miércoles, 1 de marzo de 2017

LA NAVIDAD EN LA PINTURA DEL GRECO.


ÉXTASIS ANTE EL MISTERIO (I)


I. Observaciones generales.

Al ocuparnos del arte del cretense españolizado Domenico Teotocópuli, conocido universalmente como El Greco, empleamos dos términos sumamente delicados, que requieren alguna explicación, para que, al menos, el lector pueda saber qué significan para el autor de este comentario. Hemos utilizado en el subtítulo de nuestro breve ensayo nada menos que los vocablos 'éxtasis' y 'misterio'. Y lo hacemos con plena consciencia de que su más exacto significado conviene con plena fidelidad al arte de este excepcional, inimitable artista. Pero ello requiere ofrecer una explicación, comenzando por el segundo vocablo.


Pretendido autorretrato del Greco
en el Entierro del señor de Orgaz

Misterio. Hay artistas a los que se concedió la inusual facultad de percibir y transmitir en su obra esa realidad del mundo inabarcable que denominamos con dicho término. ¿Qué es el 'misterio', más allá de un significado simple, como 'lo desconocido', a qué realidad hace referencia de fondo?. En su sentido más auténtico, misterio es cierto que hace referencia a lo desconocido, oculto e impenetrable, cuyos límites sobrepujan nuestra capacidad abarcadora, mas, por ello, alude, por excelencia, a la suprema realidad de lo divino, a lo trascendente, y, para ser más precisos aún, no a una abstracción, digamos, 'teórica', sino a la realidad personal de Dios, tal como es entendido por la religión judeo-cristiana.


Fulgor que desciende del cielo a la tierra

Dios es el misterio, constituye el 'fenómeno misterioso' en su más plena acepción, con las características que le asigna Rudolf Otto: 'mysterium fascinosum'. Este es el significado con que nos vamos a ocupar al tratar de la pintura navideña del Greco, como podríamos ampliarlo respecto a toda la pintura religiosa del artista cretense, si es que hay en la obra de este genio algo que tenga una dimensión ajena a lo religioso, a lo 'misterioso'.

Éxtasis. En sentido general 'éxtasis' hace alusión a 'salir de sí mismo' para adentrarse en un mundo 'suprahumano' o 'extrahumano' (porque el éxtasis puede experimentarse en diferentes dimensiones, alguna muy humana). Pero el significado más propio del término hace referencia a la 'salida' hacia la dimensión sobrenatural, trascendente, hacia el 'misterio'. Sabido lo anterior, encontrarás coherente, lector amigo, que hayamos caracterizado la actitud psicológica que trasmina esta pintura, anta todo en sus personajes, pero también en la fascinante ambientación, con el termino de 'extasis'. Cuando nos situamos, con mirada libre de prejuicios y serena disposición, ante las pinturas del Greco, en tabla y lienzo, nos invade una sensación sorprendente, que no es la simple admiración ante una obra artística singular, genial, sino que nos advertimos embargados por un sentimiento que puede ser hasta desazonador, pero que, ante todo, produce ese fenómeno emocional que se denomina 'sobrecogimiento'. El contemplador que pueda permanecer un tiempo ante estas pinturas es invadido por esa emoción, se siente conmovido, sobrecogido por el impacto del sublime flujo que proyectan esas imágenes, impresión que va creciendo a medida que nos enfrentamos con las obras cada vez más avanzadas en su expresividad, en su vibración expresiva. Y tal vivencia se debe a que los personajes efigiados por el Greco se van encontrando progresivamente en un estado de éxtasis, como 'aprehendidos' por una elevación anímica que conecta decisivamente con aquel otro mundo aludido por el término anterior, se sienten cautivados por un sentimiento que vislumbra la suprema realidad del misterio.


María en éxtasis (det. de la Encarnación). El Greco.

Y, para concluir estas observaciones preliminares, añadamos que tal impresión se patentiza ante las pinturas realizadas por el Greco en su gran periodo español, toledano. Las que corresponden a sus periodos iniciales, cretense e italiano, ofrecen ya un cierto vislumbre, pero podrían quedar situadas en el contexto del arte de transición del renacimiento al manierismo. Mas a medida que el Greco se identifica con el clima espiritual y ambiental de la ciudad toledana y de la España contrarreformista en general, con sus indudables ingredientes místicos, el carácter, diríamos, 'visionario', extático. de su pintura (aparte de su genialidad de precursor impresionista) se afirma cada vez más hasta extremos que han sorprendido a infinidad de artistas y pensadores de todo el mundo, Einstein sin ir más lejos, por citar una personalidad señera en la cultura de la época moderna. 

Vamos a analizar la pintura navideña del Greco desde la experiencia contemplativa que ofrecen algunas de sus fascinantes y sublimes (éste es otro término que se puede aplicar con propiedad a dichas obras de arte), sublimes pinturas, que nos patentizan de manera inequívoca la actitud extática de sus personajes con y ante el fulgor, radiante y denso, que resplandece en el casi irreal ambiente en donde se hallan situados. Todo ello da lugar a una intensa vibración de cautivador misterio que hace mella en nuestro ánimo.

No es este el lugar para extenderse en consideraciones genéricas sobre el estilo tan especial del Greco. Los expertos lo han desarrollado ampliamente y a sus ensayos nos remitimos, aunque no renunciemos a comentarios que sean oportunos respecto al tema actual. Nos centraremos, por tanto, en las pinturas de tema navideño, en las que incluimos por derecho propio, las diversas 'anunciaciones' y 'encarnaciones' (que no son iguales, sino, a lo más análogas en cuanto al tratamiento del tema). El Greco pintó desde muy joven la escena de la Anunciación del Arcángel Gabriel a María y sólo en periodo más avanzado introduce un dato compositivo que, por así decir, transforma la escena en 'Encarnación'. El rasgo diferencial se halla en la figura angélica: Mientras la pintura es de la Anunciación, el ángel aparece con brazos más o menos extendidos, el izquierdo porta a veces una vara de azucena (símbolo de la pureza virginal de María), mientras que el derecho muestra su mano extendida, en señal de expresar algo.


Por el contrario, hay lienzos (entre los más excelsos del pintor) en los que el ángel tiene las manos cruzadas sobre el pecho, ademán de adoración, semejante a la actitud de algunos ángeles ante la figura de Dios. Si el arcángel está en esa posición ante la persona de María, ¿qué adora?: evidentemente, la realidad del misterio de la Encarnación del Verbo en las entrañas virginales de la doncella. Cristo Jesús, Dios, en su incipiente humanidad, 'YA' ESTÁ ante el mensajero celestial, y así muestra toda reverencia hacia el hecho milagroso recién acontecido.

II. Temática de la pintura navideña del Greco.
                                      
Anunciación, Encarnación y, consiguientemente, Natividad, adoración de los pastores y de los Magos. Este último tema fue pintado en periodo temprano de la vida del artista, con inconfundible estilo de ascendencia bizantina en el que se formó el Greco en su Creta natal, pero con posterior influencia de su estancia veneciana. La adoración de los Magos no vuelve a repetirse en su extensa época 'hispano-toledana', no sabemos si por falta de tal encargo u otro motivo. Los más frecuentes y repetidos temas, a veces copias del original, son la Anunciación, la Encarnación y la adoración de los pastores. Y es en éstos dónde podemos apreciar, junto a la sublimidad del estilo, la característica que expresa nuestro título: son lienzos, la mayoría, en los que los personajes se hallan en 'estado de éxtasis', y lo están ante el 'misterio' representado con caracteres de tal singularidad que no admite parangón con ningún otro artista de la misma época y la mayoría de otras. En la modesta opinión de este bloggero, nadie como Doménico Greco ha logrado plasmar el misterio de la trascendencia. Entre los ademanes y expresiones gestuales que muestran los personajes de cada lienzo, la ambientación de la escena en sus diversos integrantes y las cualidades pictóricas pre impresionistas que poseyó el artista, estas escenas de los acontecimientos iniciales de la Redención adquieren un inefable carácter de 'sobrehumanidad' o, forzando el término, 'celestialidad', que producen en nosotros ese fenómeno anímico antes indicado, el sobrecogimiento, la 'aprehensión' del ánimo del contemplador y su elevación a un nivel de realidad que sobrepasa toda referencia, digamos, simplemente humana. Experimentamos, en cierto modo, la vivencia en que se hallan los personajes representados, el 'éxtasis ante el misterio'.


A pesar de que vamos a analizar sólo algunas pinturas navideñas del Greco, la extensión del escrito se ha hecho mayor de lo que sería oportuno para un sólo artículo. Por tanto hemos optado por dividir nuestra estudio en dos, para extendernos en sus rasgos expresivos de estas imágenes insuperables Y para ser fieles a un criterio cronológico del tema representado, más que a la fecha de la ejecución,  comencemos por las Anunciaciones, que es uno de los asuntos de más temprano tratamiento por parte del Greco. Aparece ya en una de sus más famosas obras iniciales, el Tríptico de Módena (pintado hacia 1569), junto a otros dos temas frecuentes en el cretense, La adoración de los pastores y el Bautismo de Cristo. 


Anunciación. Tríptico de Módena.

La estructura de esta escena vuelve a repetirse en casi todos los demás lienzos del pintor, así como en los de la Encarnación. Siempre aparece María en el lado izquierdo de la escena y el arcángel en el derecho. La figura de la Virgen se encuentra situada en un reclinatorio y vuelta hacia el arcángel, cuya imagen flota sobre una nube, salvo en uno de los lienzos más tardíos, en el que se halla sobre el suelo. Hay un 'clima' de misterio que impregna el ambiente. María se vuelve en su reclinatorio, donde vemos un libro cuya lectura ha interrumpido la sorprendente aparición celestial. El asombro, tal vez la turbación, eso sí, serena, ante el mensajero divino, aparece en las primeras pinturas del tema y se corresponde muy bien con la conmoción que la jovencilla nazarena pudo experimentar ante semejante sorpresa. Por otro lado, el arcángel, flotando sobre una nube en la mayoría de las pinturas, hace el ademán de transmitir el mensaje del Cielo al extender brazo y mano derechos.

Primera parte: Anunciación y Encarnación.

El lienzo donde la representación del anuncio angélico alcanza un logro más elevado es el ultimo de los ejecutados por el Greco, en 1608, para el Hospital Tavera, donde advertimos cambios evidentes respecto a las otras tres. En esta escena Gabriel se apoya en el suelo de pavimento a cuadros, mientras María tiene el reclinatorio sobre una tarima. También varía en este lienzo la indumentaria de la Virgen, mucho más suelta y de suave plegado que en las anteriores versiones. El velo que cubre la cabeza de María no se halla doblado a medias sobre la cabeza y frente, sino que la Virgen se cubre con un sencillo manto que deja el rostro al descubierto.


Anunciación  Hospital Tavera

De igual modo, el ademán mariano varía respecto a las versiones más antiguas. En aquellas la Virgen tiene su mano derecha sobre el pecho, mientras en el lienzo último la tiene abierta, en actitud expectante, idéntica a la que adopta en los lienzos de la Encarnación, que comentaremos inmediatamente. En esta representación final del Greco hallamos que la actitud adoptada por María tiene mucho más sentido como expresión de éxtasis, que en las otras pinturas del mismo tema, donde podemos hallar, como hemos dicho, un ademán y actitud más de asombro o tal vez turbación, como nos narra el texto evangélico lucano.

En estas pinturas se ofrece también la representación de un rompimiento de gloria, desde donde desciende la paloma del Espiritu Santo y un grupo de ángeles, a veces muy numeroso, muestra su júbilo en posturas de increíbles escorzos que evidencian la condición de ingravidez de estos personajes. Este 'concurso' angélico se halla en algunos lienzos interpretando un concierto con variados instrumentos de la época renacentista. Un verdadero lujo visual, que a veces ha sufrido una irresponsable mutilación, como en el lienzo de fecha más tardía, cuyo 'concierto' fue cortado y se halla en un museo extranjero.

Pero en cualquier caso, poco o nada queda en estas pinturas de la, en cierto modo estereotipada escena propia del los grandes maestros góticos y renacentistas: Fray Angélico, Lippi, Rafael incluso, imprimen a similares escenas en sus pinturas una cierta 'estaticidad', aunque llena de unción y 'halo' sagrado. Aquí hay dinamismo, pero teñido de serenidad, sin asomo de tensión, aunque en parte de las pinturas, los excepcionales rompimientos de gloria, con las escenas de conciertos angélicos, sí que percibimos un dinamismos asombroso, mas sin asomo de violencia, sino, más bien con una plenitud y excelsitud propias de personajes divinizados, ingrávidos, con la agilidad de los cuerpos celestes. Y tanto en la orante doncella como en el supremo visitante se manifiesta el sello de sublimidad sobrenatural que corresponde a tan excepcional situación. La sorpresa en María y la reverencia en Gabriel nos elevan a un estado meditativo ante el misterio que se va a realizar, tan pronto como la Virgen pronuncie su 'Fiat'. Por otro lado, en algunos de los lienzos tendremos el 'complemento temático' de la presencia angélica en el 'rompimiento de gloria' por encima de las cabezas de los protagonistas. Ángeles músicos o simplemente gloriosos flotan en el aire. En alguna de las pinturas hay una somera ambientación con elementos arquitectónicos, y siempre, la estupenda sensación de perspectiva y profundidad que ofrece el pavimento de la estancia, de enlosado más o menos complejo. Todo tiene una belleza y altura que nos fascina al introducirnos insensiblemente en la escena representada. Nos hallamos como 'dentro' de la habitación donde el prodigio se está produciendo. 


Concierto de ángeles (mutilado de la Anunciación Tavera)



La Encarnación: Éxtasis ante el Misterio.

Mas si tal es el efecto y el 'clima' ambiental que percibimos en los lienzos de la Anunciación, en los que representan la Encarnación el 'nivel' expresivo asciende a tal superioridad de altura que, definitivamente, somos captados, cautivados, inmersos en la increíble presencia del misterio. Nos vamos a limitar a uno de estos lienzos, el central del retablo de Dª María de Aragón (tal vez, el conjunto pictórico más completo y maravilloso en su contenido, del cretense). Aquí el Greco ha alcanzado ya la cumbre de su genio, aunque todavía haga alardes de su singular estilo en el conjunto de Illescas. El colegio agustino de teología 'amadrinado' por la ilustre dama de la casa real aragonesa, estaba dedicado precisamente a la Encarnación de Nuestro Señor. Y por ello, el tema que centra el retablo en su parte inferior, bajo la escalofriante Crucifixión del cuerpo superior, representa exactamente dicho misterio, con los insuperables recursos de este genio universal, 'pintor de lo visible y lo invisible', como se le tituló en el lema del año del IV Centenario de su muerte, 2014; pintor de la realidad y del misterio, añadimos nosotros.

La escena más lograda de la Encarnación, reiterada por el Greco en otros dos lienzos de menor tamaño, reúne tal cúmulo de elementos que implica un grado de madurez en la concepción temática del artista como hasta entonces no había alcanzado y va a influir en obras posteriores, como la Anunciación final, recién comentada. El lienzo original se puede admirar en el museo del Prado, como los demás lienzos del retablo, salvo el maravilloso de la adoración de los pastores, lamentablemente 'fugado' al museo de Bucarest (¿quién fue el 'culpable' de esta pérdida?), aunque tuvimos la suerte de verlo en Toledo el año 2014, en la magna exposición "El griego de Toledo". Además de éste, el Greco pintó posteriormente otros dos lienzos con el mismo asunto, pero con estructura y carácter mucho más sencillos, sobre todo el tondo para el Hospital de Illescas.  

Hacemos una somera enumeración de los elementos que integran el lienzo del Prado. Además de los protagonistas, María, en su reclinatorio, y Gabriel sobre evanescente nube. El Espíritu Santo, como paloma, entre una pasmosa 'cascada' de cabecitas angélicas, y el resplandor que emana de aquélla. Arriba, el concierto angélico y abajo, entre la Virgen y el arcángel, la luminosa zarza ardiente y el cesto con la labor doméstica dejada por María mientras oraba. No hay suelo, propiamente hablando, como en las pinturas de la Anunciación. Todo parece hallarse en un ámbito espacial tan irreal y misterioso como los demás elementos de la escena. 


La Encarnación. Centro del retablo de Dª María de Aragón,
hoy en el Museo del Prado

Veamos con cierto detalle este lienzo de la Encarnación, repetido por el Greco, al menos otras tres veces, a escala menor pero con casi absoluta identidad, una de ellas en el Museo Thyssen, muy cerca del Prado, donde se halla el modelo y paradigma. Si hay un lienzo del Greco merecedor de esta calificación respecto a un tema, es el de esta Encarnación y sus fieles replicas. Todo en esta pintura posee una ambientación de sublime misterio ante el cual sólo cabe la actitud extática, tal es la densidad mística y celestial que se nos muestra. La figura que atrae ante todo nuestra atención y nos fascina con su actitud es la de la Virgen María, vuelta en su reclinatorio, sobre el que se halla un libro de hojas abiertas. La imagen de la doncella es de una belleza tan suprema que no cabe compararla sino con la misma figura en el 'perdido' lienzo de la adoración de los pastores, perteneciente al mismo retablo, que nos ocupará seguidamente. Debe ser la misma joven la que sirvió de modelo al Greco para los dos lienzos. La Virgen viste una túnica rojiza, de amplios pliegues en su parte inferior, y contrastados claroscuros propios del artista, y se cubre con un manto azul muy suelto, los dos colores de significado teológico propios de la imagen de María. Pero nuestra atención es captada sobre todo por la expresión del rostro y el ademán de las manos de la doncella elegida. María se muestra en impresionante estado de éxtasis (y por ello la hemos tomado, arriba, como  ejemplo de ese estado de transporte místico), los ojos levantados hacia el mensajero celestial y la boca levemente entreabierta, mientras abre sus manos, unas manos de suprema finura, para transmitir, no la turbación sino el asombro que la embarga ante el mensaje que ha recibido y acaba de aceptar. Frente a ella, a mayor altura y sobre una flotante nube de tonalidades blanco-grisáceas, se halla Gabriel, el arcángel, en figura de un joven de cabello corto (es de notar la tendencia del Greco a representar a sus ángeles como jóvenes con 'descuidado' y corto peinado muy del estilo que es frecuente en los jóvenes de nuestra época, dejando de lado las flotantes melenas con que solían -y siguieron- pintar a esos personajes gloriosos).


La Encarnación. Det: María, Grabriel. Paloma  y ángeles

El arcángel viste una muy suelta túnica de un verde intenso que deja al descubierto pies y tobillos. Pero lo más llamativo es la actitud reverente del mensajero. No hay aquí manos que porten azucenas o señalen algo. Brazos y manos descansan suavemente sobre el pecho, mientras su rostro adopta una expresión de inconfundible reverencia. La misión que lo traía ya la ha cumplido y, en este momento, antes de retirarse al ámbito celestial, hace el ademán adorante que corresponde al misterio que acaba de acontecer. El Verbo increado se ha hecho presente en las entrañas virginales de la joven nazaretana. Y ello por la acción milagrosa del Espíritu Santo, que en forma de paloma desciende en pasmoso vuelo, como un poderoso 'planear' desde la altura sublime, restallante de luz que centra la escena, y lo hace entre una formidable 'cascada' de seres angélicos, sólo visualizados como cabecitas medio abocetadas entre los rayos de la luz que emana del la Santa Paloma. El contemplador de esta maravilla, no puede menos de quedar absorbido por tanta densidad, belleza y plenitud divinas, que lo elevan a una vivencia extática inefable. Sólo cabe contemplar, dejarse aprehender e introducir en la escena y quedar en adorante admiración ante tanta excelsitud y grandiosidad.  



Zarza ardiente y cesta de labor

Para completar el efecto que nos invade, hay todavía dos elementos magníficos, repletos de significado. Abajo, la visión de hondo simbolismo teológico de la zarza ardiente. Estamos ante la revelación del misterio de Dios en la plenitud del tiempo histórico. Las llameantes ramas de la zarza transmiten la referencia a aquella teofanía (revelación) primera ante el asombrado Moisés. Ahora es María la que recibe la increíble revelación del plan liberador de Dios en su manifestación definitiva.

Y arriba, sobre algodonosas nubes, la corte angélica despliega el canto que preludia el que sonará sobre los sorprendidos pastores en la noche de Belén. Un maravilloso conjunto de preciosos instrumentos de la época del pintor es manejado con maestría por el coro celestial en dinámicas actitudes propias de su ingrávida naturaleza. El Gloria in excelsis, anticipado, se entona jubilosamente sobre la humilde y asombrada doncella y el reverente arcángel que le ha traído el insólito mensaje de Dios, prodigio que ha hecho efectivo la sombra resplandeciente de la Tercera Persona trinitaria entre el torbellino de la arrebatada corte angélica. Éxtasis ante el Misterio por obra del 'pintor de lo invisible'.


La Encarnación (M. del Prado). Det. concierto angélico

Estamos, sin duda, ante una de las más geniales y sublimes creaciones del cretense, pero no sólo como arte, sino como 'teología'. La densidad temática y, digamos, 'doctrinal' de este lienzo lo constituye en un modelo supremo de la fe cristiana, en un momento histórico de su mayor relevancia, la Reforma católica y su plasmación en el concilio de Trento. ¿Qué encontramos al visualizar esquemáticamente la Encarnación, en el retablo mencionado, cuál sería la estructura compositiva de la pintura? Al abstraernos de las figuras que contiene el lienzo y trasladarnos a una, digamos, 'dimensión geométrica', lineal, ¿qué hallamos? Sencillamente una figuración en forma de 'equis' (X), en la que aparece una distribución de las figuras bajo dicha estructura, con un centro de cruce de líneas en un determinado punto, que constituiría el centro visual y 'teológico' de la situación representada. ¿Cuál es ese punto-eje?



La imagen de la paloma, figuración clásica y evangélica del Espíritu Santo. Y, por cierto, una imagen que no se encuentra situada estáticamente en un punto del espacio, como es frecuente, casi habitual, enlas pinturas de este asunto, sino que adopta, por su posición oblicua, una actitud dinámica: La paloma se está cerniendo, repetimos, desciende 'planeando desde el espacio superior (el cielo) sobre la cabeza de la Virgen, que se halla ubicada justamente en el área espacial de la parte inferior de la equis, lo mismo que la figura de Gabriel. María ha dejado todo, labor y lectura; y se ha impregnado arrebatado por la 'teofanía' de la zarza ardiente. Y, todavía más, el 'centro' figurado por esta imagen descendente es, además, la fuente de toda la luz que se despliega en la escena, abajo y arriba, y la paloma aparece flanqueada, a un lado y otro, por la flotante cascada de cabecitas angélicas, que dibujan también el signo de la letra-esquema. Con ello se plasma con toda precisión la respuesta del arcángel al interrogante de la doncella: "¿Cómo podrá ser eso...?"; "El Espíritu Santo vendrá (DESCENDERÁ) SOBRE TI, y la virtud (el poder) del Altísimo te cubrirá con su 'sombra' (su poder creador de la nada, luminoso, fulgente,)" (Lc 1, 34, 35a). He aquí toda la significación teológica del Misterio de la Encarnación. ¿Y la parte superior de la equis? La ocupa el concierto angélico, la fiesta en las alturas -anticipo de la Navidad-. ¿Cabe más densidad doctrinal? Estamos ante una soberana exposición catequética, digna de un maestro, en el retablo de un 'Colegio de teólogos". 

El tema de la Encarnación fue tratado por el Greco, al menos dos veces más, ambas con posterioridad al gran lienzo del retablo que acabamos de comentar. Una en 1585 y otra, la última en uno de los tondos para el Hospital de Illescas. En ambas la escena se simplifica hasta el máximo (Illescas). No hay más presencia angélica que la de Gabriel, un joven de melena rubia e indumentaria de vistos plegado en su parte inferior, de un amarillo radiante. María está arrodillada y vuelta de frente a nosotros, mientras sujeta el libro sobre el reclinatorio, con expresión de cierto éxtasis, aunque no con la intensidad del lienzo hoy en el Prado. Un canasto con ropa y una tijera delante junto a un jarrón con tallo del que se abren tres azucenas. El fondo es ahora una de esas 'fantasmagorías' celestes tan propias del Greco, un ancho haz de nube luminosa y evanescente del que desciende la paloma sagrada.


      La Encarnación (1585-1602) Museo Santa Cruz  


La Encarnación (1605) Illescas (Toledo)        


El mismo detalle del jarrón de azucenas se repite en el tondo de Illescas, en el que la Virgen aparece con una expresión de clara sorpresa, más que de éxtasis, ante el arcángel, esta vez situado a la izquierda del espacio, mientras María, a la derecha, con un rostro mucho menos bello que en los grandes lienzos de la Encarnación y Adoración, se halla sobre su reclinatorio con ademán de sorpresa admirada, manos abiertas y mirada fija en el mensajero celestial, pero sin ese 'toque' expresivo que denota un estado de éxtasis. Unos hermosos lienzos, pero sin el sublime sello de aquellos en los que el Greco se empleó 'a fondo' y dio mucho de lo mejor de su arte.








































1 comentario:

  1. Me rindo ante tu sensibilidad artística, Carlos.
    Reconozco noblemente que, de no ser por tu intervención, yo sería incapaz de captar tantos detalles viendo una pintura.
    Es evidente que carezco de esa sensibilidad. Un cuadro puede gustarme más o menos pero no alcanzo ese nivel de detalle.
    Pero lo que me ha llamado poderosamente la atención (si es que lo he entendido bien) es lo del "concierto cortado" de la Anunciación del hospital TAVERA.
    ¿Realmente cortaron físicamente el lienzo y se llevaron ese trozo a otro museo?

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