PRESENCIA Y MISTERIO DE LA LUZ EN LAS NUBES
¿Que hay detrás o dentro de este título algo 'cabalístico' y
aparentemente fantasioso?. Después del 'atracón' de arte de las últimas entradas, bien puede uno
permitirse una digresión orientada a otros niveles y motivada por otros ámbitos
de realidad, aunque podría suceder al final que nos encontráramos abocados a
los altos niveles que hemos percibido en lo antes comentado.
"Estar en las
nubes", una expresión bastante común para referirla, sobre todo,. a
personas que tienden a despreocuparse de la inmediatez cotidiana y 'pedestre'
para 'escaparse', huir o situarse en un mundo imaginario, abstracto, un tanto
onírico, en cualquier caso alejado en más o menos medida de la realidad 'real',
tangible y manejable, que constituye el objeto de la ocupación y hasta preocupación
del común de los mortales.
Pues no va por ahí el tema. No vamos a desplegar una
panoplia de razonamientos en apoyo o descalificación de lo que acabamos de
decir. Nuestras apreciaciones, ideas o consideraciones van a centrarse del modo
más directo sobre esas dos realidades físicas que indica el título más arriba;
vamos a hablar, sencillamente, de la luz y las nubes.
Dos 'entes' físicos, uno tan esencial para la vida que sin
él no cabe pensar en la existencia de seres vivos. "Hágase la luz", dice el Génesis al principio al
contarnos con imágenes de gran simbolismo, el fenómeno de la creación... "Y la luz se hizo", continúa
el relato. Después, viene lo demás, tierra, mar, plantas, animales y el hombre
(varón y mujer), pero esto ocurre 'después', tras la aparición fulgurante de la
luz, condición esencial de vida...
Por cierto, y esto es una digresión en la digresión que nos
ocupa: Si hay algún aficionado a la música, la gran música por supuesto, tal
vez conozca una de las obras cumbres del clasicismo musical: el oratorio "La Creación ", de Joseph Haydn, el gran
maestro al servicio del príncipe Esterhazy. En los pasajes iniciales, que
siguen el texto del Génesis, se narra la creación de la luz. Y en el momento en
que el barítono exclama: "Y la luz
se hizo", un fortísimo acorde en crescendo, pero extraordinariamente armónico, en
el que predomina toda la cuerda de la orquesta, irrumpe prodigiosamente y llena
por completo el ambiente, el aire diríamos, sumergiendo al oyente en una
plenitud de sobrecogedor asombro, pero carente de cualquier acento terrible. Todo es
hondura, altura y profundidad, que embargan el ánimo del oyente en una vivencia
que no puede menos de calificarse como 'luminosa'.
Joseph Haydn
Es uno de los supremos
prodigios que se pueden experimentar en la gran música... Y es sólo un acorde,
prolongado, denso, absoluto.: ¡EXISTE LA
LUZ !, ¡PUEDE COMENZAR LA VIDA !. Para encontrar una imagen visual de este prodigio, que nos
llevaría al plano más alto de lo trascendente, hay que recurrir a otro genio universal, el máximo, éste de las artes plásticas, Miguel Ángel Buonarrotti, y su inmensa, increíble
obra pictórica suprema: la Capilla Sixtina
del Vaticano. En su bóveda despliega el artista los sucesos primeros del Génesis, ante todo, la creación. Una de las escenas formidables que pintó, la
segunda, es la creación de la luz, allí representada, no por el sol, que es
otra cosa, sino por una expansión lunínica, en circulo que podemos imaginar
creciente, que surge al gesto imperioso del potentísimo y dominador anciano,
que sería el Creador. Algo también formidable para ilustrar el acorde
haydiniano de su oratorio.
Pues bien, la luz tiene un como elemento de contraste, que
tomado en sentido absoluto sería la tiniebla... Y viene aquí bien la cita de
San Juan en su primera carta: "Dios
es luz sin tiniebla alguna". Cuando aparece Dios, la tiniebla se
esfuma, se deshace. Así también la representa Miguel Ángel en el mismo espacio
de la bóveda sixtinense: la tiniebla, que ha cubierto la superficie de las
aguas, huye de espaldas ante la creciente expansividad de la luz recién aparecida (imagen
magnífica, en escorzo).
Sin embargo, hay un elemento natural que pudiera asemejarse
a la tiniebla, que tiene como algo de tiniebla, que son las nubes. Pero no es
tiniebla. Las nubes conviven, 'dialogan', con la luz, aunque pueden ocultarla
casi del todo, o por completo en ocasiones. Nubes de infinita variedad y dibujo, nubes espesas como mantas,
arremolinadas, o leves, como velos sutiles, desflecadas. Las nubes son un
elemento fascinante en el cielo, sobre todo en dos momentos del día, amanecer y
atardecer. En ellas se proyecta, se filtra y se desliza la luz y puede llegar a
formar auténticos prodigios de belleza que ningún hombre es capaz de crear...
Son, por así decir, expresión de la suprema pericia y el insuperable poder
creador del Creador de la luz y la belleza.
Nubes en la temprana mañana
Este 'peregrino del silencio' tiene su vivienda en un piso
ático de no mucha altura (es sólo un 4º piso), pero sin que enfrente haya
construcciones que puedan ocultar el horizonte que se divisa (y disfruta) desde
la terraza de la vivienda... Y, ¡qué horizonte!. En un semicírculo de 180 grados puede verse un panorama de valles y montañas con alturas diversas, entre las cuales se atisban las pequeñas masas
de los pueblos más o menos cercanos; sobre ellas el cielo abierto y, a un
lado, las torres de los edificios monumentales... En este pasmoso escenario se
producen a menudo, al amanecer y al crepúsculo vespertino, fenómenos de luz y
nubes absolutamente indescriptibles...
Amanecer
No hay lenguaje adecuado para describir
la cambiante sucesión de arreboles que el inicio o la terminación del día va
produciendo. Al atardecer es cuando, por la mayor magnitud del paisaje y las
montañas que lo llenan, se dan los fenómenos de puesta de sol más asombrosos.
Pero hay amaneceres, hasta la salida del astro rey, que nada tienen que envidiar
a la luminosidad vespertina, al inundar con sus reflejos las cambiantes nubes,
que pueden adquirir, en sucesión expandida por la bóveda celeste, el aspecto de
grandes rebaños de corderos que, en lugar de blanca lana, visten de rosicler,
de anaranjado o rojiza la veste de los animales. O son nubes desflecadas que
tiñen de luz rosada la sutileza de su velo.
Otras veces, en días de nubosidad cerrada, cargada de cúmulos,
se produce el prodigio de abrirse el encapotado cielo por algún sitio y deja
pasar haces de luz que proyectan sus rayos sobre la tierra. Es algo así como,
en pintura, presenta el artista fenómenos de visiones celestiales sobre una
imagen en la tierra. Se denomina esto técnicamente "rompimiento de gloria". Pues bien, estos fenómenos de la
luz descendente en haces sobre la tierra pueden estimarse como 'divinos rompimientos de
gloria'.
En las frías mañanas de otoño e invierno es frecuente que se formen nubes muy sutiles, como de algodón deshilachado, que descienden y se posan a jirones sobre el haz de los valles y dejan por encima las altas montañas. Es una visión bellísima, cautivadora, y más si el sol naciente las baña con luz tornasolada, que puede hasta suscitar versos admirados:
En el amanecer del nuevo día,
con la luz estrenada,
bajan las nubes como mantas cósmicas
y se recuestan sobre las montañas,
acariciándolas,
como un húmedo chal cubre la hierba,
que surge, estremecida de rocío,
en vibración rendida ante su beso.
Como hadas o sílfides,
sutilmente cubiertas de sus velos,
de casi inmaterial tejido etéreo,
así descienden las flotantes nubes,
en la fresca mañana,
sobre suelo verdoso de los valles.
Nubes bajas sobre el valle
A lo lejos, como tendida a lo largo de las faldas de un alto
monte, se encuentra una ciudad importante, que en la noche resplandece con la
luz de su recinto urbano y la más brillante de la iluminación artística del castillo a cuyos pies se recuesta la urbe. Utilizando un potente teleobjetivo
y con la precaución de un trípode, pueden obtenerse fotografías fascinantes de
la ciudad al atardecer y comienzo de la noche, tanto con el cielo despejado, en
el que todavía lucen los últimos reflejos del crepúsculo, como en ocasiones en
que las nubes se ciernen sobre montaña y ciudad, ofreciendo un espectáculo
natural de belleza sólo estimable mediante la contemplación del maravilloso
fenómeno. Extasiarse en tales ocasiones, cuando la luz y las nubes ofrecen tan
inimaginable prodigio, es un momento (a veces breve, dada la
cambiante duración de estos fenómenos) en que la palabra 'contemplación'
adquiere su auténtico significado.
Crepúsculo sobre la ciudad iluminada
Y estas experiencias de luz y nubes traen a
la memoria del peregrino (que aquí queda sumido en el más asombrado silencio)
algunos versos de uno de los salmos más hermosos del salterio, el 103, que
canta y alaba la grandiosidad de la creación y de su Autor:
"¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto...
Las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las alas del viento."
Miguel Ángel: Dios creador llevado por ángeles (det.) Bóveda de la C. Sixtina
¡Caramba!. Al fin hemos venido a pasar de lo humanamente perceptible, a su dimensión divina... Y vuelve la memoria a recordar la
portentosa obra miguelangelesca de la Capilla Sixtina. No me cabe
duda de que el gran artista conoció y tuvo en cuenta en su genial proceso
expresivo estos versos del salmista, porque aquella nobilísima figura de Dios
creador, está realmente envuelta en el manto de la luz y avanza en su carroza
de nubes sobre las alas del viento, figurado en imágenes angélicas.