martes, 1 de noviembre de 2016

PASEO POR EL JARDÍN DEL PARRAL

EL PARRAL. 2º. JARDINES Y HUERTA

"Plantó Yahaveh Dios un jardín en Edén, al oriente... Yahaveh Dios hizo brotar toda clase de árboles deleitosos a la vista (Gen 2, 8-9)

¿Por qué llamarle 'paraíso' (jardín bíblico)?

            Hemos recorrido las dependencias del monasterio de Santa María del Parral, en Segovia, de una belleza y amplitud que cautivan al visitante o al huésped. Mas, para centrarnos en la calificación un tanto especial que hemos dado a este monasterio, hemos de preguntarnos: ¿Qué de singular es lo que hace que se pueda recordar el Jardín de la bíblica (alguno diría "mítica") tierra de Edén, el Paraíso anterior al pecado original? Porque, en realidad, podemos afirmar que todos los monasterios tienen elementos comunes: Recinto monacal de viviendas y dependencias para cada actividad, templo, hospedería y zona de naturaleza, al aire libre (huerta o jardín, aparte del espacio abierto de los claustros). 



Respondemos inmediatamente: el monasterio del Parral posee un espacio de jardín (que se puede llamar también 'parque' por su amplitud y diversidad vegetal) y una huerta de tales dimensiones, belleza, feracidad y riqueza de agua, que a poco que el huésped tenga un recuerdo de aquella denominación sacra que fue el Jardín del Edén original, le vendrá a la memoria dicho recuerdo. Este huésped, que se considera 'peregrino del silencio' lo ha experimentado así más de una vez, y a ello contribuye el clima de silencio y serena placidez que impregna el ambiente de ese formidable parque-jardín-huerta (hay que usar, enlazados, los tres vocablos para designar con justeza y justicia lo que allí se disfruta), el sosegado y, sublime placer que invade el ánimo y, en términos modernos, el psiquismo del huésped, y restaura su equilibrio anímico, si es que lo tiene alterado.




Esta experiencia, en la que tiene un papel un elemento tan decisivo (y ambicionado por todas las culturas del mundo y de la historia) como es el agua, la riqueza, abundancia y hasta 'derroche' del elemento vital por excelencia, es tal que basta para explicar la feracidad de todo el conjunto vegetal que puebla el amplísimo espacio al aire libre, desde el cual, para colmo, se disfruta, una perspectiva de monumentos de la ciudad, que llena la vista de esplendor y belleza, tal como hemos descrito al comienzo. Vamos a recorrerlo serenamente.

Un paseo por el jardín del Parral.

            Desde el claustro mayor entramos hacia el jardín a través de una puerta ojival y un corto pasillo que cierra, con enmarque también gótico, una verja a cuyo exterior se desparrama una enredadera con flores rojizas en forma de trompetilla. Sigue otro pasillo, ya en el exterior por el que accedemos definitivamente al parque monacal.  


Junto a una fuente que mana el agua por la trompa de la cabeza de un elefante nos hallamos situados al comienzo de un larguísimo paseo pavimentado, flanqueado por pilastras de base cuadrada, en muchas de las cuales se han armado pérgolas que lucen enredaderas colgantes, que se continúan con dos filas paraleles de altos cipreses y abundantes masas de bambú. La distancia es muy extensa y este hermoso paseo deja a un lado el jardín donde florecen plantas de crisantemos, dalias, geranios, girasoles y otras, que ponen un tapiz multicolor a esa parte.



 La variedad floral es fastuosa; hasta florecen cardos y otras plantas salvajes que lucen sus flores, de una belleza singular  Al otro lado del mismo se extiende una muy extensa huerta, con dos niveles de altura, donde fructifican hortalizas de la más variada especie, con productos de una calidad excepcional, que se consumen en el refectorio. 


No es cosa de entrar en detalles, pero baste dar esta ligera alusión como testimonio de la frondosidad de aquel espacio.

            El paseo de pilastras y su continuidad de cipreses, interrumpido por dos glorietas con una fuente en su centro, tuerce a su final el trazado para ir ascendiendo, ya como camino terrizo, hasta un elevado nivel, con árboles coníferos y matas de plantas olorosas (romero sobre todo). El terreno se hace allí más abrupto y se extiende hacia arriba en una ladera de suave pendiente con vegetación espontánea. Desde esta altura podemos contemplar el ábside del templo monacal, de sobria arquitectura, sin alardes.

El camino que trajimos desde el paseo pavimentado da un rodeo para volver a descender hasta el mismo, mas en este trayecto se interrumpe para dar entrada a una amplia terraza cubierta por fuerte toldo impermeable. Delante de este espacio se encuentra un precioso estanque surtido por un grueso brazo de agua que surge de la boca de un león de piedra granítica (la imagen simbólica de San Jerónimo, que encontramos en multitud de sitios del monasterial




Este amplio espacio se adorna con infinidad de tiestos del más vario tamaño, que lucen plantas muy variadas, cuyo colorido es un gozo para la vista. 




Cómodos sillones plegables, propios de terraza al descubierto, permiten sentarse a leer o, simplemente, a contemplar el panorama monumental segoviano, mientras el musical sonido del agua de la fuente pone un rumor delicioso en el ánimo. En el trayecto descendente que hemos interrumpido se encuentran a cada lado dos deliciosas construcciones, que podrían tomarse como casas de muñecas, pero son en realidad palomares donde anidan esos animales.


            En un extremo del parque, junto al edificio de monasterio, nos encontramos con la espléndida sorpresa de un claustrito hoy en desuso, pero al que se puede acceder por una escalera descendente. Es de refinado estilo de transición del gótico al plateresco, con columnas y galería alta que se abre hacia el interior y afuera con ventanales de arco conopial.



La impresión es de una belleza excepcional y nos preguntamos cómo es que tal maravilla se encuentre relegada al desuso. No hemos indagado el por qué, motivo que  nos impide explicarlo.
   
            Pero, aparte de esta incógnita, ¿no puede calificarse de 'paradisíaca' esta magnífica experiencia, cuya calidad y cualidades vienen a sumarse a los demás aspectos de la estancia monacal? Incluso en el caso de que una sorpresiva tormenta de verano pueda alterar hasta con lluvia torrencial y 'aparato' eléctrico y sonoro (relámpagos y truenos) el clima soleado de algún día, la impresión de este fenómeno atmosférico, resulta igualmente feliz y gratísima. 


Un 'Paraíso en la tierra', expresión muchas veces utilizada con ligereza para describir algunos lugares agradables, es en el caso del monasterio de Santa María del Parral, una denominación que se ajusta con enorme propiedad a la consciencia que los desdichados mortales de ahora se hayan podido forjar en su imaginación de cómo pudo ser aquel Jardín sin defecto que cubrió el país de Edén.

Paisaje monumental.

            De pasada hemos aludido a la contemplación de parte de la Segovia monumental desde todo el parque por el que transitamos o la terraza en la que descansamos. Pero merece la pena detenerse en su descripción e ilustrar esta narración de modo adecuado. Desde que entramos en terreno a cielo abierto, sea al recorrer el extenso paseo como desde lo alto del camino o en la delicosa terraza ante el estanque tenemos a la vista un panorama de enorme belleza por la variedad y calidad monumental de lo que contemplamos.



Ante nuestros asombrados ojos se extienden de izquierda a derecha, tal como mencionamos en el anterior artículo, cuatro de los principales monumentos segovianos: en primer lugar, la esbelta torre-campanario de San Esteban, abierta por simétricos huecos que albergan las campanas y le dan un aspecto de suprema elegancia. Inmediatamente después se abre ante nosotros la gran 'fábrica' de la catedral, la última de estilo ojival edificada en España, con prominente cúpula y linterna así como elegante y grácil campanario.


Continúa la torre de San Andrés, de estilo gótico-mudéjar,  con aberturas en sus cuatro caras, mas con elegante chapitel barroco de pizarra. Por último, a mayor distancia pero destacado sobre el monte poblado de arboleda, el gran conjunto del alcázar, residencia predilecta de la gran reina Isabel I de España, con la bellísima configuración de su arquitectura entre militar y palaciega, en la que destaca ls espectaculares torres, la de Juan II, maciza y señorial,



 y la redonda delantera, que avanza espléndida, como la proa de un enorme navío, hacia el cauce del río Eresma, que discurre a sus pies. Visión imborrable que enaltece con su verdor siempre vivo la extensa arboleda del las laderas que se derraman a los pies de la ciudad.
         
         



Hemos concluido nuestro paseo por el amplio marco del jardín monástico (junto a su espléndida huerta), del monasterio de Santa María del Parral, con la vista de la ciudad que, a la luz del atardecer adquiere tonalidades doradas de un belleza fascinante.


           Sin embargo, la estancia hospedera del narrador tiene un sugestivo complemento, porque cada día hay una hora en el tiempo de permanencia que nos brinda un encanto muy especial: es la hora de la noche, que incluso se prolonga hasta la siguiente madrugada. En ese tiempo no nos limitamos a descansar, sino que encontramos nuevos alicientes que enriquecen de modo singular nuestra vivencia de este recinto de calidad suprema por sus muchos aspectos positivos, que dan a la experiencia de la estancia matices y tonalidades de muy diversa riqueza. La posibilidad de deambular sin prisa por el gran claustro mudéjar y la privilegiada situación de las habitaciones de la hospedería, que nos sitúan frente a la monumental Segovia, permiten ampliar nuestra vivencia a dimensiones insospechadas y, por cierto, nada frecuentes en otros recintos monásticos. En el Parral hemos podido extasiarnos y saborear con fruición la belleza de unos perfiles y unos horizontes que adquieren relieve muy distinto y coloración diferente a lo que nos ofrece la luz diurna, y nos lleva a penetrar en un ámbito de relevancia muy especial tratándose de una experiencia de huésped monástico. Es la vivencia del misterio en su hondura más fina y sublime. La noche, como inmersión en lo misterioso, en lo más sutil del silencio vivo es lo que hemos podido experimentar en el Parral y hasta retenerla para su perduración temporal, gracias a la cámara fotográfica. Merece la pena extenderse en esta inolvidable vivencia. Pero en la entrega anterior nos extendimos tal vez más de lo prudente y en esta no quisiéramos mantener ese comportamiento. Porque el tema merece ser tratado sin reserva y ofrecer lo generosamente ilustrado. eso merece una 'entrega' aparte, y así lo haremos. No tenga duda el amigo lector de que esta dilación será una ventaja para su disfrute. Hasta muy pronto, en que concluiremos por completo la presentación de esta experiencia repleta de muy varias satisfacciones y valores.



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