CREPÚSCULOS DE INVIERNO
Crepúsculo: Claridad que
hay al amanecer o al atardecer, cuando el sol no ha salido todavía o se ha
ocultado ya. Concepto explicado por el Diccionario de Julio Casares.
Este bloguero
tiene el regalo de habitar en un piso ático, situado en la provincia de Jaén, sin
obstáculos que oculten el horizonte, lo que permite ver el paisaje en un semicírculo de 180º,
desde cuya terraza se abarca desde la sierra de Cazorla,
a oriente, hasta los llanos de Bailén, a occidente. Panorama fascinante, sobre
todo de montañas, algunas de gran altitud, como Sierra Mágina, en cuyas laderas
se recuestan pueblos de dimensiones pequeñas y medianas, que en las noches
claras rebrillan espléndidamente y también ponen su contrapunto de luz en atardeceres
y amaneceres. En uno de los puntos más distantes, bajo la noble mole pétrea de
Jabalcuz, la capital aparece iluminada en una extensa franja, sobre la cual
luce el castillo de Santa Catalina, destacado por su iluminación artística. Con
un buen teleobjetivo se pueden obtener espectaculares fotografías, como si
tuviéramos a Jaén delante mismo de la casa, en los terrenos deportivos inmediatos. Y ello a los diversos momentos del día, pero sobre todo a la luz del crepúsculo.
Jaén visto en la lejanía, en un atardecer. Arriba, el castillo de Santa Catalina y Parador
Ello es posible porque este entorno ambiental es natural 'escenario' de increíbles fenómenos en
los que la luz juega un papel decisivo a cualquier hora del día o de la noche.
Como ejemplo destacado, se pueden contemplar las elevadas montañas, si el
año lo propicia con abundantes nevadas, revestidas de blanco velo brillante, manto
que es bañado por la luz rosácea del crepúsculo matinal o vespertino, que les imprime un color
admirable.
Pero hay un fenómeno atmosférico que, por excelencia de cuantos
puedan darse en estos paisajes, proporciona al contemplador ocasiones
innumerables (así es, sin exageración) de extasiarse ante el espectáculo,
incomparable con cualquier otro logrado por artificio humano, de la luz del
crepúsculo, en la naciente mañana o el atardecer, algo que puede extenderse
hasta la salida o la puesta de sol, que ya no es crepúsculo en sentido exacto.
La luz del amanecer, o al atardecer, en sus cambiantes momentos, a veces de
duración increíblemente breve, ofrece tal cúmulo de ocasiones de sublime
belleza, que ya las quisieran para sí los más diestros pintores impresionistas.
Mas, sobre todas las ocasiones en que estos fenómenos se producen, hay un periodo del año en
que tales espectáculos naturales alcanzan las cotas de mayor esplendor y más
variadas formas de presentarse: es en invierno, o, para ampliar un poco el
lapso de tiempo, el otoño-invierno. Desde los ya declinantes días de noviembre
hasta un avanzado febrero, las mañanas y tardes en que nos sorprende la
cambiante coloración del cielo, abundan mucho más que en otros periodos, aunque
nunca hay que descartar ocasiones memorables por su maravilloso aspecto.
Cambiantes colores del amanecer sobre la ciudad
Crepúsculo al atardecer con nubes desflecadas
Y, una
observación importante: las posibilidades de contemplar uno de estos fastuosos
despliegues de luz requieren un elemento atmosférico que casi podemos calificar
de imprescindible: las nubes. Sin formaciones nubosas, no de cielos cerrados
sino de formas más o menos sueltas, aborregadas, en franjas alargadas, en
cúmulos algodonosos, en desflecadas rachas de nubosidad, es prácticamente
imposible que pueda darse un crepúsculo de singular hermosura. Aunque también se dan prodigios de luz en días de nubosidad densa, si se abre a retazos la masa nubosa y se derraman los haces de sol entre los rompientes cúmulos.
De lo que no hay duda es de que con el cielo raso,
limpio de nubes, aunque pueda tener una luminosidad deslumbrante, nunca la luz se
detendrá, por así decir, en bañar de amarillos, rojos y morados destellantes algo que no
se encuentra en el cielo. Por el contrario, las mañanas y tardes de variable y
suelta nubosidad ofrecen una propicia ocasión a la luz solar que va avanzando
en el amanecer o retirándose tras la puesta sol, para que sus oblicuos reflejos
bañen esas formaciones nubosas aludidas. Es entonces cuando, recién levantados
o al estar trabajando ante la puerta acristalada de la terraza, somos
sorprendidos por el fenómeno lumínico de incomparable belleza y grandiosidad,
que, aparte de la admiración que suscita, hace surgir de lo profundo de la
interioridad el recuerdo inevitable del Autor de estas maravillas, que pone la
maestría de su mano en juego para crear este momento irrepetible (cada
crepúsculo es único, aunque puedan parecerse) de plenitud
estética que ninguna mano humana puede
conseguir.
Haces de sol en un próximo atardecer
Fascinante colorido del cielo al amanecer
Hay una variedad pasmosa de crepúsculos, que, en su mayor
parte, vienen determinados por la configuración de las nubes, como antes he dicho,
nubes que cubren todo el espacio celeste o sólo se arraciman en una parte. No
es posible describir tanta variedad. Un excelente amigo me ha enviado una
fotografía de amanecer, de colorido bellísimo, que tiene mucha semejanza con
los que se contemplan desde mi terraza.
En tales ocasiones se despierta el recuerdo de textos que hacen alusión a esos fenómenos
naturales y de gratitud hacia su Autor. Los salmos abundan en expresiones de
ese estilo, como el comienzo del 18: "El cielo proclama la gloria de Dios, /el firmamento
pregona la obra de sus manos./ El día al día le pasa el mensaje,/ la noche a la
noche se lo susurra" (El último verso alude a otro fenómeno fascinante: la
noche estrellada, que en atmósfera clara de altas montañas, destella en innumerable
luminaria). También el gran salmo a Dios creador, el 103, hace alusiones a la
belleza del cielo.
Es tarea imposible el intentar hacer una descripción de
estos fenómenos de excepcional belleza, que, por otro lado, poseen una enorme
fugacidad. A veces bastan segundos para que un arrebol portentoso 'degenere',
por así decir, en una nubosidad más o menos grisácea, aunque, en general, el
crepúsculo presenta un proceso de colorido variante, que puede variar desde un
incipiente añil hasta el rojo intenso, para irse apagando en tonos violáceos hasta perder el color por completo.
Gracias a Dios, sin embargo, contamos con
la excelente técnica fotográfica para retener esos momentos irrepetibles en su
progresiva varianza y poderlos disfrutar, por ejemplo como fondo de escritorio
del ordenador o un sencillo repaso de los que tengamos archivados, o bien ofrecerlos a los amigos, que los suelen agradecer. Es una
contemplación que relaja el ánimo, lo ensancha y lo renueva, al percibir la
maravilla de la creación. Y pueden ocurrir coincidencias singulares, como un sencillo colorido al amanecer, pero con la luna en salida muy tardía.
Del oro al gris sobre las torres de la ciudad
Suave luz de amanecida, con luna llena.
O bien, se nos regalan auténticos espectáculos luminosos, si al declinar el sol por la tarde se encuentran acumulaciones nubosas que aparecen ribeteadas de luz radiante y componen un fenómeno de asombroso luminar, inimaginable por la fantasía más febril, hasta que se nos ofrece su veraz contemplación, dejándonos sumidos en la admiración más elevada.
Puesta de sol invernal con nubes ribeteadas de luz
Todo esto nos hace exclamar, poseídos de renovada y nunca
agotada admiración, el verso con el que comienza el aludido salmo-himno 103:
"DIOS MÍO, ¡QUÉ GRANDE ERES!. TE VISTES DE BELLEZA Y MAJESTAD, LA
LUZ TE ENVUELVE COMO UN MANTO".
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