lunes, 21 de noviembre de 2016

TIEMPO ESCATOLÓGICO

TIEMPO Y ACTITUD ESCATOLÓGICA

           
            Una especie de salto en el vacío damos respecto al amable y casi idílico tema que nos ha ocupado en las últimas 'apariciones'. Pero no tanto. Hay más de apariencia que de realidad. Del 'paraíso en la tierra', que constituye el segoviano monasterio del Parral, al trasfondo de lo que, enmarcados por la belleza de su recinto, la abundosa grandiosidad de sus jardines y el misterioso ambiente que la luz y la oscuridad de la noche y el amanecer imprimen a aquel reducto de sosiego y hondura espiritual; de todo eso saltamos a la contemplación de lo que tan propicio ámbito nos evoca: el encuentro con la realidad suma e insoslayable, que en ningún momento se nos aparece con mayor patencia como en el lapso temporal de finales de año.    

            Nos hallamos en tiempo que va mirando al término del año, tanto civil como litúrgico; más cercano el segundo, que suele situarse a finales de noviembre. La festividad de Jesucristo, Rey del Universo, coincidente con el XXXIV domingo del año litúrgico, pone punto final al tiempo celebrado como memoria del decurso histórico del acontecimiento de la salvación operada por Jesucristo y realizada, digamos virtualmente, a lo largo de año cronológico. La necesidad de acomodarse a la celebración de la Navidad, con las cuatro semanas preparatorias que la preceden (el Adviento) produce esta diferencia.


           Pues bien, la proximidad del final de ambas percepciones del tiempo, que en último término es sencilla cronología, pero con diferentes implicaciones existenciales, ha traído la idea de la finitud temporal y vital a la memoria o, por mejor decir, a la consciencia de la memoria (que es como un gran archivo del que tomamos nuestras vivencias pretéritas y la percepción del existir como un proceso global que integra infinidad de aspectos); de ese archivo, con el recuerdo del pasado, tomamos consciencia de la realidad insoslayable del carácter finito de la existencia humana, social y cósmica. Persona, sociedad global y aún la totalidad cósmica de lo existente, se hallan abocadas a un final, igual que tuvieron un comienzo, sin entrar ahora en teorías sobre el modo como pudo suceder ese principio, aunque sí nos interesa mirar de frente, de hito en hito, hacia el otro extremo del 'continuum' de la existencia, desde el cosmos a la persona.

            Este es el punto sobre el que deseo reflexionar y compartir contigo, amigo lector, en parte por tendencia espontánea, cada día más presente en el plano de lo consciente personal, es el referente al final, a la ultimidad de lo existente. Hay un término, un vocablo de origen clásico, si bien ha sufrido una lamentable tergiversación, que denomina con exactitud este ámbito de realidad: es el de 'escatología'. Por ello estimo conveniente ofrecer el significado del término, y de su 'vesión adulterada', tal como lo expone el diccionario ideológico de Julio Casares, de la Real Academia Española.

            Escatología: "Conjunto de creencias y doctrina referentes a la vida de ultratumba". Este es el sentido originario estricto, derivado del término griego 'eskhaton' o 'eschaton', que significa 'ultimidad', y hace referencia a la vida futura del ultramundo, más allá de la muerte. Tiene, además, una derivación vulgar y retorcida, que también recoge el diccionario ideológico de Julio Casares, que refiere el término a las 'cosas excrementicias', sin duda por su relación con la podredumbre del cuerpo muerto y los desechos alimenticios.

            Aquí vamos a utilizar el vocablo en su sentido auténtico, referido a la ultimidad de la existencia y su tránsito, es decir, paso o 'pascua', al 'más allá', a la 'vida después de la vida' (¿la hay realmente, se preguntarán hoy muchos?... La fe cristiana y la 'intuición' o el sentido del sobrevivir casi universal dicen que sí), y al tiempo que la precede en el más acá, que incluye ese momento terrible, aunque otros lo llamen 'esperanzado', que es el final preciso, la muerte, así como, también en términos de fe judeocristiana, el juicio, la comparecencia ante el Juez, que valorará las obras de cada uno según la medida que de diversas maneras y con la imagen de algunas parábolas, recoge el Evangelio. Este conjunto de 'acontecimientos' es el que evoca ese himno impresionante, utilizado en la liturgia católica de difuntos hasta las reformas derivadas del Concilio Vaticano II, conocido con sus dos palabras iniciales, "Dies irae" (Día de la ira), lo que supone una idea de algo terrible, pero en realidad tiene origen evangélico, aunque su visión terrorífica arraiga en la Edad Media y va creciendo hasta los tiempos del Romanticismo, en cuyo periodo se constituye en eje de obras literarias y musicales. La contemplación de una obra tan significativa como genial, que es el Juicio Final, con el que Miguel Ángel cubrió el enorme testero frontal de la Capilla Sixtina vaticana, nos ofrece una imagen insuperable de ese 'pavor' que evoca el canto del Dies irae.


             El ademán de Jesucristo dominador, Juez absoluto, llena de espanto hasta a los mismos bienaventurados, que exhiben el trofeo de su martirio (así el asombroso ejemplo de San Bartolomé que muestra a Cristo su piel arrancada), y hasta la imagen de la Virgen María aparece como asustada, con la cabeza vuelta hacia otro lado.



             La concepción más actual de ese momento como un encuentro con Jesús y el Dios Padre misericordioso, algo ciertamente grave, pero deseable para los que han vivido en la fe, ha desplazado de la liturgia posterior, aunque se haya perdido una invocación, un clamor  formidable a esa misma misericordia. Como imagen artística expresiva de este otro modo de percibir ese momento final, un artista contemporáneo del genio florentino y no menos genial, como es el Greco, no ofrece la visión que corona el espléndido lienzo del entierro del Señor de Orgaz, donde Cristo aparece como un Juez de  misericordia en medio de la Gloria.



            Los aconteceres escatológicos, que en la doctrina cristiana se conoce como 'postrimerías' y se concreta en cuatro 'momentos' o 'situaciones', muerte, juicio, infierno y gloria, ha tenido una enorme influencia en la cultura inspirada por el cristianismo, de modo que, por así decir, inunda el pensamiento occidental, al que ha servido 'material' de profundas consideraciones, tanto en el campo de la filosofía como de la poesía y la narración. Y en las artes, como nos muestran las ilustraciones que traemos, ha sido uno de los temas fundamentales, por la enorme fuerza de sus asuntos, como también en el ámbito de la música, tanto sagrada como profana. Esta relación da pie a 'enjaretar' ensayos que tendrían cabida en nuestras 'páginas de blog'. Y no renunciamos a entrar en ello, pero ahora estimamos preferible entrar en lo más nuclear de aquella realidad 

            Y la realidad que se impone es, ante todo, la del estricto fenómeno escatológico, la realidad de un 'más allá' repleto de misterio y, por tanto, de enigmas insolubles, pero plagado de cuestiones de la mayor trascendencia (aunque alguno pueda mirarlo con cierta sospecha, perplejidad y aún displicente ironía o hasta sarcasmo, en un reprimido afán de sentirse libre de tales preocupaciones o desconfiado de su valor). Que estamos abocados a un final, tras del cual desconocemos qué hay (a pesar de que la fe cristiana pueda darnos determinadas respuestas que salen de lo experimentalmente comprobable), e incluso si lo hay en verdad, este hecho incontestable da lugar (lo ha dado siempre al pensamiento) a plantearse cuestiones que han llenado páginas y tratados, tanto de carácter teológico como de filosofía profana, o de simple literatura, como de poesía.



            Todo cuanto estamos exponiendo tiene, respecto a otros ángulos de enfoque, un matiz y 'tinte' específicamente cristiano, porque ante el enigma de ese futuro incognoscible muchas personas que no compartan el credo cristiano responderán con un 'no merece la pena deshacerse en lucubraciones sobre algo que no podemos conocer; ante semejante incógnita sólo cabe limitarse a vivir lo que tenemos delante y cuando llegue ese momento final entrar en él con suficiente sosiego psicológico'. Respuesta aparentemente 'sensata', pero que no deshace o elimina de raíz el 'pellizco' de ansiedad que esa realidad pinza en nuestra piel.

            Visto desde dicho enfoque cristiano, la referencia básica y definitiva es la virtud de la esperanza, que impregna el ánimo de una especia de bálsamo que posibilita enfrentarse con esas realidades en actitud y talante sosegado, capaz de superar el sentimiento de angustia que, naturalmente, invade a la persona en sus niveles profundos y generan sentimientos derivados, hasta el pánico, la conmoción emocional que zarandea el psiquismo y lo bloquea, imposibilitando la visión equilibrada de tan críticas circunstancias existenciales. Pues la consciencia de su carácter crítico, conmovedor en sentido negativo, es un hecho innegable. Pero la esperanza, evidentemente sostenida por la fe en una serie de realidades, ante todo de la existencia de Dios como amor acogedor y el mundo 'supramundano que en él se sustenta, realidades, repetimos, que superan la dimensión de lo perceptible y nos enfrentan con el ámbito del misterio en su sentido más auténtico y definitivo, ese 'complejo' que la fe sostiene y sirve como soporte y aliento de la esperanza, hace posible al ánimo naturalmente 'desfalleciente' de la persona enfrentar la dimensión enigmática y estremecedora de ese conjunto de situaciones. ¿Qué hacer ante el innegable hecho de nuestra finitud y lo desconocido de su más allá?.


             El gran teólogo Hans Urs von Balthasar, una de las más excelsas y lúcidas mentes cristianas del siglo XX, aborda esta situación en su ensayo "El cristiano y la angustia" y concluye que sólo cabe arrojarse al vacío, en realidad a ciegas, con la convicción (que proporciona la fe) de que hay unos brazos y manos abiertos en disposición de recibir con amor al arrojado creyente -nunca más merecedor de tal calificación-. Y en este ignoto abismo, ¿qué podemos esperar? No lo sabemos y no lo sabremos hasta haber traspasado la frontera del oscuro valle de la muerte. Pero el más temprano y categórico mensajero de la realidad divina y ultraterrena del mundo cristiano, el converso fariseo Saulo de Tarso, San Pablo, en su primera carta a los creyentes de la comunidad de Corinto, hace esta atrevida afirmación para animar la esperanza de aquellos primeros cristianos: "Ni ojo vio, ni oído oyó, ni cabe en mente humana lo que Dios tiene preparado para los que le aman"

            ¿Qué dicen los maestros de vida espiritual acerca de dicha actitud esperanzada?. Apoyan fundamentalmente  su vivencia y perseverancia en la oración, entendida, en expresión teresiana, como 'trato de amistad' con Dios, con Jesús más exactamente. Es lo que permite generar una actitud de confianza en que después de esta vida hay otra en la que se produce un encuentro cierto y definitivo (aunque desconozcamos sus modos y formas) con toda la realidad de ese mundo transpersonal, ultramundano, en el que Dios es el centro y el destino del ser humano.



            El documento reciente más claro y orientador (sin ánimo 'pietista') sobre esta virtud es la encíclica publicada por el papa Benedicto XVI, con el título "Spe salvi" (Salvados en la esperanza), al final del año litúrgico del año 2007 (3o de noviembre), momento especialmente adecuado para entrar en la dimensión escatológica. Y concluye el texto, repleto de reflexiones del más hondo nivel existencial y religioso, con la evocación de la figura histórica que de modo más pleno y absoluto vivió su vida íntegramente en clave de esperanza: María de Nazaret, la madre de Jesús, que, entre las muchas advocaciones que se le han dedicado, merece destacarse la alusiva a tan bella aunque problemática virtud: Virgen de la Esperanza. De ella hay infinidad de imágenes, pero tal vez la más famosa y difundida, al menos en España, sea la que constituye una de las referencias fundamentales del fervor del pueblo y ciudad de Sevilla: Virgen de la Esperanza Macarena, la Macarena en su denominación popular. Vaya a ella nuestro homenaje y confianza ante el inmediato final del año litúrgico y cronológico.

    


2 comentarios:

  1. Genial desarrollo de un tema ciertamente difícil de tratar. Muy bien traídas las ilustraciones del texto para concluir con la Macarena. Sin duda la mas popular de las advocaciones de la Virgen María, con permiso de mi "Pilarica".
    Tengo una inquebrantable certeza en el más allá, en la vida después de la vida, que espero me mantenga tranquilo cuando llegue el momento de la pascua.

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  2. Genial desarrollo de un tema ciertamente difícil de tratar. Muy bien traídas las ilustraciones del texto para concluir con la Macarena. Sin duda la mas popular de las advocaciones de la Virgen María, con permiso de mi "Pilarica".
    Tengo una inquebrantable certeza en el más allá, en la vida después de la vida, que espero me mantenga tranquilo cuando llegue el momento de la pascua.

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