domingo, 1 de noviembre de 2015

LUZ EN LAS NUBES

PRESENCIA Y MISTERIO DE LA LUZ EN LAS NUBES


¿Que hay detrás o dentro de este título algo 'cabalístico' y aparentemente fantasioso?. Después del 'atracón' de arte de las últimas entradas, bien puede uno permitirse una digresión orientada a otros niveles y motivada por otros ámbitos de realidad, aunque podría suceder al final que nos encontráramos abocados a los altos niveles que hemos percibido en lo antes comentado.

"Estar en las nubes", una expresión bastante común para referirla, sobre todo,. a personas que tienden a despreocuparse de la inmediatez cotidiana y 'pedestre' para 'escaparse', huir o situarse en un mundo imaginario, abstracto, un tanto onírico, en cualquier caso alejado en más o menos medida de la realidad 'real', tangible y manejable, que constituye el objeto de la ocupación y hasta preocupación del común de los mortales.

Pues no va por ahí el tema. No vamos a desplegar una panoplia de razonamientos en apoyo o descalificación de lo que acabamos de decir. Nuestras apreciaciones, ideas o consideraciones van a centrarse del modo más directo sobre esas dos realidades físicas que indica el título más arriba; vamos a hablar, sencillamente, de la luz y las nubes.

Dos 'entes' físicos, uno tan esencial para la vida que sin él no cabe pensar en la existencia de seres vivos. "Hágase la luz", dice el Génesis al principio al contarnos con imágenes de gran simbolismo, el fenómeno de la creación... "Y la luz se hizo", continúa el relato. Después, viene lo demás, tierra, mar, plantas, animales y el hombre (varón y mujer), pero esto ocurre 'después', tras la aparición fulgurante de la luz, condición esencial de vida...


Por cierto, y esto es una digresión en la digresión que nos ocupa: Si hay algún aficionado a la música, la gran música por supuesto, tal vez conozca una de las obras cumbres del clasicismo musical: el oratorio "La Creación", de Joseph Haydn, el gran maestro al servicio del príncipe Esterhazy. En los pasajes iniciales, que siguen el texto del Génesis, se narra la creación de la luz. Y en el momento en que el barítono exclama: "Y la luz se hizo", un fortísimo acorde en crescendo, pero extraordinariamente armónico, en el que predomina toda la cuerda de la orquesta, irrumpe prodigiosamente y llena por completo el ambiente, el aire diríamos, sumergiendo al oyente en una plenitud de sobrecogedor asombro, pero carente de cualquier acento terrible. Todo es hondura, altura y profundidad, que embargan el ánimo del oyente en una vivencia que no puede menos de calificarse como 'luminosa'. 


Joseph Haydn

Es uno de los supremos prodigios que se pueden experimentar en la gran música... Y es sólo un acorde, prolongado, denso, absoluto.: ¡EXISTE LA LUZ!, ¡PUEDE COMENZAR LA VIDA!. Para encontrar una imagen visual de este prodigio, que nos llevaría al plano más alto de lo trascendente, hay que recurrir a otro genio universal, el máximo, éste de las artes plásticas, Miguel Ángel Buonarrotti, y su inmensa, increíble obra pictórica suprema: la Capilla Sixtina del Vaticano. En su bóveda despliega el artista los sucesos primeros del Génesis, ante todo, la creación. Una de las escenas formidables que pintó, la segunda, es la creación de la luz, allí representada, no por el sol, que es otra cosa, sino por una expansión lunínica, en circulo que podemos imaginar creciente, que surge al gesto imperioso del potentísimo y dominador anciano, que sería el Creador. Algo también formidable para ilustrar el acorde haydiniano de su oratorio.


Y la luz se hizo. Miguel Ángel: Boveda de la Capilla Sixtina

Pues bien, la luz tiene un como elemento de contraste, que tomado en sentido absoluto sería la tiniebla... Y viene aquí bien la cita de San Juan en su primera carta: "Dios es luz sin tiniebla alguna". Cuando aparece Dios, la tiniebla se esfuma, se deshace. Así también la representa Miguel Ángel en el mismo espacio de la bóveda sixtinense: la tiniebla, que ha cubierto la superficie de las aguas, huye de espaldas ante la creciente expansividad de la luz recién aparecida (imagen magnífica, en escorzo).

Sin embargo, hay un elemento natural que pudiera asemejarse a la tiniebla, que tiene como algo de tiniebla, que son las nubes. Pero no es tiniebla. Las nubes conviven, 'dialogan', con la luz, aunque pueden ocultarla casi del todo, o por completo en ocasiones. Nubes de infinita variedad y dibujo, nubes espesas como mantas, arremolinadas, o leves, como velos sutiles, desflecadas. Las nubes son un elemento fascinante en el cielo, sobre todo en dos momentos del día, amanecer y atardecer. En ellas se proyecta, se filtra y se desliza la luz y puede llegar a formar auténticos prodigios de belleza que ningún hombre es capaz de crear... Son, por así decir, expresión de la suprema pericia y el insuperable poder creador del Creador de la luz y la belleza.


Nubes en la temprana mañana


Este 'peregrino del silencio' tiene su vivienda en un piso ático de no mucha altura (es sólo un 4º piso), pero sin que enfrente haya construcciones que puedan ocultar el horizonte que se divisa (y disfruta) desde la terraza de la vivienda... Y, ¡qué horizonte!. En un semicírculo de 180 grados puede verse un panorama de valles y montañas con alturas diversas, entre las cuales se atisban las pequeñas masas de los pueblos más o menos cercanos; sobre ellas el cielo abierto y, a un lado, las torres de los edificios monumentales... En este pasmoso escenario se producen a menudo, al amanecer y al crepúsculo vespertino, fenómenos de luz y nubes absolutamente indescriptibles... 


Amanecer

No hay lenguaje adecuado para describir la cambiante sucesión de arreboles que el inicio o la terminación del día va produciendo. Al atardecer es cuando, por la mayor magnitud del paisaje y las montañas que lo llenan, se dan los fenómenos de puesta de sol más asombrosos. Pero hay amaneceres, hasta la salida del astro rey, que nada tienen que envidiar a la luminosidad vespertina, al inundar con sus reflejos las cambiantes nubes, que pueden adquirir, en sucesión expandida por la bóveda celeste, el aspecto de grandes rebaños de corderos que, en lugar de blanca lana, visten de rosicler, de anaranjado o rojiza la veste de los animales. O son nubes desflecadas que tiñen de luz rosada la sutileza de su velo.

Otras veces, en días de nubosidad cerrada, cargada de cúmulos, se produce el prodigio de abrirse el encapotado cielo por algún sitio y deja pasar haces de luz que proyectan sus rayos sobre la tierra. Es algo así como, en pintura, presenta el artista fenómenos de visiones celestiales sobre una imagen en la tierra. Se denomina esto técnicamente "rompimiento de gloria". Pues bien, estos fenómenos de la luz descendente en haces sobre la tierra pueden estimarse como 'divinos rompimientos de gloria'.




En las frías mañanas de otoño e invierno es frecuente que se formen nubes muy sutiles, como de algodón deshilachado, que descienden y se posan a jirones sobre el haz de los valles y dejan por encima las altas montañas. Es una visión bellísima, cautivadora, y más si el sol naciente las baña con luz tornasolada, que puede hasta suscitar versos admirados:

En el amanecer del nuevo día,
con la luz estrenada,
bajan las nubes como mantas cósmicas
y se recuestan  sobre las montañas,
acariciándolas,
como un húmedo chal cubre la hierba,
que surge, estremecida de rocío,
en vibración rendida ante su beso.
Como hadas o sílfides,
sutilmente cubiertas de sus velos,
de casi inmaterial tejido etéreo,
así descienden las flotantes nubes,
en la fresca mañana, 
sobre suelo verdoso de los valles.


Nubes bajas sobre el valle

Al atardecer, reiteramos, es, desde luego, cuando se suceden los fenómenos de luz más fascinantes que puedo contemplar, mientras el sol desciende hasta perderse en la línea del lejano horizonte. A lo largo del año se va desplazando el punto por donde el astro se oculta, y esto influye en la cualidad del fenómeno generado. Y sucede con frecuencia que, pasado un largo rato de la desaparición del sol, aparecen tonalidades de un rojo intenso que va derivando al violáceo cada vez más oscuro, hasta convertirse en un gris uniforme.




A lo lejos, como tendida a lo largo de las faldas de un alto monte, se encuentra una ciudad importante, que en la noche resplandece con la luz de su recinto urbano y la más brillante de la iluminación artística del castillo a cuyos pies se recuesta la urbe. Utilizando un potente teleobjetivo y con la precaución de un trípode, pueden obtenerse fotografías fascinantes de la ciudad al atardecer y comienzo de la noche, tanto con el cielo despejado, en el que todavía lucen los últimos reflejos del crepúsculo, como en ocasiones en que las nubes se ciernen sobre montaña y ciudad, ofreciendo un espectáculo natural de belleza sólo estimable mediante la contemplación del maravilloso fenómeno. Extasiarse en tales ocasiones, cuando la luz y las nubes ofrecen tan inimaginable prodigio, es un momento (a veces breve, dada la cambiante duración de estos fenómenos) en que la palabra 'contemplación' adquiere su auténtico significado. 


Crepúsculo sobre la ciudad iluminada

Y estas experiencias de luz y nubes traen a la memoria del peregrino (que aquí queda sumido en el más asombrado silencio) algunos versos de uno de los salmos más hermosos del salterio, el 103, que canta y alaba la grandiosidad de la creación y de su Autor:

"¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto...
Las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las alas del viento."

                     
                
Miguel Ángel: Dios creador llevado por ángeles (det.) Bóveda de la C. Sixtina


¡Caramba!. Al fin hemos venido a pasar de lo humanamente perceptible, a su dimensión divina... Y vuelve la memoria a recordar la portentosa obra miguelangelesca de la Capilla Sixtina. No me cabe duda de que el gran artista conoció y tuvo en cuenta en su genial proceso expresivo estos versos del salmista, porque aquella nobilísima figura de Dios creador, está realmente envuelta en el manto de la luz y avanza en su carroza de nubes sobre las alas del viento, figurado en imágenes angélicas.