo sugestivamente bello es el desdibujamiento de las formas de naves y estelas espumantes dejadas por el veloz paso de rápidas lanchas, con un fondo de espesa niebla.

Imagen de melancolía, como el sentimiento brumoso del espíritu inundado de nostalgias y ansiedades, que borran su huella gracias a la contemplación de esta belleza desflecada. Todo invita a quedar absorto en la elevada terraza, donde el panorama se abre a horizontes de mágica profundidad, hoy empañada por la pátina de la bruma. Sobre las demás embarcaciones, que surcan ligeras la serena superficie del agua, en una bulliciosa procesión marinera de la Virgen del Carmen, destaca la gallarda silueta del soberbio velero, posado con indiferencia hacia la multitud de menores embarcaciones que lo rodean. Es también como una llamada a disfrutar una desconocida experiencia: pasear sin prisa por la estilizada cubierta mientras alrededor bulle el festivo jolgorio de la devoción a la Virgen marinera.




El espíritu, en la contemplación sosegada de estas evocadoras imágenes, que permanecerán indelebles por el registro de la cámara fotográfica, se expande en el descanso que despierta el recuerdo, con nostalgia, y hace brotar el sentimiento en sugerentes versos, fruto de esta visión serena, calmada, de la ancha y profunda bahía de Santander en un atardecer nimbado de nubes y brumosos celajes, visión que encierra la la remembranza de este prodigio en un verano en el que no he tenido el privilegio de hallarme ante la perspectiva de su maravillosa belleza. Versos como desflecados, envueltos en la bruma de la nostalgia:

Melancolía, cadencia nebulosa,
brumosa imagen de tristeza humana,
nimbada por el eco
de sublimes adagios mahlerianos
que hablan de ternura acariciante
en íntimo silencio,
como vuelo suave de unas alas
que nos rozan sin prisa ni apetitos,
sólo amor sonriente
que hace olvidar desdichas y sombrías
voces intempestivas.

Brumosa soledad en compañía
de un ser inalcanzable,
que se esfuma en la niebla,
como el grácil velero
de esbelta silueta, reposado
entre el fragor festivo de las barcas
que dibujan estelas espumantes
sobre la superficie
del mar bajo las nubes,
y en la extensa planicie de las aguas
de la abierta bahía santanderina.

Belleza inmarchitable,
señuelo de vital melancolía,
que inunda con su bruma los espacios
del sosegado espíritu,
con recuerdo de extensos horizontes
contemplados en calma, sobre el tiempo.


miércoles, 30 de agosto de 2017

MEMORIA INOLVIDABLE

DE NUEVO AQUÍ

Debo comenzar esta entrada reconociendo que soy un blogger bastante informal. Desde el pasado mes de marzo no me he asomado a esta ventana. No voy a justificarme, amigo lector. Acepta mis disculpas y prosigue. Hay temas que permitirán cierta continuidad. Mas deseo reintegrarme a mi 'ventana' con el recuerdo de una persona que ha partido de este mundo y constituye uno de los integrantes de mis reducido conjunto de personas con las que he mantenido una relación de permanente afecto, en gran medida por hacerse mantenido esta amistad gracias a un componente sublime, la gran música. Por ello, esta vez las ilustraciones se centran en las figuras de los tres grande que se conocen en este mundillo con "Las tres B: Bach, Beethoven, Brahms. A él va dedicado esta glosa del sentido de la amistad. Y a ti, lector amable. mi saludo cordial.

LA AMISTAD


"Quien encuentra un amigo, encuentra un tesoro", dice un aforismo casi popular. Y quien lo pierde, ¿qué? Cuando se rompen esos lazos sobrehumanos, en que consiste la auténtica amistad, vinculación hecha de mutuo afecto y espontánea dedicación sin intereses utilitarios, entonces algo muy hondo se desgarra en el alma. Y si la amistad se ha forjado en la comunión de dos campos de realidad del máximo nivel, como son la fe y la música (la gran música, está claro), la hondura de la herida se hace más 'punzante' y desgarradora.

Bajo el sonido de la tal vez más sublime obra (así lo siente este autor) referida al mundo de la muerte y la vida eterna, como es el Requiem de Gabriel Fauré, dedico esta reflexión acerca de la amistad al recuerdo de una de las muy escasas que he tenido la fortuna (en sentido creyente se diría la 'gracia') de encontrar a lo largo de mi vida. Una de las muy antiguas amistades, de más de setenta años de duración, que ha permanecido a pesar de la distancia en el tiempo y el espacio, acaba de troncharse a causa de la muerte de Antonio, desde hace tiempo lejos de su Andalucía, en Zaragoza nada menos, pero relación renovada en encuentros escasos y fugaces, por obra del espíritu expansivo y cordial (de 'corde', corazón) de Antonio, que nos convocaba en la Sevilla de mi antigua residencia a los amigos 'de siempre'.


BEETHOVEN

Antonio, amistad forjada y fraguada con el nexo indestructible de la gran música, hasta el punto de hacer de uno de los acordes iniciales de la quinta sinfonía de Beethoven el tema (silbado) para llamarnos en nuestro diario encuentro. Miembros, junto a otro amigo, del orfeón de nuestra tierra, compañeros de paseo de cada día y de otras tres chavalas que cantaban en el mismo coro.



JUAN SEBASTIÁN BACH 

Luego, la vida nos separó totalmente en el espacio y cada uno desarrolló su profesión en diferentes lugares y ciudades, pero manteniendo vivo el recuerdo y el cariño. Al cabo de los años reapareció Antonio desde Zaragoza, en una situación existencia muy diferente de la que había tenido hasta entonces en su vida... Una auténtica aventura del más delicioso sentido: el encuentro con una mujer de enorme afinidad vital que, como un hallazgo venido del cielo, ha constituido el nexo de absoluta integración de vida. Profesora ella de piano, han sido una unidad existencial en el mejor sentido del término. A veces me enviaba una carta en la que siempre había una noticia del común viaje a centros musicales de primer orden, Salzburgo, Munich, Berlín, a donde iban a o habían asistido a un acontecimiento musical de primer orden, el Oratorio de Navidad, de Bach, por ejemplo, en Munich (el 'padre' Bach era su debilidad) u otro concierto de algún famoso festival europeo. Una envidia, no sé si sana o pecadora, me invadía, pero no sólo por el disfrute que podían tener Antonio y Mª Jesús, sino por cómo ese disfrute era vivido en comunión profunda de una 'conyugalidad' excepcionalmente sentida... El matrimonio había llegado en ellos al estado de sublimación e identidad vital y espiritual que lo convierte en una realidad de suprema riqueza, algo de suma infrecuencia en este tiempo de la tan publicada 'violencia de género', tragedia de complejas motivaciones, frecuentemente ignoradas por los jueces y, mucho más, por los vociferantes del progresismo populista. El estado relacional de esta pareja ha sido el reverso de la moneda, la réplica viviente de tanto desacuerdo y 'vidas paralelas', de cariz mucho más valioso que devotas recomendaciones de 'mutua aceptación'.

Ha partido Antonio hacia ese mundo desconocido, enigmático, que la fe cristiana intenta explicar de modo siempre insuficiente, y Mª Jesús habrá de hallar fuerza en la compañía invisible de quien tanto la ha querido y a quien tanto ha querido y dedicado ella su ternura, energía vital y densidad de intereses. Una de las fórmulas clásicas del compromiso matrimonial pone el término del mismo en el acontecimiento de la muerte. Dice así: "hasta que la muerte nos separe" ¿Puede afirmarse esto de María Jesús y Antonio? Tal integración  vital y afectiva, ¿puede imaginarse que va a cesar a causa de esa ruptura? Separación perceptible puede darse, pero 'desunión' de vidas no es comprensible. Pero estamos ante el misterio. Ese enigma de la muerte y, aún más, de la vida ultraterrena, donde todo es esperar una plenitud que no acaba de llegar, y cuya ignorancia, por su condición misteriosa, hemos de llenar con esa 'virtud para caminantes por el desierto', que es la esperanza, a menudo vacilante, como la débil llama de una vieja lucerna, porque ese insondable misterio nos desazona y cuestiona, ese fatal 'hachazo' no puede romper uniones con esta. Que la fe supla la precariedad del vulnerable sentimiento, y nos asista el no menos misterioso Dios, junto a esa mujer excelsa que es la madre del Hijo encarnado, María; que ellos nos ayuden a mantenernos de pie durante este transito por la 'cañada oscura', como afirma el salmo 22: "tu vara y tu cayado me sosiegan".


BRAHMS

Concluyamos estos párrafos con el texto de la séptima parte de otra obra sinfónico-coral, el Requiem Alemán, de Brahms, que constituye, con textos bíblicos escogidos por el compositor, una profunda meditación sobre la vida eterna, horizonte hacia el que es necesario mirar y donde Antonio creemos que ahora se encuentra. Es la parte más serena de esa gran cantata, como cierre de oro, que glosa uno de los párrafos más esperanzadores del gran libro de la esperanza cristiana, el Apocalipsis de San Juan.
            Y reza así:

Dichosos los muertos
que mueren en el Señor.
Sí, dice el Espíritu, desde ahora
que descansen de sus fatigas,
pues sus obras los acompañan.

(Apocalipsis 14, 13)       

martes, 28 de marzo de 2017

MAESTRÍA EXPRESIVA DEL GRECO


DESPEDIDA Y MISIÓN

Singular pintura del Greco

El subtítulo puede despertar un claro interrogante: Pero ¿hay algún lienzo del Greco, en su gran época hispano-toledana, que no sea singular?

El más cualificado biógrafo actual del Greco, Fernando Marías, subtitula su exhaustivo estudio sobre el genio cretense con términos de cierta sospecha:  "Biografía de un pintor extravagante". ¿En qué o dónde reside esa 'extravagancia'? Ciertamente, en múltiples aspectos, que hacen del Greco un personaje, mejor, una personalidad que desborda los esquemas acostumbrados, sobre todo en la época que le cupo vivir. Disconforme, sin importarle agradar o no, incluso a elevados personajes (lo que le granjeó el rechazo de Felipe II para pintar el retablo de la iglesia de El Escorial), precursor de estilos artísticos que tardarían siglos en llegar (el impresionismo), expresivo a su manera, pero ¡qué expresividad tan novedosa!, tan fuera de lo que se estimaba 'buena forma' en dicha época y aún en casi todas, hasta suscitar sospechas de defecto visual en comentaristas modernos.

Pero no deseamos entrar en consideraciones generales sobre este inigualable artista (aunque su hijo Jorge Manuel y su fiel discípulo Luis Tristán se esforzaran en seguir su huella, con las evidentes limitaciones que muestran sus obras). Nuestra intención es comentar una de las pinturas más singulares del cretense; sí, más singulares, hasta el punto de que incluso sus dos réplicas no llegan a expresar el 'mensaje' que nos transmite tan excepcional lienzo, desgraciadamente fuera de España, en Chicago, y ni siquiera en un museo, sino en una colección particular. Por fortuna pudimos admirarlo en una de las formidables exposiciones que se celebraron en Toledo durante el 'año jubilar', el IV Centenario de la muerte del pintor, 2014. Y vamos con ello, para 'desgranar' y analizar a fondo los detalles  que confieren a esta obra su maravillosa singularidad. Aquí, por excelencia, hallamos las cualidades que hacen del Greco un supremo maestro de la expresividad humana.

"Despedida de Cristo y su Madre"


Despedida de Cristo y su Madre (versión 1585-1590). 
Hoy en Chicago (USA), colec. partic.

Este es el título del lienzo, realizado entre 1585 y 1590, es decir, en época de plena madurez artística, e intelectual, debemos añadir, del insigne Domenico Teotocopuli. Lo pintó por encargo de las religiosas Jerónimas de Toledo. La pintura representa un momento de la vida de Jesús que no consta el los textos evangélicos y proviene de los apócrifos glosados por la devoción popular de aquel tiempo. El tema del "Santo despedimiento de Jesús" brilló por breve tiempo en la piedad prebarroca, y fue incluso advocación de alguna cofradía penitencial en Sevilla. Podríamos pensar que esta despedida es la que pudo preceder a la marcha de Jesús del hogar de Nazaret, al cabo de unos treinta años, para emprender su misión evangelizadora. Pero no, la despedida que glosan los maestros espirituales lo es para encaminarse a su dolorosa Pasión, momento mucho más trascendental y propio para un acto de este carácter, por su connotación dolorosa, aunque, si para emprender su vida pública puede imaginarse que existiera tal despedida, nos parece muy improbable que, dadas las condiciones en que se desarrollaba la vida de Jesús en sus últimos meses, hubiera oportunidad para ese encuentro con María, su Madre. Mas la piedad de aquella época no paraba en tales probabilidades; si la predicación devota estimulaba tales sentimientos, el pueblo se implicaba sin reparos. No obstante, la devoción hacia semejante pasaje de la vida de Jesús y María, sin el menor apoyo evangélico, decayó pronto, en lo cual pudo tener no pequeño influjo la seriedad que los decretos de Trento introdujo en el mundo de creencias de entonces, poniendo coto a sucesos más imaginados que reales y sabidos.

Si reflexionamos sobre este misterio, visto en clave de despedida para iniciar la vida pública, al dirigirse al Jordán para ser bautizado por Juan y pasar seguidamente su experiencia de ayuno en el desierto, nos podríamos preguntar cómo se pudo ir formando esa conciencia de 'misión' en el ánimo y el psiquismo de Jesús. En el hogar y taller de Nazaret pasó hasta los treinta años, si atendemos al dato que nos aporta el evangelista Lucas (Lc 3, 24). Carecemos de información al respecto, salvo la escueta indicación del mismo Lucas: "Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombre" (Lc 2, 52), pero sí sabemos de algunos hábitos de Jesús que, sin duda, se desarrollaron en sus años de Nazaret, como parte de ese 'crecimiento' en sabiduría. En concreto, su costumbre de retirarse, tal vez diariamente, al campo, a lugar despoblado, para orar. No estamos sólo ante la actitud propia de un judío piadoso, sino algo en cuya vivencia se establecería una comunicación profunda con Dios.

El Greco: Rostro de Cristo

¿Se abre en estos cotidianos tiempos de oración la conciencia de su filialidad divina y de la misión de ofrecer a su pueblo (en sentido amplio, no de Nazaret), el reino de Dios? Profundo misterio, pero lo que consta es que su actividad, pasado el bautismo y retiro en el desierto está dominada por el mensaje de la llegada de ese reino misterioso. La acción misionera de Jesús, tras un inicial y breve periodo de lo que pudiéramos llamar 'exito de multitudes', conocerá el terrible desengaño de un creciente rechazo, que culmina en su muerte. Por tanto, es una misión que comienza a ser dolorosa. Esta es la situación existencial a la que se dispone en el momento de despedirse de su Madre. Pero no es esta la ocasión de abundar en estas cuestiones de interpretación bíblica. Estamos comentando una pintura del Greco que tiene como tema una despedida de Jesús de María, su Madre.

La devoción a ese momento de la vida del Señor nos procuró una de las pinturas de la mayor expresividad entre las muy expresivas que salieron de las manos del Greco. Según la descripción de un predicador de entonces, Alonso de Villegas, el momento que el cuadro representa se dio entre Jesús y María antes de iniciarse la Pasión: "Se despidió de su Madre, pidiéndole licencia para padecer, con tanto sentimiento de los dos cuanto era el amor que tenían, y era el negocio al que iba dificultoso y trabajoso" 


Despedida de Cristo y su Madre (1ª versión, 1578)

(Se nos ocurre comentar que el párrafo no puede ser más absurdo e irreal el supuesto, a poco que conozcamos la vida y actitudes de Jesús, si nos atenemos a la fuente evangélica. ¿Es imaginable que pudiera pedir Jesús licencia -¡permiso!- a su Madre para emprender el camino de su Pasión, si a los doce años se había atrevido a quedarse en Jerusalén a departir con escribas y doctores de la Ley? Pero así de rebuscada era la mentalidad y piedad de entonces).

En cualquier caso, el Greco recibió encargo de representar ese paso y lo resolvió con esta sencilla escena, de suma simplicidad compositiva, pero de gran expresividad, en especial si nos centramos en la pintura realizada para el monasterio de monjas Jerónimas de Toledo. De no haber ejecutado este lienzo, que 'emigró', por desgracia, a Chicago, las otras versiones, con ser pinturas de calidad, no habrían alcanzado el valor de este otro, por su maestría compositiva, finura de dibujo, matices de discreto impresionismo y, en especial, por la riqueza emocional que expresan los personajes, para lo cual el Greco utiliza los dos 'factores' más destacados en su genial capacidad para expresar la vida interior: los ojos, es decir, la mirada, y las manos, el modo cómo éstas se 'comportan' en la relación interpersonal de las figuras representadas.

De las otras versiones, hasta cuatro según la guía de la exposición "EL Greco, arte y oficio" (Toledo, septiembre-diciembre de 2014), se expusieron sólo dos, una de ellas, anterior a la que comentaremos, fue pintada hacia 1578. La otra, de 1595, sí es réplica, pero pertenece al taller del artista y se completó en el s. XVIII. 


Despedida de Cristo y su Madre (1595)
(El Greco y taller)

En estas composiciones la mano derecha de Jesús, con el índice apuntando al cielo y gesto sereno y serio, muestra lo esencial del 'mensaje' de la escena. Parece decir Jesús, si recordamos la interpretación del clérigo, algo así como: "Madre, debo partir para realizar lo más decisivo de mi misión", mientras María, con el rostro descubierto y dejando ver el inicio del cabello bajo el manto, fija la mirada en su Hijo con toda atención y esboza una leve sonrisa (en el lienzo más antiguo -1578-). En éste falta la mano derecha de la Virgen sobre el pecho, mientras aquel inicio de sonrisa desaparece en el posterior (1595), en el que sí se incluye la mano, lo que indica ser copia del pintado para las Jerónimas. 

Porque al realizar este encargo la inspiración del Greco brilló a una altura inigualable respecto a las otras dos versiones, y veremos por qué. ¿Pudo tener el artista uno de esos momentos existenciales que determinaron la enorme calidad expresiva de esta pintura, digna de una gestión bien hecha que permitiera recuperarla?. Nos parece una obra de valor inapreciable, pero nunca sabremos qué vivencia pudo influir en el acierto de la expresividad de estas figuras. Entramos en nuestro análisis.

Ante todo y como impresión de conjunto debemos mencionar la suavidad del colorido, aunque en tonos más oscuros, frente a unas tonalidades más rojizas, algo más brillantes, de los otros dos cuadros.

DESPEDIDA: Detalle del cielo 

De igual modo, el fondo (esos cielos de celajes cambiantes entre los grises, blancos y azulados) es aquí mucho más rico, a la vez que suave, en su evanescente aspecto. El dibujo alcanza también la finura de ejecución propia de los más acabados lienzos del cretense y hallamos algunos de esos detalles que han hecho del Greco el precursor del impresionismo: los leves trazos que marcan dobleces del manto de Jesús y María.

DESPEDIDA: Plegado del manto


Mas, sobre todo, la expresividad que vibra en la relación de los dos personajes nos evidencia a un artista en sus mejores momentos. La escena, como en las otras versiones, nos ofrece a dos personas, Jesús y María, que en su relación trasminan una emotividad exquisitamente serena, controlada sin el menor esfuerzo o tensión, a la vez que flota una fina ternura que raramente encontramos en otras pinturas del Greco. Todo el mensaje, el diálogo implícito entre Madre e Hijo, es sosegadamente manifestado y asumido.


DESPEDIDA: Miradas de Jesús y María

Comencemos por la Virgen. María aparece cubierta por completo con manto oscuro, a diferencia de las otras dos versiones citadas, de modo que sólo se muestra el perfil de la mitad delantera del rostro, contrastado con el color del manto. La cabeza está muy ligeramente inclinada hacia abajo mientras la mirada se eleva hacia el rostro de Jesús. Lo decisivo en ella es la expresión. Es como si mirara de hito en hito, clavados sus ojos en la cara del Hijo. Y completa su actitud con la mano derecha, con dedos de esa maravillosa finura propia del Greco, suavemente posada y sujetando el manto.


DESPEDIDA: Expresión de María

El complemento sublime de este ademán de María nos lo da su mano izquierda, que sujeta con admirable serenidad la mano izquierda del Hijo. Es una mano con parte de los dedos abiertos, de modo que más que sujetar, sostiene la fuerte y a la vez fina mano de Jesús.


DESPEDIDA. Manos izquierdas de María y Jesús

Tenemos una Virgen María, de aspecto ya maduro respecto al más juvenil que nos presentan las otras dos versiones, absolutamente concentrada, atenta con todo su ser a lo que Jesús le está diciendo. La boca de la Virgen, con los labios cerrados, sin forzarlos, también parece estar como para iniciar una sonrisa.

En la figura de Jesús ha volcado el Greco su mejor capacidad expresiva. Este rostro de soberana belleza alcanza los niveles de sus lienzos más destacados, el Expolio de la catedral de Toledo, los Nazarenos abrazados a la cruz, los Crucificados vivos de ojos extáticos clavados en el cielo. Pura genialidad.

DESPEDIDA: Gesto y ademán de Jesús

Jesús está mirando a su Madre, mientras levanta el índice de la mano derecha hacia el cielo. Y es aquí, en los ojos y boca de Cristo, donde se concentra todo el 'pathos' expresivo del cuadro. Mientras posa los ojos, con expresión de sosegada ternura, en el rostro de María, esboza Jesús una muy leve sonrisa, gesto (mirada y sonrisa) que no recordamos haber visto en ninguna de las pintura del Greco. Por ello, por el valor expresivo de estos ojos y boca, que destilan una afectividad serenamente tierna, estimamos este lienzo como una de la obras maestras del Greco.

DESPEDIDA. Mirada de Jesús a María

 Aquí no hay nada de la seriedad, aún serena, pero seriedad al fin, que percibimos en el rostro de Jesús de las otras dos versiones. Hay, diríamos, 'tierna humanidad filial', para recordar a su Madre el inaplazable sentido de su misión.

Y el recurso expresivo final lo hallamos en el entrelazamiento de las manos de Hijo y Madre. Nada de tensión, de sujeción mínimamente atormentada se aprecia en estos ademanes. Jesús ha dejado su mano izquierda simplemente posada entre la misma de María, que la sostiene sin asomo de querer retenerla. Hay en los dos personajes, en sus gestos y actitudes, una absoluta y plena aceptación de la voluntad del plan redentor de Dios.


DESPEDIDA: Expresión de las manos.

Jesús expresa el cariño tierno con que explica a su Madre dicho misterioso proyecto, que no era sino la culminación del mensaje que el Arcángel Gabriel manifestó ante la sorprendida doncella de Nazaret y que ella aceptó sin reservas al pronunciar su "Fiat -Hágase-".

Sentido de la misión del Mesías, que a nosotros se nos aparece más propio de una despedida al salir Jesús del calor con que María sabría impregnar el ambiente de la casita de Nazaret, la casa del carpintero heredero de José. Despedida de Jesús para lanzarse al breve pero intenso periodo de vida pública -¿dos años tal vez?- en el que, en cumplimiento de la misión encomendada por el Padre, iba a ofrecer con todo entusiasmo la venida del reino de Dios, para encontrar las contrastadas reacciones de aceptación y rechazo -éste en progresión creciente hasta el crimen deicida-. Misión que María, casi de lejos, pero sin desmayo, desde la soledad de Nazaret hasta Jerusalén, seguirá tras los aciagos pasos de su Hijo, hasta permanecer de pié, firme en su entrega, junto a la cruz donde moría, despreciado y rechazado por su pueblo, aquel que se había despedido de ella con infinita ternura y serena aceptación de su dramático destino.


El Greco: Despedida de Cristo y su Madre (1585-1590)

No nos importa, como final, reiterar imagen tan sublime en su aparente sencillez. Despedida y Misión: Mensaje de un acontecimiento y un sentido que definen la vida de las dos personas únicas y más relevantes de la historia humana, y que un supremo artista, pintor de lo visible y lo invisible, de lo perceptible y lo misterioso, nos supo trasladar con la genialidad de su inspiración y maestría.