¿Qué es esto?. Acaso, amigo lector, preguntarás: ¿A quién aludes con ese título
un tanto enigmático? De la Navidad sabemos bastante,
como tema religioso y motivo del arte cristiano, uno de los principales
que han movido a los artistas, grandes y medianos, desde casi los primeros siglos, pero,
sobre todo, a partir de los periodos bizantino y románico, para alcanzar el
cénit en el arte gótico, renacentista y barroco. ¿Qué artista de cierto
renombre se ha privado de representar las escenas navideñas en sus esculturas y
lienzos? Y también en el supremo arte de la música, desde los cantos
gregorianos a los grandes oratorios, Bach sobre todos, han compuesto obras
excelentes estimulados por el misterio y el encanto del mensaje navideño, la
encarnación del Verbo de Dios y su nacimiento como hombre, niño hijo de María
Virgen. Pero, ¿quién es ese Ayarra, como para ocuparse de él en estas fechas
entrañables?. En síntesis, digamos que una personalidad sobresaliente, como
persona y como músico, un artista aragonés de origen, pero sevillano de
adopción, del que henos disfrutado casi cincuenta años como maestro del supremo
arte musical del supremo instrumento que es el órgano, y que hemos perdido en
el presente año. De él y de su peculiar manera de ilustrar musicalmente la Navidad quiero ocuparme hoy, después de mese de silencio.
José Enrique Ayarra Jarne, recio aragonés natural de Jaca,
sacerdote, canónigo y organista titular del Cabildo Metropolitano Hispalense
desde 1961, como también del magnífico órgano del Hospital de los
Venerables, de cuya instalación por el gran organero alemán Grenzing fue responsable, este ilustre clérigo y genial músico, nos dejó la víspera del día de su santo, el 18 de marzo pasado. Con él
desaparece una de las máximas figuras interpretativas internacionales del
instrumento 'emperador', cuyos registros y secretos dominó a la perfección.
Ayarra fué niño prodigio en su tierra, que dio su primer recital de piano con cinco años y obtuvo el título de profesor de piano con sólo 11 años.Instrumentista de órgano destacado, dio infinidad de conciertos en más de 70 países. Fue también catedrático de órgano del Conservatorio Superior de Música de Sevilla, y, además, un incansable promotor de la difusión de esta música sublime y de la restauración de numerosos órganos históricos en España. Y grabó en CDs la obra más destacada, "Facultad orgánica", del insigne compositor sevillano de órgano e instrumentista del mismo en las catedrales de Sevilla, Jaén y Segovia, Francisco Correa de Arauxo (Sevilla,1584-Segovia, 1654). Como también grabó otro CD con música del Barroco y autores contemporáneos, Manuel Castillo.
Ayarra fué niño prodigio en su tierra, que dio su primer recital de piano con cinco años y obtuvo el título de profesor de piano con sólo 11 años.Instrumentista de órgano destacado, dio infinidad de conciertos en más de 70 países. Fue también catedrático de órgano del Conservatorio Superior de Música de Sevilla, y, además, un incansable promotor de la difusión de esta música sublime y de la restauración de numerosos órganos históricos en España. Y grabó en CDs la obra más destacada, "Facultad orgánica", del insigne compositor sevillano de órgano e instrumentista del mismo en las catedrales de Sevilla, Jaén y Segovia, Francisco Correa de Arauxo (Sevilla,1584-Segovia, 1654). Como también grabó otro CD con música del Barroco y autores contemporáneos, Manuel Castillo.
Dos grabaciones de José E. Ayarra: Correa de Arauxo y música barroca
Pero estos aspectos son basante conocidos entre los devotos
aficionados al más grandioso instrumento de cuantos existen, el órgano, una orquesta en pleno desde sus tubos, por lo
que no es mi intención extenderme en una biografía, sino glosar recuerdos menos
difundidos de este insigne músico, del que pude disfrutar de una cordial
amistad, desde los comienzos de su estancia en Sevilla, allá por los lejanos
años 60 del pasado siglo, en que ejerció también como coadjutor de la parroquia
de San Vicente Mártir. Mi remembranza de su figura va inolvidablemente
vinculada a los ciclos de órgano montados por su iniciativa en los tiempos previos
a los dos periodos mayores del calendario cristiano, Adviento-Navidad y
Cuaresma-Pascua, en los que pudimos disfrutar del arte de los más ilustres
organistas mundiales, él incluido. Pero, además, su recuerdo está unido
estrechamente a las celebraciones litúrgicas de la catedral hispalense, y sobre
todo, por su especial encanto, en los días grandes del tiempo navideño.
Como es norma en la liturgia catedralicia, las misas capitulares de las fiestas navideñas:
Natividad del Señor, Año Nuevo y Reyes, con los domingos intermedios, a las que
asistí muchos años, tuvieron un sello de especial significado, gracias a la
prodigiosa capacidad interpretativa y dotes de genial improvisador que
concurrían en el P. Ayarra. La solemnidad de tales celebraciones se mantendrá,
como es tradicional en el magno templo mayor de Sevilla. Pero, junto a esta
grandeza celebrativa, sospecho y lamento que, posiblemente, no tendrán el sello
intimista, popular y graciosamente encantador, como la visión de un hermoso
Belén o 'Nacimiento', de tan
tradicional presencia en hogares y templos cristianos. Esta impresión lograba
Don José Enrique con su peculiar modo de acompañar el canto coral de las Horas
canónicas, en especial las Laudes, que preceden a la celebración eucarística.
La sorpresa experimentada, al percibir la primera vez este
delicioso detalle que voy a referir, me animó a conservar el recuerdo, gracias
a la grabación, en un sencillo aparato de casette, algo que ahora conservo como
una joya de valor impagable. Esta experiencia es la que me ha movido a evocar,
con los términos del título, la actuación del ilustre organista, que para mí
constituyó siempre un acontecimiento vinculado al enternecedor clima navideño.
La eucaristía de cada día, va
precedida, en los templos que cuentan con un cabildo, de la recitación o canto
de los oficios de Lectura (los antiguos Maitines) y Laudes. En éstos últimos se
alterna el canto de los versículos con breves interludios del órgano, a modo de
adornos. Es aquí donde la soltura y genio impovisatorio del P. Ayarra, ponía un especial 'toque' de gracia navideña,
como el paisaje de un Belén repleto de pastores camino del Portal, donde la Sagrada Familia esperaba sus sencillos regalos.
¿En qué consistía la actuación musical del organista
capitular? Sorprendente: entre el pausado canto de cada versículo de los salmos por canónigos y coro,
este fiel asistente a la celebración se encontró captado por un sonido que traía
ecos y señales de montañas de corcho, caminos de serrín transitados por pastores
y pastoras con sus frutas, corderos, gallinas o panes, camino del Portal, para
dejar a los pies del Niño contemplado por los místicos ojos de María y José.
Pero muchos de esos pastores llevaban también flautas, tamboriles y zambombas
para cantar al recién nacido cánticos deliciosos que en los hogares cristianos
cantábamos padres e hijos ante el Belén familiar: ¡Los villancicos!; una delicia
entrañable, de gran variedad y estilo.
Pero no quiero terminar este recuerdo sin otra evocación
navideña del gran organista, que tuvo un original detalle en el día primero de año, fiesta de Santa María, Madre de Dios. Al final de la celebración litúrgica
suelen acostumbrar los organistas a interpretar alguna solemne y brillante
obra, como cierre de la festividad. Ayarra lo hacía siempre y los asistentes
esperábamos para disfrutar sus espléndidas actuaciones, que eran aplaudidas con
entusiasmo. Las insignes obras de Bach, Haendel, Cesar Frank y otros grandes
compositores encandilaban a los asistentes, como un postre exquisito.
Mas aquel
año, tal vez el de 2003, mientras los celebrantes se retiraban del altar mayor,
fuimos literalmente 'arrebatados' por los impresionantes acorde de los dos
grandes órganos, que sonaban, digamos, ¡a toda pastilla!, con los vibrantes
acordes, ¿de qué?...: ¡De la marcha Radezki!, la que marca el final del
concierto de Año Nuevo en Viena. Fue algo sobrecogedor escuchar, gracias al
vigor interpretativo del P. Ayarra, cómo el órgano nos regalaba esta obra de
fama mundial con una grandiosidad y brillo que ya quisieran haber podido escuchar los
maestros de la Filarmónica
vienesa. Ni que decir tiene que los aplausos, al final de esta soberbia
interpretación, sonaron largos y entusiastas.

Sala dorada. Musikverein de Viena
¡Navidad de Ayarra!: Ternura popular y brillante esplendidez
ante y desde el gran instrumento catedralicio sevillano, para devoción y delicia de fieles e incluso turistas, gracias a unas manos y corazón de músico
insuperable. Su recuerdo permanecerá inalterable en mi memoria, con gratitud y
emoción de aficionado y amigo. Que el Señor le conceda gloria para seguir
encantando a santos y ángeles en los órganos del cielo. Amén.
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