martes, 27 de octubre de 2015

POR EL ARTE A LA TRASCENDENCIA

POR EL ARTE A LA TRASCENDENCIA


Claustro y campanario de El Paular en noche de luna llena

            Todavía quedan 'flecos' de la vivencia veraniega. En las últimas ocasiones nos hemos explayado comentando los hallazgos de un recorrido que nos ha llevado, siempre mediante una vivencia de amistad, que ha dado un matiz humano de especial calidad, a una experiencia artística inolvidable. Pero se nos ocurre, como una cierta síntesis abstracta de lo vivenciado, ofrecer un comentario sobre lo que ha sido la contemplación de los monumentos de arte, incluidos desde luego los pertenecientes a los espléndidos recintos monacales de El Paular, Silos y El Parral, con sus dependencias específicamente cultuales (templos y capillas interiores). Nos hemos empapado de arte, sobre todo románico, con enorme satisfacción.              
           
            Tanto en los cenobios habitados por monjes como en las iglesitas rurales o de pueblos más extensos, la contemplación de su recinto, el encuentro con esas bellas estructuras arquitectónicas e imágenes que pueblan portadas y capiteles, ha habido y, en cierto modo es lo que permanece, además del recuerdo, una experiencia de proyección del yo, de la persona total, hacia un plano que supera el nivel de lo meramente estético, con ser éste un nivel ciertamente apreciable y digno de estima. Pero ha habido algo más, un como 'empuje' hacia arriba, al plano donde se halla la realidad superior, más ancha, extensa y profunda que cualquier otra.

            Este arte que se halla en los templos y ámbitos de carácter religioso nos lleva, al menos a este bloguero, a la consciencia (así, con 's' de hacerse consciente) de lo trascendente, lo 'habitado' (en un silencio inexplicable pero no limitado a la mera ausencia de sonido) por quien tiene como propio aquel ámbito o 'mundo' en que se vivencia, digámoslo ya abiertamente, la realidad de Dios. Y no hacemos esta 'confesión' para suscitar ninguna polémica o cuestionamiento. Es otra la intención de este escrito. Trato de exponer cómo esa realidad trascendente, que doy por cierta, 'aparece' ante los ojos del contemplador, si se para y va más allá de la inicial impresión de lo simplemente bello. Sobre este punto debo remitirme a la personalidad que con mayor maestría ha tratado de esta materia: Romano Guardini, en su breve pero muy sustancioso estudio sobre el lenguaje del arte religioso.


Basílica de San Juan de Baños (Palencia

            Expone Guardini la existencia en el arte religioso cristiano de dos tipos o 'modelos' de imagen, a las que denomina 'imagen de culto' e 'imagen de devoción'. No voy a desarrollar toda su cuidada exposición, basta con indicar, como resumen, qué entiende por tales imágenes y dónde se las encuentra. La 'imagen de culto' es una figura que revela o de la que 'emana' profundidad trascendente, y suscita en el contemplador la actitud (y el sentimiento correspondiente) de 'adoración' y el 'impulso' a prosternarse, a caer de rodillas (y en lo más extremo, 'rostro a tierra'). Sería lo que le ocurre a Moisés ante la zarza ardiente, cuando intenta aproximarse. Le habla Dios desde el fuego y, ante todo, le ordena: "Descálzate, porque estás en terreno sagrado". Moisés se quita las sandalias y se cubre el rostro con el manto (ver Éxodo 3, 1-6). Esta imagen produce 'sobrecogimiento', 'temor santo' (que no es pánico o pavor, pero sí enorme respeto ante la realidad de lo sagrado, de 'lo santo', es la percepción del misterium fascinosum).  
 
Vidriera sobre dibujo de San Rafael Arnáiz. 
Monasterio de San Isidro de Dueñas (Palencia)  

            La segunda forma es la 'imagen de devoción'. Aquí percibimos un Dios 'afectuoso', que invita a acercarse y hasta a dialogar con él. Correspondería a la frase de Jesús durante su discurso de despedida en la última cena: "A vosotros no os llamo siervos, sino amigos, porque os he comunicado lo que mi Padre me ha dicho" (ver evangelio de Juan 15, 14-15).

            Pues bien; Guardini, y nosotros compartimos su magistral explicación, asigna estas dos imágenes a dos estilos de arte y a su iconografía: románico, para la primera, y, desde el gótico al barroco, para la segunda. No extendemos dicha imagen hacia el arte de 'blandura' devota, 'rosácea', del siglo XIX porque en éste lo que se produce es ya una degradación del sentimiento religioso y artístico, que decae hacia la 'sensiblería'.

            Basten dos someros ejemplos para ilustrar ambos tipos de imagen. Como 'imagen de culto', el prototipo es, en escultura, el Pantocrator, el Cristo Señor del Juicio y bendiciente, y en pintura el icono del rostro de Cristo. Y aún más expresivo resulta en imágenes marianas. Es 'imagen de culto' la figura sedente de la 'Theotokos', la Madre del Salvador, con el Hijo sobre sus rodillas y María con mirada dirigida al frente, al igual del Hijo. 


Virgen de Marzo. Monasterio de Silos (Burgos)


Es 'imagen de devoción' la figura encantadora (propia del Gótico) de la Virgen, de pie o sentada, sonriente, con el Hijo en brazos o en diálogo y con una mirada o gesto de cariño entre ambos.



Imagen de alabastro modelo francés del siglo XIV 

            Siento que me estoy extendiendo más de lo deseable en lo 'teórico', pero era necesario para que el lector entienda lo que diré sobre la experiencia de lo vivido en las visitas veraniegas. Entre los numerosos templos visitados, con suficiente morosidad como para apreciar su 'mensaje', hemos contemplado imágenes de las dos clases. Pero esa 'cualificación' guardiniana puede extenderse también al arte supremo de la arquitectura, y es de éste del que más muestras hemos podido contemplar. En los casos más notables se da la conjunción de ambos tipos en el mismo templo. Por excelencia, lo hemos hallado en la fascinante basílica de San Vicente, en Ávila: las bóvedas de las naves laterales son románicas, con arcada de medio punto y arcos fajones, mientras que la gran nave central luce una estructura ojival (estamos ante el románico cisterciense, padre del estilo gótico). Una impresión asombrosa, aunque no única. 



Basílica de San Vicente. Ávila. Naves lateral (románica) y central (ojival)

Lo mismo que en San Vicente, ocurre con la magnífica iglesia parroquial de San Pedro, de Ávila, de estructura idéntica a la anterior, lineas románicas de bóveda redondeada en las naves laterales y ojivales en la central. Y como arquitectura del románico ojival cisterciense hay que mencionar el ejemplo formidable de la colegiata, antigua abadía, de Santa María la Real, de Aguilar de Campoo, realzada además su belleza por la impecable restauración que luce. Imponderable impresión y recogimiento nos llenan al recorrer estas estancias en su recuperado esplendor. Y para no dejar algo digno de mención en el 'tintero de la memoria', la iglesia principal del gran pueblo palentino mencionado, que no sólo merece fama por sus fábricas de galletas, sino por su arquitectura urbana (su plaza de Santa María es una joya con su derredor porticado) y por sus templos, sobre todo la colegiata de San Miguel, de un gótico formidable, además de conservar elementos románicos, y no olvidemos su esplendoroso retablo mayor, del más refinado manierismo, con escenas magistralmente talladas y una imagen central de San Miguel de una belleza admirable. Y con ello tocamos el segundo capítulo, el de escultura.

            En este arte de suprema expresividad humano-divina, el llamado 'prototipo', el Pantocrator, lo hemos podido contemplar, hasta quedar sumidos en callado asombro admirativo, en la soberbia portada de la iglesia de San Juan, en Moarves de Ojeda, otro pequeño pueblo que atesora este monumento digno del mayor espacio. Es figura de apabullante expresividad (además del lujo de su indumentaria regia) por el poder que 'emana' de su aplomo y su rostro. Ciertamente hay que 'descalzarse' ante este 'Señor de señores', que porta en su mano izquierda el libro sellado, signo de su cualidad de dueño de la revelación, según nos dice (aunque visto como 'cordero') el libro supremo del Nuevo Testamento, el 'Apocalipsis'. 


Pantocrator de la portada de San Juan. Moarves de Ojeda (Palencia)

Este Salvador se halla flanquedo por el tetramorfos, símbolo de los cuatro Evangelistas, y las imágenes de un maravilloso apostolado. Y el tema se repite en los relieves de la extraordinaria pila bautismal que se halla en el presbiterio del templo.  

            Y, como 'imagen de devoción', ¿qué? Nos quedamos con una deliciosa figura mariana, adosada al fuste de la columna que se encuentra frente a la portada lateral de la abulense iglesia de San Vicente. Sublime manifestación de la afectividad gótica, difundida por San Bernardo, la de esta Madre a quien el Niño que porta está haciendo una caricia en el rostro.


Detalle de la imagen mariana adosada  una columna en San Vicente de Ávila.

Pero, antes, hay que citar la insuperable Anunciación de esa portada lateral. Estamos todavía en el románico, pero ya, la expresividad de María y el Ángel, aparte de la riqueza de las respectivas indumentarias, nos están hablando de una 'apertura' estilística con actitudes en el diálogo que nos recuerdan el mismo tema en el relieve del claustro de Silos, exentas ambas de todo hieratismo


Anunciación. Portada lateral de la basílica de San Vicente. Ávila.

            Pues bien, para terminar: Lo que Guardini indica como 'reacción emocional' ante ambos tipos de imágenes (arquitectónica o escultórica) lo hemos experimentado en estas visitas del arte castellano medieval: Sobrecogimiento, 'llamada' silenciosa, pero de enorme fuerza, hacia una altura, un ámbito, en el que domina la plenitud de Ser Sagrado, ha sido lo suscitado por la mayor parte del arte románico de Palencia y la Ávila 'ancestral'. Y la devoción, la invitación cordial a la confianza en una cercanía del Verbo encarnado y de su Madre Virgen, en las figuras de Cristo y María que pueblan retablos como los de la catedral abulense y, como un lujo concentrado, las imágenes de la exposición 'Las Edades del Hombre', en memoria de la mujer que con más hondura y autenticidad ha sabido evocar la cercanía de Cristo a su criatura: Teresa de Jesús.

             
Mirada de Santa Teresa. Detalle del 'retrato auténtico' 
que conservan las Carmelitas Descalzas (Teresas) en Sevilla.

sábado, 24 de octubre de 2015

¿QUÉ HACE ESTO AQUÍ?. LO INEXPLICABLE

¿QUÉ HACE ESTO AQUÍ?. LO INEXPLICABLE

            "¿Qué hace un chico como tú en un sitio como este?" ¿No hemos escuchado alguna vez esta pregunta al encontrarnos con una persona en situación 'extraña' a lo que suponemos es su estilo, su modo de ser? Pregunta, que admite variantes, nacidas de la perplejidad ante cosas, situaciones o acontecimientos que nos sorprenden y nos llevan a cuestionar esa realidad, al ver escasa relación entre el fenómeno en sí y su entorno, espacial o vital.


Ermita de Santa Cecilia. Vallespinoso de Aguilar (Palencia)

            En nuestro caso es el ámbito espacial ante el 'hallazgo' o 'encuentro' con una realidad artística, un templo románico por ejemplo, ubicada en un entorno físico inexplicablemente falto de relación con la exquisitez de las cualidades que ostenta. En el denso recorrido veraniego por el románico del norte de Palencia que nos ha servido de tema en las últimas entradas, nos ha surgido la pregunta al contemplar algunas iglesias en lugares inverosímiles. No es un solo caso, pero sin duda el más llamativo es el de la ermita de Santa Cecilia, 'encaramada' (no cabe otro término mejor para designar su aspecto y situación) en lo alto de una enorme peña y en la cercanía de la modesta localidad, podría decirse aldea, de Vallespinoso de Aguilar, relativamente cercana a la capital de la comarca (la 'merindad' en arcaico lenguaje) de Aguilar de Campoo. Se divisa desde lejos al discurrir por la carretera, pues el territorio inmediato es llano y los enclaves montañosos comienzan precisamente en aquella localidad. Puede hasta quedar como un elemento del paisaje y no llegar a conocerla. Craso error de apreciación.

            Acercarse ya implica cierta dificultad, que va aumentando a medida que nos hallamos más próximo, y se hace realmente 'problemático' cuando se intenta llegar hasta su portada. El trabajo encomiable de restauración de templos románicos emprendido por la Junta de Castilla y León (hay que decirlo en su honor y para vergüenza de otras autonomías, que derrochan el dinero de los contribuyentes en dudosos ERE, para mantener 'enchufados' a la mamandurria oficial), esa encomiable tarea, emprendida en colaboración con la Fundación Santa María la Real, de la citada capital de zona, ha tendido unas enormes planchas de hormigón para formar una escalera que posibilite el llegar hasta la increíble portada.


Subida a la puerta de la ermita

            El esfuerzo merece la pena de los 'tragos' pasados. ¡Qué prodigio de arte, de talla de la piedra en la maravillosa portada! Los capiteles muestran escenas de culto sagrado, con los ministros paramentados de capas y casullas, junto a instrumentistas que tañen cítaras, y otras figuras no fácilmente identificables, pero, salvo los desgatados por el paso del tiempo y la escasa dureza de la piedra, de una perfección que nos hace preguntar: ¿Cómo llegaron aquí estos artistas que conectan con el arte galaico y silense? ¿Eran artesanos ambulantes que ofrecían su trabajo a los patronos de la fundación o se les conocía y eran llamados a modelar con su primoroso arte capiteles y arquivoltas?. Porque éstas ofrecen un enguirnaldado de temas vegetales y elaboradamente geométricos que causan asombro. Y, de nuevo, la exclamación primera...: Pero, ¿qué hace aquí esta maravilla, en este reducto medio perdido de una comarca rural?. Estamos ante lo inexplicable y lo inverosímil.




Arco y detalles de la portada

            Y no es único el caso de la ermita de Santa Cecilia en esta zona, inabarcable en el intento de contemplar sus monumentos, a no ser que se cuente con un calendario de al menos siete días, pues en los tres y medio que tuvimos este bloguero y su acompañante hubo que apurar el tiempo al máximo. Porque en nuestro intento dimos con otras bellezas perdidas en caminos totalmente secundarios, donde hallamos sorpresas mayúsculas. 


San Andrés, de Gama Palencia

          Citemos la iglesita de san Andrés, de Gama, otro pueblecillo, con su sobria y 'lineal' portada, de limpias arquivoltas, y, en contraste, el lujo de una 'galería' de canecillos tallados; o la no menos sorprendente iglesia de Santiago, en Cezura... ¿le suena algo este nombre?... Pues atrévase a entrar (en lo que hallará la compañía de un vecino que conoce la singularidad de su joya). El interior posee una estructura fuete y con más de una dependencia, como la que abriga la sencilla, lisa y auténtica pila bautismal románica. Pero la sorpresa inesperada es la decoración de arcos y bóvedas, como la del presbiterio. un auténtico despliegue de originalidad en un fresco de dibujo geométrico policromado. 


Iglesia de Santiago, de Cezura (Palencia)
Nada de las escenas o las imágenes frecuentes en los templos del mismo estilo. La bóveda, que ya apunta al gótico en su trazo ojival (indicador de una reforma del s. XIII respecto a otros recintos del templo más propios del románico inicial). La iglesia está preciosamente restaurada y con bancos nuevos que permiten sentarse y contemplar esta maravilla. Y esto, una vez más, en un puebluco medio perdido de esta comarca riquísima en arte de los tildados por los despectivos 'sabeores' modernos como 'tiempos oscuros' de la alta Edad Media... Si, si..., oscuros. No hace falta luz y sentido de la vida y del mundo trascendente para plasmar estas bellezas, sin mirar en que sus nombres iban a perderse en el anonimato... Pero ellos no trabajaban para 'ganar fama' sino para el 'honor de Dios'.

            Amigo que se asoma a esta 'ventana' de lo humano y lo Divino: ¿Gusta de hallar 'maravillas perdidas'? Pues 'piérdase' por esas comarcas inabarcables, como el norte de Palencia..., ¡ah!, con una buena información, que la hay...,   y le aseguro que no quedará defraudado...: ¡¡Arte románico hasta la saturación

martes, 20 de octubre de 2015

ÁVILA Y TERESA, TERESA EN ÁVILA

ÁVILA Y TERESA, TERESA EN ÁVILA


Detalle de la muralla de Ávila al anochecer

Es la culminación de un verano nimbado por 'efluvios' contemplativos. La doble estancia, en ocasiones muy próximas, en la prodigiosa ciudad de Ávila, cuna de Santa Teresa (no entramos en disquisiciones de expertos sobre su posible nacimiento en la aldea de Gotarrendura, cercana a la capital), ciudad a la que hace varios años que no iba (y en la última ocasión, sin tiempo para recorrerla); esas estancias han sumergido al 'peregrino del silencio' en el sugestivo encanto de su incomparable belleza. No es por el número y calidad de sus monumentos, que es elevado, sino por el 'perfume' que emana de su ambiente, evocador de la santa doctora mística. Además, ha coincidido con la celebración en su recinto de la exposición "Las Edades del hombre", este año con carácter netamente teresiano para contribuir a la conmemoración del V Centenario del nacimiento de la santa.


Fachada del convento de "La Santa", edificado sobre el solar 
de  la casa donde nació.

La ciudad estaba como impregnada de aroma teresiano, que se acentuaba en la visita a los tres centros expositivos donde se ha instalado la exposición (el 4º se halla en Alba de Tormes, como parte del 'mundo teresiano'). Como complemento del programa expositivo hubiera sido interesante visitarlo, pero basta lo conocido y el sosegado paseo por la ciudad-cuna, bordeando parte de su kilométrica muralla, sus calles pronto recogidas en el silencio, y los lugares relacionados con la Madre, como el convento edificado sobre su casa natal ("La Santa"), con su despejada plaza, que asoma al exterior a través de una de las puertas de la ciudad, la magnífica fachada, el hermoso museo en los sótanos de carácter mudéjar, repletos de referencias a la Santa Madre, y el interesante añadido de otra original exposición, mostrada en el  palacio de los Verdugo, con numerosas obras pictóricas inspiradas en los capítulos del libro más denso y 'teológico' de los suyos, las "Moradas"; todo esto ha renovado mi antiguo y algo desvaído recuerdo, que ya se ha hecho imborrable y con deseos de repetir.

Ávila rezuma, trasmina 'teresianismo', es el recinto ideal, como el 'joyero' digno de guardar tan preciosa perla... ¡Lástima!, he de reconocer, que la premura y las condiciones en que nuestra santa realizaba su postrer viaje, por aquella llamada de la duquesa de Alba, llevaran a que esta reformadora acabara sus días en la villa ducal. Mas no importa; su cuerpo se halla en el convento albense, pero su figura, su talante, su genio insuperable se concentran y subliman en la ciudad castellana por excelencia (pues basta contemplar su recinto amurallado para evocar el nombre de la región española más significativa del 'ser español', aunque esto suene hoy a cierta nostalgia histórica del pasado y 'levante de patillas' a los incultos y tendenciosos antiespañoles que tropezamos por el suelo patrio.


Vista parcial de la muralla abulense, con el torreón del Alcázar y monumento a la Santa



Monumento  a Santa Teresa al pie de la muralla de Ávila, junto a la Puerta del Alcázar,
visto delante de un hermoso rosal y en detalle.

Ávila y Teresa, pero, a la vez, Teresa en Ávila. Las dos imágenes monumentales que rinden homenaje a su memoria, una en blanca piedra caliza, junto a la Puerta del Alcázar y ante el más bello de los torreones que circundan la ciudad, y la otra, más exterior, y espléndida en su oscuro bronce, delante del monasterio de la Encarnación, el más vinculado con la increíble 'aventura' de su existencia; cada cual de ellas con la evocación de los tal vez dos rasgos del genio teresiano, el de extática y prolífica escritora, con la mirada dirigida hacia el ámbito del que recibe la divina inspiración, y el otro su condición 'caminante', de fuerte (aunque su salud se viera quebrantada tan a menudo) 'emprendedora' (diríamos, usando un término hoy alusivo a empresas de este mundo), de 'peregrina' por los caminos de España, por la mayoría de sus diversos horizontes; decidido el paso, fuerte el bastón en que se apoya...


Monumento a Santa Teresa, con la escultura en bronce de la Madre en actitud caminante,
situado delante del monasterio de la Encarnación 

Madre fundadora de Carmelos, "palomarcicos" en su ingenioso lenguaje... 17 fundaciones en Castilla, Andalucía y Murcia, conseguidas a pesar de tantos y variados inconvenientes, algunas casi imposibles, como la de Sevilla. Y todo con el tesón, la paciencia ("la paciencia todo lo alcanza", dirá en su famosa 'instrucción' para espirituales), fortaleza recibida y siempre reconocida así de su trato íntimo con "el que sabemos nos ama"; todo ello viene a evocarlo maravillosamente la contemplación de esa fuerte ciudad torreada, amurallada. Dichosa imagen para ilustrar su excelso libro sobre la vida interior y algo también que trae a la memoria una gloriosa imagen bíblica: la nuevas Jerusalén.

Además de los dos monasterios de raíz teresiana, la Encarnación y San José, y de los demás lugares ligados a su memoria: San Juan Bautista, templo de su Bautismo; Santa María de Gracia, el monasterio agustino donde su padre la recluyó para 'controlar' los 'ímpetus' mundanos de su juventud (¡qué delicia y hasta regocijo produce leer las páginas del comienzo del Libro de la Vida donde narra con tan singular gracia aquellos 'desvaríos' juveniles, "llevando galas", tan "curiosa" en su arreglo personal y cuidado de manos y cabello, y relaciones con primos y amigos -debía ser irresistible su encanto y simpatía desde niña y adolescente-), y la capilla de mosén Rubí; aparte de estos lugares,
hay que mencionar en Ávila tres recintos monumentales que Teresa frecuentaría y son testimonio de la fuerza evocadora de la ciudad.


Abside de la catedral de Ávila, con sus fuertes almenes

Ante todo, la catedral, con su impresionante ábside, a modo de formidable torreón defensivo, y sus estancias repletas de retablos e imágenes bellísimas (baste recordar el maravilloso retablo marmóreo del trascoro y la menos vista Piedad, de Juan Bautista Vázquez el Viejo, situada en la primera capilla de la izquierda, trasunto de la miguelangelesca de San Pedro de Roma, pero con rasgos distintivos de la del florentino); el recinto de halla magníficamente instalado para una visita sin prisas, con sosegado deambular por sus estancias, en las que se muestra la infinidad de tesoros de arte que encierra el templo capitular. Desde la originalidad de las bóvedas realizadas en la piedra bicolor que parece pintada por un artista abstracto actual, pasando por el blanco conjunto del trasaltar en la girola, donde luce la exquisita imagen del Tostado, hasta los innumerables lienzos, tallas (¿cómo no recordar los Crucificados de marfil que pueblan las vitrinas?), ornamentos, y esa gentil, elegantísima custodia de Corpus, debida al más joven de la 'saga' de los Arfe. Catedral de Ávila, tesoro de tesoros.


Vista de la basílica de los santos mártires Vicente, Sabina y Cristeta,
con su espléndido pórtico, extramuros de la ciudad de Ávila


Ábsides y torre de la iglesia parroquial de San Pedro, en Ávila, 
ejemplo del más depurado arte  románico

Y, para concluir, los dos excepcionales templos románicos, San Vicente y San Pedro, con todas las cualidades de excelencia de aquel arte supremo de la Alta Edad Media. Portadas, ábsides, recintos de una belleza deslumbrante y, en el primero, ese pórtico admirable, único en España, de una elegancia inigualable, que, además, cubre la portada lateral, en la que nos cautiva la excelsitud de la Anunciación. Santiago de Compostela y la Cámara Santa de Oviedo, con sus prodigiosas imágenes y tímpanos, son evocados en la basílica vicentina, que, como 'postre' nos regala una cripta de sobriedad sublime en su arquitectura y dimensiones.
  

Detalle de los expresivos ojos de Santa Teresa, en el 'verdadero retrato', 
pintado por fray Juan de la Miseria, que guardan las Carmelitas Descalzas de Sevilla.

Este conjunto de bellezas artísticas forma como una guirnalda que rodea la suma figura del mundo espiritual castellano y, sin lugar a duda, español: Teresa de Jesús, insigne testimonio de cómo la gracia divina 'trabaja' y sublima la persona de una mujer de cualidades fuera de los común en su dimensión puramente humana, pero también fuera de lo común en los 'resultados' que la gracia de Dios consigue cuando el ser humano decide entregarse y dejarse modelar a lo largo de su vida, hasta alcanzar las alturas místicas y 'emprendedoras' a las que ella llegó, y de las que la Iglesia y la humanidad siguen recibiendo pautas válidas para todos los tiempos y situaciones existenciales.

  

lunes, 19 de octubre de 2015

DE LO HUMANO A LO DIVINO, II: CONTEMPLACIÓN

Completamos ahora las impresiones de este verano, con la parte dedicada al segundo concepto del título, la contemplación. El término requiere cierta explicación para despejar algunos riesgos interpretativos, aunque esas significaciones que no encajan en la que nosotros asignamos al vocablo, casi pueden darse por supuestas.

En principio, me parece importante decir que contemplar no es un acto meramente pasivo, estático. Es la fase final de un proceso sensorial, mental y existencial que tiene, a mi entender, cinco pasos: Ver, Mirar, Asombrarse, Admirarse y Contemplar. Cuando nos hallamos ante determinadas realidades tangibles, perceptibles por los sentidos, en especial el de la vista, se produce una serie, a menudo insensible, que pasa por esas fases antes dichas. Hay que precisar también que el fenómeno de la contemplación se da ante una realidad que afecta al oído, la música. Y como, digamos, nivel supremo, puede y se da de hecho ante las realidades que, por así decir, 'escapan' a los sentidos porque se encuentran fuera de su área de inserción, son las realidades trascendentes, que afectan al mundo del espíritu, de la vida interior y al 'sobremundo', o mundo sobrenatural, que tiene su 'sujeto' más propio en Dios y su misterio. Son expresivas de este significado las experiencias de muchos santos, pongamos ahora, en estos días celebrativos del V Centenario de su nacimiento, como cierto paradigma de la contemplación divina, a Santa Teresa de Jesús. Las frecuentísimas experiencia místicas de esta mujer absolutamente excepcional, incluso en el amplio y denso panorama cristiano, situaciones que ella narra en sus abundantes escritos, sobre todo el 'Libro de la vida'.
Por tanto, el 'panorama' dilatadísimo de la contemplación tiene dimensiones que dan para un extenso tratado, como en realidad existen.

Yo me quiero limitar a una dimensión más modesta de la contemplación, que se centra especialmente en el terreno del sentido de la vista, que es del que se quiere ocupar esta 'comunicación' de mis experiencias veraniegas. En el transcurso de estos meses, y con la muy grata compañía (excepto un caso) de esos amigos a que me refería en la primera parte, y, como añadido, de una hija, he (hemos) tenido ocasión de pasar por poblaciones, lugares y paisajes que han propiciado el disfrute visual, y en muchos casos contemplativo, de esas realidades. Por ello debo explicar lo que entiendo con tales términos y cómo se va procediendo de un paso a otro.

Ante todo, 'ver'; un fenómeno simple como es tener ante los ojos las cosas que vamos encontrando en nuestro camino, en este caso, parajes, templos, ermitas, claustros, salas capitulares y demás 'objetos' que se ofrecen al viajero. Vemos lo que tenemos delante (aunque a veces no lo veamos, y, desde luego, no lo ven igual mis ojos que los de mis amigos).

Pero con lo que simplemente 'se ve', pasa igual que dice el refrán: "Las palabras se las lleva el viento". Hay que 'mirar', y esto ya implica el pararse, aunque sea un momento. Es 'fijarse en', 'darse cuenta de'. Dice el libro de Job una frase llena de intención: "He hecho un pacto con mis ojos, de no fijarme en las doncellas". Ahí está la diferencia entre ver y mirar, entre el mero percibir pasajero y el fijarse. Ya hay un inicio de contemplación.



Dos imágenes que causan asombro y admiración: un abrirse el día y un crepúsculo, con nubes, 
sobre una ciudad iluminada en el anochecer

Sin embargo, antes de contemplar, cuando nos hallamos ante una realidad valiosa por su aspecto o características (seguimos en el plano del sentido de la vista, y aún el del oído), puede, o no, suceder otro fenómeno que precede a la contemplación: el asombro. La realidad, el monumento arquitectónico, la escultura o el lienzo, nos 'sorprenden' y, en cierto modo, 'fascinan' (igual en música, como describe y analiza cuidadosamente Alfonso López Quintás en su breve y sustanciosa obrita "La Novena sinfonía de Beethoven"). El asombro, su cualidad 'sorpresiva', captadora de al atención, deben darse necesariamente para llegar al plano contemplativo. Por ello en el proceso de esa, digamos, 'técnica' o, mejor dicho, práctica monástica que es la 'lectio divina', se insiste en que el lector, ante el texto que esté leyendo, lo repase sin prisa; se trata de ofrecer la posibilidad de que surja el asombro ante esa palabra revelada. Asombro, preámbulo del paso siguiente.

Porque del asombro puede y frecuentemente sucede, se llega al siguiente fenómeno anímico o psíquico: la 'admiración'. ahora ya no estamos simplemente 'fascinados', 'sorprendidos', como captados por lo que pudiéramos calificar de 'magia' que emana del fenómeno artístico (plástico o sonoro). Lo que surge en este momento es la 'entrada' consciente y sensible del ser que somos nosotros mismos en la 'interioridad' del fenómeno que se nos ofrece. Ahora sí que comenzamos a estar ya en el ámbito de lo contemplativo, aunque no del todo. La admiración puede cautivarnos y suscitar nuestra 'adhesión', tal vez hasta 'entusiasmo' ponderativo. Pero puede pasar. Sucede sobre todo cuando se discurre por las salas de un museo. La sucesión de obras que se nos ofrece puede llegar a admirarnos, pero vamos 'de una a otra', que tal vez nos admira igualmente o nos deja indiferentes, tal vez algo 'conmovidos', pero no más. La admiración da paso al último 'estado' vivencial cuando, ante la obra vista y admirada, se produce una como 'detención' de la totalidad del ser, que penetra silenciosa y admirativamente en la 'interioridad' del fenómeno que tenemos delante, de modo que, en cierta manera, lo hacemos nuestro y, a la vez, nos sentimos adsorbidos por sus rasgos entitativos y nos hacemos 'suyos'. Es la 'mecánica' o la 'magia' (con el insuficiente significado de estos términos para expresar lo experimentado) de la contemplación. En el 'estado contemplativo' nos adentramos en la realidad profunda del ser contemplado, vivencia que nos sume en un silencio en el que ya no se pondera ni se 'interpreta' nada, sino que todo el ser queda en suspenso, pero de modo 'activo', ante esa realidad. Esto se verifica por excelencia cuando lo referimos a la contemplación espiritual, cuando 'entramos' y, a la vez, somos absorbidos por la realidad trascendente del ser divino o de sus seres anexos, pertenecientes a su 'mundo'. Es difícil de explicar, pero me parece que se entiende aceptablemente.

Tras este dilatado 'preludio' explicativo, estamos en condiciones de referirnos a lo experimentado en las visitas veraniegas a los recintos monásticos, monumentos románicos y la ciudad de Ávila y sus lugares teresianos, junto, y como parte de ello, a las "Edades del hombre" en su 'edición' igualmente teresiana.

El asombro, la admiración y el sentimiento contemplativo se han manifestado ante los monasterios, los monumentos de arte románico y el denso mundo teresiano abulense. Y no sólo en casos de monumentos de excepcional categoría artística, como la colegiata de Santa María de Aguilar, el monasterio de San Andrés de Arroyo, la catedral o la basílica de San Vicente, de Ávila, o el fastuoso pórtico de Rebolledo de la Torre, sino ante pequeñas iglesias rurales con rasgos de una belleza sorprendente, asombrosa, y cautivadora del ánimo en muda contemplación. Hay ciertamente lugares que por su 'poder cautivador', por la excelsitud que 'emana' de su realidad, sumen a la persona en ese estado contemplativo más que otros.


Vista parcial del claustro de Santo Domingo de Silos y el ciprés

Pero la vivencia de lo singular es igualmente sugestiva para el que se encuentra en tal situación. Con objeto de no prolongar en exceso una enumeración que se haría prolija mencionaré sólo algunos de estos lugares, momentos y situaciones que han constituido para el 'peregrino del silencio' (como se estima este bloguero) acontecimientos que lo han sumido en tal grado de suprema vivencia. En los monasterios hay que citar los claustros de El Paular, de Silos y del Parral, junto a otro no habitado por monjes, como es el de la colegiata de Aguilar de Campoo, si bien hay gran diferencia entre aquellos y ésta.


El conjunto monástico de El Paular visto desde la huerta


Los monasterios habitados, en los que hemos vivido serena y relajadamente su realidad, ambientada, realzada más bien, por el hecho de la liturgia monástica, así como la estancia en los jardines y huertas de esos monasterios, constituye un 'summum' de altura contemplativa. Allí el espíritu se solaza y se expande sin prisas, con toda pausa y 'santa demora'. Hay una percepción de hallarse inmersos en la realidad trascendente, y hasta 'sacramental', que llega al nivel de sublimidad ambicionado para todo ánimo que busque la paz y la plenitud existencial. El paso por el claustro y el magnífico templo de la colegiata de Aguilar fue tranquilo, sin prisa, y llega a suscitar el sentido contemplativo, pero es algo transitorio, aunque deje una huella perdurable.

De semejante calidad es la contemplación de la catedral de Ávila, su templo y claustro, el pórtico excepcional de la basílica de San Vicente y el interior de la misma, incluida su cripta. También ante estos lugares, vistos al brillo de la luz diurna o bajo la iluminación artística en la noche, surge el espíritu contemplativo y se llega a adueñar del ánimo del peregrino. Algo similar, aunque no tan intenso, ocurre ante la maravilla de la muralla abulense, con su serenante sucesión de torreones, como una 'teoría' del equilibrio inalterable.

Pero no olvidemos hechos vivenciados que poseen enorme valor contemplativo: Es la liturgia, tanto la suprema de Silos, con la solemnísima celebración de la fiesta del día de San Benito, la también solemne de El Paular en el Día de los Amigos y la normal, cotidiana, del Oficio de las horas, compartido con los monjes, en cualquiera de los tres monasterios citados arriba, con su pacificante salmodia y demás ritos, o las horas de personal estancia orante en las capillas monacales, sumidas en el silencio y la penumbra suscitadores de actitud reverente y recogida. Es una experiencia  de enorme valor restaurador del ánimo delque puede venir abrumado por ruidos desquiciantes.


Vista parcial del interior de la iglesia rupestre de Olleros de Pisuerga (Palencia)

Asombro y encanto admirativo han suscitado también los demás monumentos visitados, tal vez por destacar fenómenos singulares, la elegante sobriedad visigótica de San Juan de Baños, las ermitas rupestres de Olleros y Santa María de Valverde, como también muchos paisajes que se ofrecían a la vista en el transcurso de nuestros viajes y paseos. La visión de Ávila desde los Cuatro postes, algo muy conocido, pero que no debe ser omitido, es algo fascinante, en cuanto hecho en el que la historia y el arte se han detenido afortunadamente, puesto que supimos del proyecto municipal de un Concejo 'progresista', típico del nefasto siglo XIX, que decidió derribar la muralla de la ciudad castellana, algo que no pudo acometerse por falta de numerario..., ¡gracias a Dios!. Las Corporaciones siguientes se dieron cuenta del valor que ese recinto medieval tenía como atractivo de visitantes.


Vista general de Ávila desde los Cuatro postes

Contemplación y amistad, amistad y contemplación en suma, integrados en vivencias altamente sugestivas. Cálida relación interpersonal y acercamiento a lugares de enorme valor, que han supuesto para los que hemos experimentado estos hermosos fenómenos un auténtico enriquecimiento de nuestra condición humana. Gracias a Dios.