EL SILENCIO VIVO, RASTRO DE DIOS.
Y del prometido escrito sobre el silencio, ¿qué?. Porque se
va posponiendo al aparecer algún acontecimiento que llama la atención, y la
promesa (y propósito) sigue sin cumplirse.
Si el autor se ha autodefinido como 'peregrino del silencio'
por algo será, algo habrá en esa sugerente palabra, tan propicia para hacer
disquisiciones y peroratas, que la intención no debe ser aplazada por más
tiempo. Adelante pues.
Por lo pronto, al término sustantivo, 'silencio', se le ha añadido
en el título un predicado, 'vivo', y más aún, la rotulación de esta 'entrega
bloggera' añade una expresión verbal, 'rastro de Dios', que de algún modo, da una cierta pista acerca
de lo que se desea glosar.
¿Qué se quiere dar a entender con la expresión 'silencio
vivo'?. Y, ¿por qué se la pone en referencia a eso que es denominado 'rastro de
Dios'? ¿Es que Dios deja algún rastro, puede 'rastrearse' el paso de Dios por
la existencia, y, más aún, tiene que ver ese 'rastreo' con el silencio, con
alguna forma de silencio que facilita el 'encuentro' con ese misterio
inabarcable e insondable que llamamos 'Dios'?. Nos hallamos, por tanto,
abocados al ámbito de lo Divino, de los dos a que se refiere el título de este
blog, pero la inmersión en ese ámbito se realiza desde la otra esfera aludida
por dicho título, la de lo humano. El ser humano se asoma, o mejor, pretende
asomarse, al infinito mundo propio de lo Divino. ¿Es posible atreverse a
semejante 'aventura'?. Y si lo fuera, ¿existe una vía que facilite tal
propósito, o tal vez 'despropósito'? ¿Acaso es el silencio, un cierto modo de
estar silenciado, la senda adecuada para atisbar la impredecible huella de
Dios?
Indaguemos en los maestros del espíritu, a ver qué no dicen
sobre el silencio y su relación con la 'huella' de Dios. Baste, como indicador,
con uno que puede estimarse eminente entre los grandes pensadores religiosos de
esta época: el cardenal Joseph Ratzinger, que es hoy el papa emérito Benedicto
XVI. Hemos encontrado en una de sus más sugerentes meditaciones litúrgicas
sobre la Navidad
unos párrafos que responden cumplidamente a nuestra inquietud. Aquí están:
"El silencio es el ámbito del
nacimiento de Dios. Sólo si nosotros mismos entramos en el ámbito del silencio
llegamos al lugar donde acontece el nacimiento de Dios. En esa invitación
resuena una de las afirmaciones primordiales de la liturgia navideña, la frase
del libro de la Sabiduría
que dice: <Mientras un sereno silencio lo envolvía todo, y la noche se
encontraba en mitad de su carrera, tu omnipotente Palabra desde los cielos,
desde tu trono real, se lanzó sobre la tierra>".
Esta sugerente imagen, con la luna y el lucero del anochecer
sobre una ciudad de Jaén casi completamente nocturno (próximo a la mitad de la
carrera de la noche), puede ilustrar esos párrafos evocadores de una realidad
que nos sobrepasa y cautiva con su misterio.
Sobre el silencio vivo, pues, queremos hacer nuestra
reflexión, consideración, hasta meditación. Porque hay otras varias formas del
silencio: el silencio de los cementerios, el silencio cerrado de la
incomunicación interpersonal que reduce a las persona a una soledad opaca,
despojada de ternura y cercanía, aunque se conviva bajo el mismo techo. También
hay silencios ante los fenómenos y los ámbitos naturales, que dicen algo en su
fascinante magnitud, a veces terrible, como puede ser una tempestad arrasadora,
una erupción volcánica, un tsunami marino o un terremoto. Estos fenómenos
suscitan pavor, que se traduce en ruidos tumultuosos. Lo hemos visto en las
recientes escenas del terremoto de Nepal o las frecuentes inundaciones
provocadas por lluvias torrenciales, tan frecuentes en Estados Unidos y zonas
del golfo de Méjico. Muy diferente es el silencio ante el espectáculo de la
noche sosegada, cuando una clara atmósfera carente de niebla, permite contemplar
el cielo estrellado; como también la visión de un amplio paisaje marino o de
montañas en dilatado horizonte. Este silencio tiene mucho del sentido que se
quiere sugerir con el predicado 'vivo'.
El 'silencio vivo' tal vez no pueda ser descrito con un
lenguaje diríamos 'normal', en términos correctamente delimitados y acotados
por conceptos de diccionario. Nos parece que hay que acudir al lenguaje
poético, que ofrece, con sus metáforas, símbolos y expresiones inusuales para
el lenguaje coloquial o prosaico, aún culto, posibilidades de expresión, un
tanto imprecisas, de acuerdo, un tanto ambiguas en su significado, pero
susceptibles de ser captadas por un espíritu 'despierto', 'avisado', 'alerta',
dispuesto a 'flotar' en un ámbito que roza las altas esferas de lo impalpable.
Por ello y para no alargar estos párrafos con rebuscadas digresiones, vamos a
trasladar aquí unos versos que fueron sugeridos por vivencias teñidas de
misterio. El poema canta el amor del autor por el llamado 'silencio vivo', en
contraste con otro tipo de silencio, carente de 'entidad', silencio vacío y,
más aún, muerto. Es un poema compuesto en un día de gran silencio sagrado, el
Sábado Santo, a la sombra de una gran cruz, del Valle de los Caídos y en el
clima recogido de la Semana Santa ,
del gran Triduo Pascual:
CANTO
AL SILENCIO
Amo el silencio,
mas no el silencio
del vacío oscuro,
el silencio carente
de sentido,
hosco y amenazante,
preñado de pavores,
y no el silencio
aislado
que evita
cualquier
entendimiento con los otros.
Amo el silencio vivo,
que envuelve como
aura serena
y llena las entrañas
hasta el fondo
con su luz creadora,
el silencio repleto
de Presencia
callada,
sin palabras,
que actúa con impulso
tierno y fuerte
al infundir su Vida
en nuestras vidas.
Amo el silencio de
siglos y milenios
en el que eres
antes de que
existiera cualquier tiempo,
Dios inefable,
desde el que infundes
la íntima alegría
de tu felicidad
inextinguible;
el silencio que
presidía la noche
en la que tu Palabra
descendió hasta la
tierra
para tomar nuestra
dañada carne
y levantarla a tu
infinita altura,
libre de su miseria,
tras de guardar la
espera misteriosa
del gran silencio
santo en el sepulcro.
Quiero el silencio
desde el que te adentras
en las profundidades
del espíritu
y dispensas tan plena
confianza
que el alma se
anonada
al experimentar tu
cercanía.
Dame vivir los
ámbitos
en donde tu silencio
se condensa,
como suave lluvia
que desciende hasta
el ánimo estragado
por tanto ruido y
verborrea insanes,
para ser renovado
interiormente
por ti,
Señor de la Palabra silenciosa,
que das el gozo puro
al regalar tu música
callada.
Abril, Sábado
Santo de 1994,
Abadía benedictina
del Valle de los Caídos (Madrid).
¿He
conseguido dar idea, siquiera imprecisa, de lo que considero como 'silencio
vivo'?
Así
lo deseo, amable lector.