domingo, 31 de enero de 2016

PRODIGIOS DE LA NATURALEZA



CREPÚSCULOS DE INVIERNO

Crepúsculo: Claridad que hay al amanecer o al atardecer, cuando el sol no ha salido todavía o se ha ocultado ya. Concepto explicado por el Diccionario de Julio Casares.

Este bloguero tiene el regalo de habitar en un piso ático, situado en la provincia de Jaén, sin obstáculos que oculten el horizonte, lo que permite ver el paisaje en un semicírculo de 180º, desde cuya terraza se  abarca desde la sierra de Cazorla, a oriente, hasta los llanos de Bailén, a occidente. Panorama fascinante, sobre todo de montañas, algunas de gran altitud, como Sierra Mágina, en cuyas laderas se recuestan pueblos de dimensiones pequeñas y medianas, que en las noches claras rebrillan espléndidamente y también ponen su contrapunto de luz en atardeceres y amaneceres. En uno de los puntos más distantes, bajo la noble mole pétrea de Jabalcuz, la capital aparece iluminada en una extensa franja, sobre la cual luce el castillo de Santa Catalina, destacado por su iluminación artística. Con un buen teleobjetivo se pueden obtener espectaculares fotografías, como si tuviéramos a Jaén delante mismo de la casa, en los terrenos deportivos inmediatos. Y ello a los diversos momentos del día, pero sobre todo a la luz del crepúsculo.


Jaén visto en la lejanía, en un atardecer. Arriba, el castillo de Santa Catalina y Parador 

Ello es posible porque este entorno ambiental es natural 'escenario' de increíbles fenómenos en los que la luz juega un papel decisivo a cualquier hora del día o de la noche. Como ejemplo destacado, se pueden contemplar las elevadas montañas, si el año lo propicia con abundantes nevadas, revestidas de blanco velo brillante, manto que es bañado por la luz rosácea del crepúsculo matinal o vespertino, que les imprime un color admirable.


Sierras Mágina y Aznaitín, nevadas, al amanecer, con un pueblo al pie

Pero hay un fenómeno atmosférico que, por excelencia de cuantos puedan darse en estos paisajes, proporciona al contemplador ocasiones innumerables (así es, sin exageración) de extasiarse ante el espectáculo, incomparable con cualquier otro logrado por artificio humano, de la luz del crepúsculo, en la naciente mañana o el atardecer, algo que puede extenderse hasta la salida o la puesta de sol, que ya no es crepúsculo en sentido exacto. La luz del amanecer, o al atardecer, en sus cambiantes momentos, a veces de duración increíblemente breve, ofrece tal cúmulo de ocasiones de sublime belleza, que ya las quisieran para sí los más diestros pintores impresionistas.


Cambiantes colores del amanecer sobre la ciudad

 Mas, sobre todas las ocasiones en que estos fenómenos se producen, hay un periodo del año en que tales espectáculos naturales alcanzan las cotas de mayor esplendor y más variadas formas de presentarse: es en invierno, o, para ampliar un poco el lapso de tiempo, el otoño-invierno. Desde los ya declinantes días de noviembre hasta un avanzado febrero, las mañanas y tardes en que nos sorprende la cambiante coloración del cielo, abundan mucho más que en otros periodos, aunque nunca hay que descartar ocasiones memorables por su maravilloso aspecto. 


Crepúsculo al atardecer con nubes desflecadas

Y, una observación importante: las posibilidades de contemplar uno de estos fastuosos despliegues de luz requieren un elemento atmosférico que casi podemos calificar de imprescindible: las nubes. Sin formaciones nubosas, no de cielos cerrados sino de formas más o menos sueltas, aborregadas, en franjas alargadas, en cúmulos algodonosos, en desflecadas rachas de nubosidad, es prácticamente imposible que pueda darse un crepúsculo de singular hermosura. Aunque también se dan prodigios de luz en días de nubosidad densa, si se abre a retazos la masa nubosa y se derraman los haces de sol entre los rompientes cúmulos.


Haces de sol en un próximo atardecer

De lo que no hay duda es de que con el cielo raso, limpio de nubes, aunque pueda tener una luminosidad deslumbrante, nunca la luz se detendrá, por así decir, en bañar de amarillos, rojos y morados destellantes algo que no se encuentra en el cielo. Por el contrario, las mañanas y tardes de variable y suelta nubosidad ofrecen una propicia ocasión a la luz solar que va avanzando en el amanecer o retirándose tras la puesta sol, para que sus oblicuos reflejos bañen esas formaciones nubosas aludidas. Es entonces cuando, recién levantados o al estar trabajando ante la puerta acristalada de la terraza, somos sorprendidos por el fenómeno lumínico de incomparable belleza y grandiosidad, que, aparte de la admiración que suscita, hace surgir de lo profundo de la interioridad el recuerdo inevitable del Autor de estas maravillas, que pone la maestría de su mano en juego para crear este momento irrepetible (cada crepúsculo es único, aunque puedan parecerse) de plenitud estética  que ninguna mano humana puede conseguir.


Fascinante colorido del cielo al amanecer

Hay una variedad pasmosa de crepúsculos, que, en su mayor parte, vienen determinados por la configuración de las nubes, como antes he dicho, nubes que cubren todo el espacio celeste o sólo se arraciman en una parte. No es posible describir tanta variedad. Un excelente amigo me ha enviado una fotografía de amanecer, de colorido bellísimo, que tiene mucha semejanza con los que se contemplan desde mi terraza.       


Amanecer sobre el monasterio de Buenafuente del Sistal (Guadalajara)

En tales ocasiones se despierta el recuerdo de textos que hacen alusión a esos fenómenos naturales y de gratitud hacia su Autor. Los salmos abundan en expresiones de ese estilo, como el comienzo del 18: "El cielo proclama la gloria de Dios, /el firmamento pregona la obra de sus manos./ El día al día le pasa el mensaje,/ la noche a la noche se lo susurra" (El último verso alude a otro fenómeno fascinante: la noche estrellada, que en atmósfera clara de altas montañas, destella en innumerable luminaria). También el gran salmo a Dios creador, el 103, hace alusiones a la belleza del cielo.

Es tarea imposible el intentar hacer una descripción de estos fenómenos de excepcional belleza, que, por otro lado, poseen una enorme fugacidad. A veces bastan segundos para que un arrebol portentoso 'degenere', por así decir, en una nubosidad más o menos grisácea, aunque, en general, el crepúsculo presenta un proceso de colorido variante, que puede variar desde un incipiente añil hasta el rojo intenso, para irse apagando en tonos violáceos hasta perder el color por completo.


Del oro al gris sobre las torres de la ciudad

Gracias a Dios, sin embargo, contamos con la excelente técnica fotográfica para retener esos momentos irrepetibles en su progresiva varianza y poderlos disfrutar, por ejemplo como fondo de escritorio del ordenador o un sencillo repaso de los que tengamos archivados, o bien ofrecerlos a los amigos, que los suelen agradecer. Es una contemplación que relaja el ánimo, lo ensancha y lo renueva, al percibir la maravilla de la creación. Y pueden ocurrir coincidencias singulares, como un sencillo colorido al amanecer, pero con la luna en salida muy tardía.


Suave luz de amanecida, con luna llena.

O bien, se nos regalan auténticos espectáculos luminosos, si al declinar el sol por la tarde se encuentran acumulaciones nubosas que aparecen ribeteadas de luz radiante y componen un fenómeno de asombroso luminar, inimaginable por la fantasía más febril, hasta que se nos ofrece su veraz contemplación, dejándonos sumidos en la admiración más elevada.


Puesta de sol invernal con nubes ribeteadas de luz

Todo esto nos hace exclamar, poseídos de renovada y nunca agotada admiración, el verso con el que comienza el aludido salmo-himno 103: "DIOS MÍO, ¡QUÉ GRANDE ERES!. TE VISTES DE BELLEZA Y MAJESTAD, LA LUZ TE ENVUELVE COMO UN MANTO".

sábado, 9 de enero de 2016

DE LA FIESTA DE NAVIDAD Y SUS PARADOJAS

MANIPULACIÓN Y AUTENTICIDAD: LOS MAGOS.

Las complicaciones propias de las fiestas navideñas (poner 'nacimientos' en casa, algunas compras, encuentros familiares y otras), dejan poco margen para ocuparse de 'escapadas literarias'. Así, este blog ha quedado en un segundo plano de la atención. 





'Nacimiento', o 'Belén' familiar

Pero cuando ya se termina este tiempo de especial significado y denso contenido, el día mismo de la Epifanía, de Reyes, nos encontramos con uno de los aspectos más atractivos y la vez más degenerados de los que se contemplan en el gran escenario de la Navidad. Y esa degeneración es debida, en buena parte, a la pérdida del sentido auténtico de estas festividades, de lo que la publicidad y la parafernalia comercial son muestra muy expresiva. Me refiero a una faceta de las más bellas y de la mayor trascendencia humana, teológica y litúrgica (para los cristianos orientales de raíz griega, la festividad más importante y central): es la ya citada fiesta de la Epifanía del Señor, que viene dada por una celebración original, la adoración de los Magos al Niño Jesús. En la Iglesia griega es la festividad principal de Navidad; la fiesta del 25 de diciembre (con la idílica adoración de los pastores, tras el anuncio angélico) pertenece a la


El Greco. Adoración de los pastores


Iglesia latina, occidental. 

Pues bien: si existe una festividad de origen cristiano más aviesamente maltratada es esta de la Epifanía, y si se dan unas figuras más tergiversadas, manipuladas y hasta podríamos decir ridiculizadas entre las que aparecen en el panorama cristino, son las de los Magos de Oriente, que encarnan la búsqueda y el encuentro de los pueblos gentiles, o sea, paganos, con el Dios vivo revelado al pueblo de Israel y extendido, tras la muerte y resurrección de Jesús, a los propios pueblos extranjeros al de la primitiva Alianza (los gentiles, en lenguaje bíblico). La promesa de salvación dirigida al pueblo judío tiene como figura culminante, en el cenit de la historia, a Jesús de Nazaret, el Mesías anunciado por los profetas; pero ese Salvador es rechazado por los dirigentes del pueblo hasta hacerlo matar en una cruz (la forma de muerte más infamante de aquella época), y siguen manteniendo su rechazo durante los siglos siguientes hasta hoy, salvo casos particulares de conversión; mas como pueblo, en conjunto, lo sigue rechazando.

Los Magos (en ningún momento se habla de 'reyes' en el texto evangélico mateano, sino que ese término implica ya una transformación que arranca de algunos salmos -el 71 sobre todo- y profecías, hasta el extremo de haberse afirmado por algunos que los Reyes Magos -figura ya deformada- procedían de Tarsis, el Tartesos ibérico, situado en el extremo de la península más occidental conocida en la antigüedad), son sabios orientales, probablemente persas, que se dedican a la astrología. 



Los magos, en comitiva nocturna, camino de Belén

Es impresionante y conmovedora la figura venerable de aquellos sabios, que se dejaron guiar por una misteriosa estrella (no entremos en las cábalas de las investigación astronómica e histórica), hasta la Jerusalén judaica, y preguntan por un "nacido rey de los judíos, del que hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo", indagación que conmueve hasta la raíz al perverso Herodes el Grande (uno de los mayores criminales de la historia), y con él a toda Jerusalén, incluidos los sabios escribas y doctores de la Ley, que dan el dato exacto, pero no mueven un dedo para ir a adorar a ese rey anunciado por los profetas.

Las personas de estos magos, que, efectivamente, se dirigen a la Belén indicada por la profecía y adoran al Niño Jesús, al que ofrecen los espléndidos dones, que se han interpretado como signos de su triple condición: oro, como Rey, incienso, como Dios, y mirra (el perfume que se emplea para embalsamar el cuerpo difunto), como Redentor. Estas figuras y su gesto de donación de regalos ha sufrido la aludida tergiversación y manipulación a lo largo de la historia, desde muchos siglos atrás; y comienza por la 'conversión' de sus personas de sabios inquietos que buscan un 'Alguien' que tiene sentido y significado absoluto, en unos monarcas cuya imagen 'política', aunque piadosa -con toda la parafernalia de comitivas regias con que la han revestido los artistas, desde los miniaturistas medievales a los insignes barrocos, como Tiziano o Rubens-.



Comienza el 'cambio' de Magos a Reyes: Miniatura de un libro de Horas (s. XV)


Confirmación del cambio: Adoración de los Reyes. Cornelis de Vos (s. XVI)

Esta tergiversación alcanza en la época moderna un grado tal de estupidez y ridiculez que llena de asombro a quien contempla este fenómeno. No ya el manejo interesado de convertir la fiesta de la Epifanía en un reclamo para hacer regalos a niños y mayores, hasta el indecente consumismo azuzado por la perversa publicidad que nos aturde. Los 'Reyes Magos', aparte de cabalgatas y otros jaleos, han llegado a convertirse con frecuencia en muñequillos de aspecto infantiloide -algo semejante a la figura también falseada del nórdico y anglosajón Papá Noel-, manejados en caricaturas y reclamos comerciales.

La deformación de los Magos ha llegado hasta la canción popular, los villancicos, no sabemos en qué momento, pero hace muchos años: "Ya vienen los Reyes Magos caminito de Belén, cargaditos de juguetes, para al Niño entretener"... ¡Qué tergiversación más penosa del acto de adoración y ofrenda al Mesías!... Juguetes para entretener al Niño... Y lo cantamos con toda naturalidad, como si fuera ese el objetivo de los regalos regios...  En este año de 2016, en Madrid, la fobia anticristiana de una impresentable alcaldesa ha transformado la imagen de los Magos, para la cabalgata tradicional (ya que no se ha atrevido a suprimirla, como hubiera preferido), en unos fantoches carnavalescos de vestiduras falsamente festivas...

En resumen, es digno de notar el proceso, digamos, 'destructivo', por deformador, de lo que se mueve en torno a estas figuras venerables del mundo navideño, que en su momento hicieron temblar con su pregunta ("¿Dónde ha nacido el Rey de los Judios?") al implacable déspota oriental, Herodes, siempre en actitud de sospecha hacia cuantos pudieran constituir un peligro, real o imaginario para su ansia de poder exclusivo, aunque fueran sus hijos (mandó matar a tres de ellos, y desencadenará la matanza de los niños inocentes de Belén y su comarca). Si de la Navidad se ha hecho un objeto de 'uso y abuso', de consumo, en nombre de una alegría que ha llegado, en innumerables casos, a desvincularse de su base referencial del nacimiento del Salvador, la imagen de los Magos es, tal vez, la más deformada de cuantas existen en torno a ese acontecimiento capital, que divide en dos la historia humana. Pero, en fin, dejémoslo, en cuanto a sus personas, en Reyes, como los representa muy ampliamente, el arte cristiano: La adoración de los Reyes Magos. 



Adoración de los Reyes. Retablo del monasterio de El Paular (s. XV)

Sin embargo, aprendamos de su sabiduría científica verdadera la inquietud para no quedarse en su cómodo 'observatorio astronómico', sino que, como ellos dejemonos guiar por la Estrella anunciadora de la gran noticia, la mayor de toda la historia cósmica y humana, como anunciaron los ángeles a los humildes pastores:"Os traigo una gran noticia: en Belén de Judá os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor".