sábado, 27 de junio de 2015

EL SILENCIO VIVO

EL SILENCIO VIVO, RASTRO DE DIOS.



Y del prometido escrito sobre el silencio, ¿qué?. Porque se va posponiendo al aparecer algún acontecimiento que llama la atención, y la promesa (y propósito) sigue sin cumplirse.

Si el autor se ha autodefinido como 'peregrino del silencio' por algo será, algo habrá en esa sugerente palabra, tan propicia para hacer disquisiciones y peroratas, que la intención no debe ser aplazada por más tiempo. Adelante pues.

Por lo pronto, al término sustantivo, 'silencio', se le ha añadido en el título un predicado, 'vivo', y más aún, la rotulación de esta 'entrega bloggera' añade una expresión verbal, 'rastro de Dios',  que de algún modo, da una cierta pista acerca de lo que se desea glosar.

¿Qué se quiere dar a entender con la expresión 'silencio vivo'?. Y, ¿por qué se la pone en referencia a eso que es denominado 'rastro de Dios'? ¿Es que Dios deja algún rastro, puede 'rastrearse' el paso de Dios por la existencia, y, más aún, tiene que ver ese 'rastreo' con el silencio, con alguna forma de silencio que facilita el 'encuentro' con ese misterio inabarcable e insondable que llamamos 'Dios'?. Nos hallamos, por tanto, abocados al ámbito de lo Divino, de los dos a que se refiere el título de este blog, pero la inmersión en ese ámbito se realiza desde la otra esfera aludida por dicho título, la de lo humano. El ser humano se asoma, o mejor, pretende asomarse, al infinito mundo propio de lo Divino. ¿Es posible atreverse a semejante 'aventura'?. Y si lo fuera, ¿existe una vía que facilite tal propósito, o tal vez 'despropósito'? ¿Acaso es el silencio, un cierto modo de estar silenciado, la senda adecuada para atisbar la impredecible huella de Dios?

Indaguemos en los maestros del espíritu, a ver qué no dicen sobre el silencio y su relación con la 'huella' de Dios. Baste, como indicador, con uno que puede estimarse eminente entre los grandes pensadores religiosos de esta época: el cardenal Joseph Ratzinger, que es hoy el papa emérito Benedicto XVI. Hemos encontrado en una de sus más sugerentes meditaciones litúrgicas sobre la Navidad unos párrafos que responden cumplidamente a nuestra inquietud. Aquí están:

"El silencio es el ámbito del nacimiento de Dios. Sólo si nosotros mismos entramos en el ámbito del silencio llegamos al lugar donde acontece el nacimiento de Dios. En esa invitación resuena una de las afirmaciones primordiales de la liturgia navideña, la frase del libro de la Sabiduría que dice: <Mientras un sereno silencio lo envolvía todo, y la noche se encontraba en mitad de su carrera, tu omnipotente Palabra desde los cielos, desde tu trono real, se lanzó sobre la tierra>".
  
 



Esta sugerente imagen, con la luna y el lucero del anochecer sobre una ciudad de Jaén casi completamente nocturno (próximo a la mitad de la carrera de la noche), puede ilustrar esos párrafos evocadores de una realidad que nos sobrepasa y cautiva con su misterio.

Sobre el silencio vivo, pues, queremos hacer nuestra reflexión, consideración, hasta meditación. Porque hay otras varias formas del silencio: el silencio de los cementerios, el silencio cerrado de la incomunicación interpersonal que reduce a las persona a una soledad opaca, despojada de ternura y cercanía, aunque se conviva bajo el mismo techo. También hay silencios ante los fenómenos y los ámbitos naturales, que dicen algo en su fascinante magnitud, a veces terrible, como puede ser una tempestad arrasadora, una erupción volcánica, un tsunami marino o un terremoto. Estos fenómenos suscitan pavor, que se traduce en ruidos tumultuosos. Lo hemos visto en las recientes escenas del terremoto de Nepal o las frecuentes inundaciones provocadas por lluvias torrenciales, tan frecuentes en Estados Unidos y zonas del golfo de Méjico. Muy diferente es el silencio ante el espectáculo de la noche sosegada, cuando una clara atmósfera carente de niebla, permite contemplar el cielo estrellado; como también la visión de un amplio paisaje marino o de montañas en dilatado horizonte. Este silencio tiene mucho del sentido que se quiere sugerir con el predicado 'vivo'.

El 'silencio vivo' tal vez no pueda ser descrito con un lenguaje diríamos 'normal', en términos correctamente delimitados y acotados por conceptos de diccionario. Nos parece que hay que acudir al lenguaje poético, que ofrece, con sus metáforas, símbolos y expresiones inusuales para el lenguaje coloquial o prosaico, aún culto, posibilidades de expresión, un tanto imprecisas, de acuerdo, un tanto ambiguas en su significado, pero susceptibles de ser captadas por un espíritu 'despierto', 'avisado', 'alerta', dispuesto a 'flotar' en un ámbito que roza las altas esferas de lo impalpable. Por ello y para no alargar estos párrafos con rebuscadas digresiones, vamos a trasladar aquí unos versos que fueron sugeridos por vivencias teñidas de misterio. El poema canta el amor del autor por el llamado 'silencio vivo', en contraste con otro tipo de silencio, carente de 'entidad', silencio vacío y, más aún, muerto. Es un poema compuesto en un día de gran silencio sagrado, el Sábado Santo, a la sombra de una gran cruz, del Valle de los Caídos y en el clima recogido de la Semana Santa, del gran Triduo Pascual:



CANTO  AL  SILENCIO


Amo el silencio,
mas no el silencio del vacío oscuro,
el silencio carente de sentido,
hosco y amenazante, preñado de pavores,
y no el silencio aislado
que evita
cualquier entendimiento con los otros.

Amo el silencio vivo,
que envuelve como aura serena
y llena las entrañas hasta el fondo
con su luz creadora,
el silencio repleto de Presencia
callada,
sin palabras,
que actúa con impulso tierno y fuerte
al infundir su Vida en nuestras vidas.

Amo el silencio de siglos y milenios
en el que eres
antes de que existiera cualquier tiempo,
Dios inefable,
desde el que infundes
la íntima alegría
de tu felicidad inextinguible;
el silencio que presidía la noche
en la que tu Palabra
descendió hasta la tierra
para tomar nuestra dañada carne
y levantarla a tu infinita altura,
libre de su miseria,
tras de guardar la espera misteriosa
del gran silencio santo en el sepulcro.
                                                    
Quiero el silencio desde el que te adentras
en las profundidades del espíritu
y dispensas tan plena confianza
que el alma se anonada
al experimentar tu cercanía.                              

Dame vivir los ámbitos
en donde tu silencio se condensa,
como suave lluvia
que desciende hasta el ánimo estragado
por tanto ruido y verborrea insanes,
para ser renovado interiormente
por ti,
Señor de la Palabra silenciosa,
que das el gozo puro
al regalar tu música callada.


     Abril, Sábado Santo de 1994,
     Abadía benedictina del Valle de los Caídos (Madrid).


¿He conseguido dar idea, siquiera imprecisa, de lo que considero como 'silencio vivo'?
Así lo deseo, amable lector.



     

1 comentario:

  1. El próximo día 10 se cumplirán tres años desde la publicación del libro "Ámbitos del silencio". Y dos desde que tuve el privilegio de leerlo e incorporarlo a mi biblioteca. En él se puede encontrar todo lo que puede inspirar el silencio vivo y que algún lector haya podido echar en falta por los límites lógicos de este Blog.
    Comienza el libro con dos citas, una de San Juan de la Cruz y otra de Benedicto XVI que, por su brevedad, se puede reproducir aquí:
    "El silencio es lo que da significado a las palabras".
    De ahí que el autor explique a continuación que siente el silencio "como clima propicio para la escucha de la Palabra y el atisbo de la presencia de Dios".
    Y mientras desgrana su poesía monástica rememora sus estancias entre los monjes de Silos y dice:
    "Vuestro silencio vivo
    se nos va derramando como bálsamo
    en el alma turbada
    por el estruendo frívolo del mundo...."
    Y cercano ya mi deseado momento de conocer El Paular termino mi comentario con otra estrofa del autor inspirada en una estancia de verano:
    "Inmerso en la corriente de salmodia monástica,
    abrevado el espíritu
    por la oración cantada al Dios eterno,
    recupero el sentido de mi vida
    y las cosas adquieren dimensión acorde
    a su valor auténtico."

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