martes, 28 de marzo de 2017

MAESTRÍA EXPRESIVA DEL GRECO


DESPEDIDA Y MISIÓN

Singular pintura del Greco

El subtítulo puede despertar un claro interrogante: Pero ¿hay algún lienzo del Greco, en su gran época hispano-toledana, que no sea singular?

El más cualificado biógrafo actual del Greco, Fernando Marías, subtitula su exhaustivo estudio sobre el genio cretense con términos de cierta sospecha:  "Biografía de un pintor extravagante". ¿En qué o dónde reside esa 'extravagancia'? Ciertamente, en múltiples aspectos, que hacen del Greco un personaje, mejor, una personalidad que desborda los esquemas acostumbrados, sobre todo en la época que le cupo vivir. Disconforme, sin importarle agradar o no, incluso a elevados personajes (lo que le granjeó el rechazo de Felipe II para pintar el retablo de la iglesia de El Escorial), precursor de estilos artísticos que tardarían siglos en llegar (el impresionismo), expresivo a su manera, pero ¡qué expresividad tan novedosa!, tan fuera de lo que se estimaba 'buena forma' en dicha época y aún en casi todas, hasta suscitar sospechas de defecto visual en comentaristas modernos.

Pero no deseamos entrar en consideraciones generales sobre este inigualable artista (aunque su hijo Jorge Manuel y su fiel discípulo Luis Tristán se esforzaran en seguir su huella, con las evidentes limitaciones que muestran sus obras). Nuestra intención es comentar una de las pinturas más singulares del cretense; sí, más singulares, hasta el punto de que incluso sus dos réplicas no llegan a expresar el 'mensaje' que nos transmite tan excepcional lienzo, desgraciadamente fuera de España, en Chicago, y ni siquiera en un museo, sino en una colección particular. Por fortuna pudimos admirarlo en una de las formidables exposiciones que se celebraron en Toledo durante el 'año jubilar', el IV Centenario de la muerte del pintor, 2014. Y vamos con ello, para 'desgranar' y analizar a fondo los detalles  que confieren a esta obra su maravillosa singularidad. Aquí, por excelencia, hallamos las cualidades que hacen del Greco un supremo maestro de la expresividad humana.

"Despedida de Cristo y su Madre"


Despedida de Cristo y su Madre (versión 1585-1590). 
Hoy en Chicago (USA), colec. partic.

Este es el título del lienzo, realizado entre 1585 y 1590, es decir, en época de plena madurez artística, e intelectual, debemos añadir, del insigne Domenico Teotocopuli. Lo pintó por encargo de las religiosas Jerónimas de Toledo. La pintura representa un momento de la vida de Jesús que no consta el los textos evangélicos y proviene de los apócrifos glosados por la devoción popular de aquel tiempo. El tema del "Santo despedimiento de Jesús" brilló por breve tiempo en la piedad prebarroca, y fue incluso advocación de alguna cofradía penitencial en Sevilla. Podríamos pensar que esta despedida es la que pudo preceder a la marcha de Jesús del hogar de Nazaret, al cabo de unos treinta años, para emprender su misión evangelizadora. Pero no, la despedida que glosan los maestros espirituales lo es para encaminarse a su dolorosa Pasión, momento mucho más trascendental y propio para un acto de este carácter, por su connotación dolorosa, aunque, si para emprender su vida pública puede imaginarse que existiera tal despedida, nos parece muy improbable que, dadas las condiciones en que se desarrollaba la vida de Jesús en sus últimos meses, hubiera oportunidad para ese encuentro con María, su Madre. Mas la piedad de aquella época no paraba en tales probabilidades; si la predicación devota estimulaba tales sentimientos, el pueblo se implicaba sin reparos. No obstante, la devoción hacia semejante pasaje de la vida de Jesús y María, sin el menor apoyo evangélico, decayó pronto, en lo cual pudo tener no pequeño influjo la seriedad que los decretos de Trento introdujo en el mundo de creencias de entonces, poniendo coto a sucesos más imaginados que reales y sabidos.

Si reflexionamos sobre este misterio, visto en clave de despedida para iniciar la vida pública, al dirigirse al Jordán para ser bautizado por Juan y pasar seguidamente su experiencia de ayuno en el desierto, nos podríamos preguntar cómo se pudo ir formando esa conciencia de 'misión' en el ánimo y el psiquismo de Jesús. En el hogar y taller de Nazaret pasó hasta los treinta años, si atendemos al dato que nos aporta el evangelista Lucas (Lc 3, 24). Carecemos de información al respecto, salvo la escueta indicación del mismo Lucas: "Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombre" (Lc 2, 52), pero sí sabemos de algunos hábitos de Jesús que, sin duda, se desarrollaron en sus años de Nazaret, como parte de ese 'crecimiento' en sabiduría. En concreto, su costumbre de retirarse, tal vez diariamente, al campo, a lugar despoblado, para orar. No estamos sólo ante la actitud propia de un judío piadoso, sino algo en cuya vivencia se establecería una comunicación profunda con Dios.

El Greco: Rostro de Cristo

¿Se abre en estos cotidianos tiempos de oración la conciencia de su filialidad divina y de la misión de ofrecer a su pueblo (en sentido amplio, no de Nazaret), el reino de Dios? Profundo misterio, pero lo que consta es que su actividad, pasado el bautismo y retiro en el desierto está dominada por el mensaje de la llegada de ese reino misterioso. La acción misionera de Jesús, tras un inicial y breve periodo de lo que pudiéramos llamar 'exito de multitudes', conocerá el terrible desengaño de un creciente rechazo, que culmina en su muerte. Por tanto, es una misión que comienza a ser dolorosa. Esta es la situación existencial a la que se dispone en el momento de despedirse de su Madre. Pero no es esta la ocasión de abundar en estas cuestiones de interpretación bíblica. Estamos comentando una pintura del Greco que tiene como tema una despedida de Jesús de María, su Madre.

La devoción a ese momento de la vida del Señor nos procuró una de las pinturas de la mayor expresividad entre las muy expresivas que salieron de las manos del Greco. Según la descripción de un predicador de entonces, Alonso de Villegas, el momento que el cuadro representa se dio entre Jesús y María antes de iniciarse la Pasión: "Se despidió de su Madre, pidiéndole licencia para padecer, con tanto sentimiento de los dos cuanto era el amor que tenían, y era el negocio al que iba dificultoso y trabajoso" 


Despedida de Cristo y su Madre (1ª versión, 1578)

(Se nos ocurre comentar que el párrafo no puede ser más absurdo e irreal el supuesto, a poco que conozcamos la vida y actitudes de Jesús, si nos atenemos a la fuente evangélica. ¿Es imaginable que pudiera pedir Jesús licencia -¡permiso!- a su Madre para emprender el camino de su Pasión, si a los doce años se había atrevido a quedarse en Jerusalén a departir con escribas y doctores de la Ley? Pero así de rebuscada era la mentalidad y piedad de entonces).

En cualquier caso, el Greco recibió encargo de representar ese paso y lo resolvió con esta sencilla escena, de suma simplicidad compositiva, pero de gran expresividad, en especial si nos centramos en la pintura realizada para el monasterio de monjas Jerónimas de Toledo. De no haber ejecutado este lienzo, que 'emigró', por desgracia, a Chicago, las otras versiones, con ser pinturas de calidad, no habrían alcanzado el valor de este otro, por su maestría compositiva, finura de dibujo, matices de discreto impresionismo y, en especial, por la riqueza emocional que expresan los personajes, para lo cual el Greco utiliza los dos 'factores' más destacados en su genial capacidad para expresar la vida interior: los ojos, es decir, la mirada, y las manos, el modo cómo éstas se 'comportan' en la relación interpersonal de las figuras representadas.

De las otras versiones, hasta cuatro según la guía de la exposición "EL Greco, arte y oficio" (Toledo, septiembre-diciembre de 2014), se expusieron sólo dos, una de ellas, anterior a la que comentaremos, fue pintada hacia 1578. La otra, de 1595, sí es réplica, pero pertenece al taller del artista y se completó en el s. XVIII. 


Despedida de Cristo y su Madre (1595)
(El Greco y taller)

En estas composiciones la mano derecha de Jesús, con el índice apuntando al cielo y gesto sereno y serio, muestra lo esencial del 'mensaje' de la escena. Parece decir Jesús, si recordamos la interpretación del clérigo, algo así como: "Madre, debo partir para realizar lo más decisivo de mi misión", mientras María, con el rostro descubierto y dejando ver el inicio del cabello bajo el manto, fija la mirada en su Hijo con toda atención y esboza una leve sonrisa (en el lienzo más antiguo -1578-). En éste falta la mano derecha de la Virgen sobre el pecho, mientras aquel inicio de sonrisa desaparece en el posterior (1595), en el que sí se incluye la mano, lo que indica ser copia del pintado para las Jerónimas. 

Porque al realizar este encargo la inspiración del Greco brilló a una altura inigualable respecto a las otras dos versiones, y veremos por qué. ¿Pudo tener el artista uno de esos momentos existenciales que determinaron la enorme calidad expresiva de esta pintura, digna de una gestión bien hecha que permitiera recuperarla?. Nos parece una obra de valor inapreciable, pero nunca sabremos qué vivencia pudo influir en el acierto de la expresividad de estas figuras. Entramos en nuestro análisis.

Ante todo y como impresión de conjunto debemos mencionar la suavidad del colorido, aunque en tonos más oscuros, frente a unas tonalidades más rojizas, algo más brillantes, de los otros dos cuadros.

DESPEDIDA: Detalle del cielo 

De igual modo, el fondo (esos cielos de celajes cambiantes entre los grises, blancos y azulados) es aquí mucho más rico, a la vez que suave, en su evanescente aspecto. El dibujo alcanza también la finura de ejecución propia de los más acabados lienzos del cretense y hallamos algunos de esos detalles que han hecho del Greco el precursor del impresionismo: los leves trazos que marcan dobleces del manto de Jesús y María.

DESPEDIDA: Plegado del manto


Mas, sobre todo, la expresividad que vibra en la relación de los dos personajes nos evidencia a un artista en sus mejores momentos. La escena, como en las otras versiones, nos ofrece a dos personas, Jesús y María, que en su relación trasminan una emotividad exquisitamente serena, controlada sin el menor esfuerzo o tensión, a la vez que flota una fina ternura que raramente encontramos en otras pinturas del Greco. Todo el mensaje, el diálogo implícito entre Madre e Hijo, es sosegadamente manifestado y asumido.


DESPEDIDA: Miradas de Jesús y María

Comencemos por la Virgen. María aparece cubierta por completo con manto oscuro, a diferencia de las otras dos versiones citadas, de modo que sólo se muestra el perfil de la mitad delantera del rostro, contrastado con el color del manto. La cabeza está muy ligeramente inclinada hacia abajo mientras la mirada se eleva hacia el rostro de Jesús. Lo decisivo en ella es la expresión. Es como si mirara de hito en hito, clavados sus ojos en la cara del Hijo. Y completa su actitud con la mano derecha, con dedos de esa maravillosa finura propia del Greco, suavemente posada y sujetando el manto.


DESPEDIDA: Expresión de María

El complemento sublime de este ademán de María nos lo da su mano izquierda, que sujeta con admirable serenidad la mano izquierda del Hijo. Es una mano con parte de los dedos abiertos, de modo que más que sujetar, sostiene la fuerte y a la vez fina mano de Jesús.


DESPEDIDA. Manos izquierdas de María y Jesús

Tenemos una Virgen María, de aspecto ya maduro respecto al más juvenil que nos presentan las otras dos versiones, absolutamente concentrada, atenta con todo su ser a lo que Jesús le está diciendo. La boca de la Virgen, con los labios cerrados, sin forzarlos, también parece estar como para iniciar una sonrisa.

En la figura de Jesús ha volcado el Greco su mejor capacidad expresiva. Este rostro de soberana belleza alcanza los niveles de sus lienzos más destacados, el Expolio de la catedral de Toledo, los Nazarenos abrazados a la cruz, los Crucificados vivos de ojos extáticos clavados en el cielo. Pura genialidad.

DESPEDIDA: Gesto y ademán de Jesús

Jesús está mirando a su Madre, mientras levanta el índice de la mano derecha hacia el cielo. Y es aquí, en los ojos y boca de Cristo, donde se concentra todo el 'pathos' expresivo del cuadro. Mientras posa los ojos, con expresión de sosegada ternura, en el rostro de María, esboza Jesús una muy leve sonrisa, gesto (mirada y sonrisa) que no recordamos haber visto en ninguna de las pintura del Greco. Por ello, por el valor expresivo de estos ojos y boca, que destilan una afectividad serenamente tierna, estimamos este lienzo como una de la obras maestras del Greco.

DESPEDIDA. Mirada de Jesús a María

 Aquí no hay nada de la seriedad, aún serena, pero seriedad al fin, que percibimos en el rostro de Jesús de las otras dos versiones. Hay, diríamos, 'tierna humanidad filial', para recordar a su Madre el inaplazable sentido de su misión.

Y el recurso expresivo final lo hallamos en el entrelazamiento de las manos de Hijo y Madre. Nada de tensión, de sujeción mínimamente atormentada se aprecia en estos ademanes. Jesús ha dejado su mano izquierda simplemente posada entre la misma de María, que la sostiene sin asomo de querer retenerla. Hay en los dos personajes, en sus gestos y actitudes, una absoluta y plena aceptación de la voluntad del plan redentor de Dios.


DESPEDIDA: Expresión de las manos.

Jesús expresa el cariño tierno con que explica a su Madre dicho misterioso proyecto, que no era sino la culminación del mensaje que el Arcángel Gabriel manifestó ante la sorprendida doncella de Nazaret y que ella aceptó sin reservas al pronunciar su "Fiat -Hágase-".

Sentido de la misión del Mesías, que a nosotros se nos aparece más propio de una despedida al salir Jesús del calor con que María sabría impregnar el ambiente de la casita de Nazaret, la casa del carpintero heredero de José. Despedida de Jesús para lanzarse al breve pero intenso periodo de vida pública -¿dos años tal vez?- en el que, en cumplimiento de la misión encomendada por el Padre, iba a ofrecer con todo entusiasmo la venida del reino de Dios, para encontrar las contrastadas reacciones de aceptación y rechazo -éste en progresión creciente hasta el crimen deicida-. Misión que María, casi de lejos, pero sin desmayo, desde la soledad de Nazaret hasta Jerusalén, seguirá tras los aciagos pasos de su Hijo, hasta permanecer de pié, firme en su entrega, junto a la cruz donde moría, despreciado y rechazado por su pueblo, aquel que se había despedido de ella con infinita ternura y serena aceptación de su dramático destino.


El Greco: Despedida de Cristo y su Madre (1585-1590)

No nos importa, como final, reiterar imagen tan sublime en su aparente sencillez. Despedida y Misión: Mensaje de un acontecimiento y un sentido que definen la vida de las dos personas únicas y más relevantes de la historia humana, y que un supremo artista, pintor de lo visible y lo invisible, de lo perceptible y lo misterioso, nos supo trasladar con la genialidad de su inspiración y maestría. 

2 comentarios:

  1. Extraordinario epílogo, Carlos.
    Gracias, una vez más, por compartir todo ese conocimiento que atesoras con la mayor humildad. Doblemente valioso.
    Seguiremos atentos a este blog, ahora que, por fin, nos hemos puesto al día.
    Un fuerte abrazo.

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  2. Extraordinario epílogo, Carlos.
    Gracias, una vez más, por compartir todo ese conocimiento que atesoras con la mayor humildad. Doblemente valioso.
    Seguiremos atentos a este blog, ahora que, por fin, nos hemos puesto al día.
    Un fuerte abrazo.

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