TIEMPO Y ACTITUD ESCATOLÓGICA
Una especie
de salto en el vacío damos respecto al amable y casi idílico tema que nos ha ocupado en las últimas 'apariciones'. Pero no tanto. Hay más de apariencia que de realidad. Del
'paraíso en la tierra', que constituye el segoviano monasterio del Parral, al
trasfondo de lo que, enmarcados por la belleza de su recinto, la abundosa
grandiosidad de sus jardines y el misterioso ambiente que la luz y la oscuridad
de la noche y el amanecer imprimen a aquel reducto de sosiego y hondura
espiritual; de todo eso saltamos a la contemplación de lo que tan propicio ámbito nos
evoca: el encuentro con la realidad suma e insoslayable, que en ningún momento
se nos aparece con mayor patencia como en el lapso temporal de finales de
año.
Nos
hallamos en tiempo que va mirando al término del año, tanto civil como
litúrgico; más cercano el segundo, que suele situarse a finales de noviembre. La
festividad de Jesucristo, Rey del Universo, coincidente con el XXXIV domingo
del año litúrgico, pone punto final al tiempo celebrado como memoria del decurso
histórico del acontecimiento de la salvación operada por Jesucristo y
realizada, digamos virtualmente, a lo largo de año cronológico. La necesidad de
acomodarse a la celebración de la
Navidad , con las cuatro semanas preparatorias que la preceden
(el Adviento) produce esta diferencia.
Este es el punto sobre
el que deseo reflexionar y compartir contigo, amigo lector, en parte por tendencia espontánea, cada día más
presente en el plano de lo consciente personal, es el referente al final, a la
ultimidad de lo existente. Hay un término, un vocablo de origen clásico, si
bien ha sufrido una lamentable tergiversación, que denomina con exactitud este
ámbito de realidad: es el de 'escatología'.
Por ello estimo conveniente ofrecer el significado del término, y de su 'vesión
adulterada', tal como lo expone el diccionario ideológico de Julio Casares, de la Real Academia Española.
Escatología: "Conjunto de creencias y doctrina referentes a la vida de
ultratumba". Este es el sentido originario estricto, derivado del
término griego 'eskhaton' o 'eschaton', que significa 'ultimidad', y hace referencia a la vida
futura del ultramundo, más allá de la muerte. Tiene, además, una derivación
vulgar y retorcida, que también recoge el diccionario ideológico de Julio
Casares, que refiere el término a las 'cosas excrementicias', sin duda por su
relación con la podredumbre del cuerpo muerto y los desechos alimenticios.
Aquí vamos
a utilizar el vocablo en su sentido auténtico, referido a la ultimidad de la
existencia y su tránsito, es decir, paso o 'pascua',
al 'más allá', a la 'vida después de la vida' (¿la hay
realmente, se preguntarán hoy muchos?... La fe cristiana y la 'intuición' o el
sentido del sobrevivir casi universal dicen que sí), y al tiempo que la precede
en el más acá, que incluye ese momento terrible, aunque otros lo llamen
'esperanzado', que es el final preciso, la muerte, así como, también en
términos de fe judeocristiana, el juicio, la comparecencia ante el Juez, que
valorará las obras de cada uno según la medida que de diversas maneras y con la
imagen de algunas parábolas, recoge el Evangelio. Este
conjunto de 'acontecimientos' es el que evoca ese himno impresionante, utilizado
en la liturgia católica de difuntos hasta las reformas derivadas del Concilio Vaticano
II, conocido con sus dos palabras iniciales, "Dies irae" (Día de la ira), lo que supone una idea de algo terrible, pero en realidad tiene origen evangélico, aunque su visión terrorífica arraiga en la Edad Media y va creciendo hasta los tiempos del Romanticismo, en cuyo periodo se constituye en eje de obras literarias y musicales. La contemplación de una obra tan significativa como genial, que es el Juicio Final, con el que Miguel Ángel cubrió el enorme testero frontal de la Capilla Sixtina vaticana, nos ofrece una imagen insuperable de ese 'pavor' que evoca el canto del Dies irae.
El ademán de Jesucristo dominador, Juez absoluto, llena de espanto hasta a los mismos bienaventurados, que exhiben el trofeo de su martirio (así el asombroso ejemplo de San Bartolomé que muestra a Cristo su piel arrancada), y hasta la imagen de la Virgen María aparece como asustada, con la cabeza vuelta hacia otro lado.
La concepción más actual de ese momento como un encuentro con Jesús y el Dios Padre misericordioso, algo ciertamente grave, pero deseable para los que han vivido en la fe, ha desplazado de la liturgia posterior, aunque se haya perdido una invocación, un clamor formidable a esa misma misericordia. Como imagen artística expresiva de este otro modo de percibir ese momento final, un artista contemporáneo del genio florentino y no menos genial, como es el Greco, no ofrece la visión que corona el espléndido lienzo del entierro del Señor de Orgaz, donde Cristo aparece como un Juez de misericordia en medio de la Gloria.
La concepción más actual de ese momento como un encuentro con Jesús y el Dios Padre misericordioso, algo ciertamente grave, pero deseable para los que han vivido en la fe, ha desplazado de la liturgia posterior, aunque se haya perdido una invocación, un clamor formidable a esa misma misericordia. Como imagen artística expresiva de este otro modo de percibir ese momento final, un artista contemporáneo del genio florentino y no menos genial, como es el Greco, no ofrece la visión que corona el espléndido lienzo del entierro del Señor de Orgaz, donde Cristo aparece como un Juez de misericordia en medio de la Gloria.
Los aconteceres escatológicos, que en la doctrina cristiana se conoce como 'postrimerías' y se concreta en cuatro 'momentos' o 'situaciones', muerte, juicio, infierno y
gloria, ha tenido una enorme influencia en la cultura inspirada por el
cristianismo, de modo que, por así decir, inunda el pensamiento occidental, al que ha
servido 'material' de profundas consideraciones, tanto en el campo de la
filosofía como de la poesía y la narración. Y en las artes, como nos muestran las ilustraciones que traemos, ha sido uno de los
temas fundamentales, por la enorme fuerza de sus asuntos, como también en el
ámbito de la música, tanto sagrada como profana. Esta relación da pie a 'enjaretar' ensayos que tendrían cabida en nuestras 'páginas de blog'. Y no renunciamos a entrar en ello, pero ahora estimamos preferible entrar en lo más nuclear de aquella realidad
Y la
realidad que se impone es, ante todo, la del estricto fenómeno escatológico, la
realidad de un 'más allá' repleto de misterio y, por tanto, de enigmas
insolubles, pero plagado de cuestiones de la mayor trascendencia (aunque alguno
pueda mirarlo con cierta sospecha, perplejidad y aún displicente ironía o hasta
sarcasmo, en un reprimido afán de sentirse libre de tales preocupaciones o
desconfiado de su valor). Que estamos abocados a un final, tras del cual
desconocemos qué hay (a pesar de que la fe cristiana pueda darnos determinadas
respuestas que salen de lo experimentalmente comprobable), e incluso si lo
hay en verdad, este hecho incontestable da lugar (lo ha dado siempre al
pensamiento) a plantearse cuestiones que han llenado páginas y tratados, tanto
de carácter teológico como de filosofía profana, o de simple literatura, como de poesía.
Todo cuanto
estamos exponiendo tiene, respecto a otros ángulos de enfoque, un matiz y
'tinte' específicamente cristiano, porque ante el enigma de ese futuro
incognoscible muchas personas que no compartan el credo cristiano responderán
con un 'no merece la pena deshacerse en lucubraciones sobre algo que no podemos
conocer; ante semejante incógnita sólo cabe limitarse a vivir lo que tenemos
delante y cuando llegue ese momento final entrar en él con suficiente sosiego
psicológico'. Respuesta aparentemente 'sensata', pero que no deshace o elimina
de raíz el 'pellizco' de ansiedad que esa realidad pinza en nuestra piel.
Visto desde
dicho enfoque cristiano, la referencia básica y definitiva es la virtud de la
esperanza, que impregna el ánimo de una especia de bálsamo que posibilita
enfrentarse con esas realidades en actitud y talante sosegado, capaz de superar
el sentimiento de angustia que, naturalmente, invade a la persona en sus
niveles profundos y generan sentimientos derivados, hasta el pánico, la
conmoción emocional que zarandea el psiquismo y lo bloquea, imposibilitando la
visión equilibrada de tan críticas circunstancias existenciales. Pues la
consciencia de su carácter crítico, conmovedor en sentido negativo, es un hecho
innegable. Pero la esperanza, evidentemente sostenida por la fe en una serie de
realidades, ante todo de la existencia de Dios como amor acogedor y el mundo
'supramundano que en él se sustenta, realidades, repetimos, que superan la
dimensión de lo perceptible y nos enfrentan con el ámbito del misterio en su
sentido más auténtico y definitivo, ese 'complejo' que la fe sostiene y sirve
como soporte y aliento de la esperanza, hace posible al ánimo naturalmente
'desfalleciente' de la persona enfrentar la dimensión enigmática y
estremecedora de ese conjunto de situaciones. ¿Qué hacer ante el innegable
hecho de nuestra finitud y lo desconocido de su más allá?.
El gran teólogo Hans Urs von Balthasar, una de las más excelsas y lúcidas mentes cristianas del siglo XX, aborda esta situación en su ensayo "El cristiano y la angustia" y concluye que sólo cabe arrojarse al vacío, en realidad a ciegas, con la convicción (que proporciona la fe) de que hay unos brazos y manos abiertos en disposición de recibir con amor al arrojado creyente -nunca más merecedor de tal calificación-. Y en este ignoto abismo, ¿qué podemos esperar? No lo sabemos y no lo sabremos hasta haber traspasado la frontera del oscuro valle de la muerte. Pero el más temprano y categórico mensajero de la realidad divina y ultraterrena del mundo cristiano, el converso fariseo Saulo de Tarso, San Pablo, en su primera carta a los creyentes de la comunidad de Corinto, hace esta atrevida afirmación para animar la esperanza de aquellos primeros cristianos: "Ni ojo vio, ni oído oyó, ni cabe en mente humana lo que Dios tiene preparado para los que le aman"
El gran teólogo Hans Urs von Balthasar, una de las más excelsas y lúcidas mentes cristianas del siglo XX, aborda esta situación en su ensayo "El cristiano y la angustia" y concluye que sólo cabe arrojarse al vacío, en realidad a ciegas, con la convicción (que proporciona la fe) de que hay unos brazos y manos abiertos en disposición de recibir con amor al arrojado creyente -nunca más merecedor de tal calificación-. Y en este ignoto abismo, ¿qué podemos esperar? No lo sabemos y no lo sabremos hasta haber traspasado la frontera del oscuro valle de la muerte. Pero el más temprano y categórico mensajero de la realidad divina y ultraterrena del mundo cristiano, el converso fariseo Saulo de Tarso, San Pablo, en su primera carta a los creyentes de la comunidad de Corinto, hace esta atrevida afirmación para animar la esperanza de aquellos primeros cristianos: "Ni ojo vio, ni oído oyó, ni cabe en mente humana lo que Dios tiene preparado para los que le aman"
¿Qué dicen
los maestros de vida espiritual acerca de dicha actitud esperanzada?. Apoyan fundamentalmente su vivencia y perseverancia en la oración, entendida,
en expresión teresiana, como 'trato de amistad' con Dios, con Jesús más
exactamente. Es lo que permite generar una actitud de confianza en que después
de esta vida hay otra en la que se produce un encuentro cierto y definitivo
(aunque desconozcamos sus modos y formas) con toda la realidad de ese mundo
transpersonal, ultramundano, en el que Dios es el centro y el destino del
ser humano.
El
documento reciente más claro y orientador (sin ánimo 'pietista') sobre esta
virtud es la encíclica publicada por el papa Benedicto XVI, con el título "Spe salvi" (Salvados en la
esperanza), al final del año litúrgico del año 2007 (3o de noviembre), momento
especialmente adecuado para entrar en la dimensión escatológica. Y concluye el
texto, repleto de reflexiones del más hondo nivel existencial y religioso, con
la evocación de la figura histórica que de modo más pleno y absoluto vivió su
vida íntegramente en clave de esperanza: María de Nazaret, la madre de Jesús,
que, entre las muchas advocaciones que se le han dedicado, merece destacarse la
alusiva a tan bella aunque problemática virtud: Virgen de la Esperanza. De ella hay
infinidad de imágenes, pero tal vez la más famosa y difundida, al menos en España, sea la que
constituye una de las referencias fundamentales del fervor del pueblo y ciudad de Sevilla:
Virgen de la Esperanza Macarena ,
la Macarena en su denominación popular. Vaya a ella
nuestro homenaje y confianza ante el inmediato final del año litúrgico y
cronológico.