ÉXTASIS ANTE
EL MISTERIO (y II)
Segunda parte: La
adoración de los pastores.
Cerremos en esta segunda parte nuestra visión navideña del
Greco extasiándonos, una vez más, ante las otras obras de este genio,
reiteradas en varías réplicas alguna de ellas, y de la que incluso extrae su
autor los personajes fundamentales para componer una escueta
"Natividad", con destino al conjunto del Hospital de Illescas. Nos
referimos a la 'Adoración de los pastores', pasaje-misterio navideño que el
Greco representó en varias ocasiones, con diversa estructura compositiva, pero
teñida siempre la escena de un aire de singular dinamismo y elementos
curiosamente diferenciados. También en este caso asistimos a una evolución,
cada vez de mayor densidad expresiva.
El Greco inicia sus representaciones de este tema, tan
tradicional en el arte cristiano, al incluirlo como una de las seis pinturas
sobre tabla que constituyen el maravilloso Tríptico de Módena, obra temprana
(ca. 1569), anterior a su venida a España, con nítidas influencias de su etapa
veneciano-romana. La escena se sitúa en un desvencijado 'portal' de madera con techumbre rota, pero incluye algún rasgo inusual, donde muestra ya su tendencia a la originalidad: dos personajes femeninos que conversan al fondo y derecha del espacio y señalan al Niño.
Después vuelve a pintar el asunto hasta seis veces, una de ellas, la que vamos a tratar con detalle, repetida en dos ocasiones más, y el 'extracto', digamos, de lo esencial de dicho lienzo para el Hospital de Illescas. Esta escena evangélica es también la que el pintor escoge para el gran lienzo de su última época (1612-14), que destinó al retablo de su toledana capilla funeraria en Santo Domingo el Antiguo, hoy en el museo del Prado (a Dios gracias, ya que perdimos la que formaba parte del retablo para el colegio de doña María de Aragón, hoy en Bucarest). Las versiones del mismo tema poseen una composición diferente, en la que se advierten, como rasgo común, los ademanes de admiración de San José y los pastores que adoran al Niño, mostrado en desnudez por María, que abre un amplio lienzo, salvo uno de las pinturas, como observaremos..
Todas estas pinturas, realizadas con diferentes materiales, temple y óleo sobre tabla o lienzo, son de gran belleza y maestría compositiva. Sin embargo, no todas pueden calificarse o caracterizarse con los términos que hemos empleado como definitorios del modo de hacer más, digamos, 'propio' del genio cretense, éxtasis ante el misterio. Por ello nos vamos a ceñir a aquellas pinturas en las que el autor, en plena madurez de su condición artística y espiritual, se nos muestra como impregnado hasta el tuétano por un concepto de su estética que acabo estando trascendido por la visión (¿o vivencia, tal vez?) del más sugerente misticismo.
Después vuelve a pintar el asunto hasta seis veces, una de ellas, la que vamos a tratar con detalle, repetida en dos ocasiones más, y el 'extracto', digamos, de lo esencial de dicho lienzo para el Hospital de Illescas. Esta escena evangélica es también la que el pintor escoge para el gran lienzo de su última época (1612-14), que destinó al retablo de su toledana capilla funeraria en Santo Domingo el Antiguo, hoy en el museo del Prado (a Dios gracias, ya que perdimos la que formaba parte del retablo para el colegio de doña María de Aragón, hoy en Bucarest). Las versiones del mismo tema poseen una composición diferente, en la que se advierten, como rasgo común, los ademanes de admiración de San José y los pastores que adoran al Niño, mostrado en desnudez por María, que abre un amplio lienzo, salvo uno de las pinturas, como observaremos..
Todas estas pinturas, realizadas con diferentes materiales, temple y óleo sobre tabla o lienzo, son de gran belleza y maestría compositiva. Sin embargo, no todas pueden calificarse o caracterizarse con los términos que hemos empleado como definitorios del modo de hacer más, digamos, 'propio' del genio cretense, éxtasis ante el misterio. Por ello nos vamos a ceñir a aquellas pinturas en las que el autor, en plena madurez de su condición artística y espiritual, se nos muestra como impregnado hasta el tuétano por un concepto de su estética que acabo estando trascendido por la visión (¿o vivencia, tal vez?) del más sugerente misticismo.
Tomamos la pintura que figuraba a la izquierda de la
comentada Encarnación, en el retablo para el colegio teológico agustino, como
punto de referencia destacada, analizaremos sus diversos 'elementos' o motivos integrantes y, respecto a ella, haremos alguna observación
deducida de otros lienzos de similar asunto.
En esta ocasión no encontramos un esquema compositivo tan
patente como en el lienzo anterior. Es mucho más evidente la división de la
escena en dos partes, inferior y superior, claramente diferenciadas.
La
inferior tiene como eje nuclear y foco lumínico la imagen del Niño Jesús, que
la joven madre, concentrada su mirada en la figura del Niño, presenta a los
asombrados concurrentes. Como hemos indicado, en la imagen infantil se condensa
toda la luz, como foco que expande su claridad sobre todos los concurrentes al
acontecimiento.
Adoración. Mitad inferior.
Continuamos nuestro análisis por las imágenes que componen la
escena inferior. Ante todo, María. Una madre jovencísima, casi adolescente, de
exquisita finura en todo su aspecto, trasunto de la doncella que vimos en la Encarnación. Viste
amplia túnica roja, que en su parte inferior se difunde en un suelto plegado.
Del abierto escote emerge un rostro de belleza sublime, intensamente iluminado
por el resplandor que surge del Niño Jesús, desnudo sobre un amplio lienzo que
la madre ha abierto y del que sostiene los dos extremos superiores con ambas
manos.
La expresión de María es como de éxtasis, con la mirada intensamente
fija en la contemplación del tierno infante mostrado a los pastores; toda su
atención está centrada en la figura del Niño. Cubre su cabello con un ligero
velo blanco, doblado con descuido, y deja al descubierto un esbelto cuello y la
oreja derecha.
Adoración. Det.: La Virgen María
Ante ella aparecen tres figuras: La más delantera a nosotros
es un pastor medio vuelto, con una rodilla en tierra y los pies desnudos, que
ha dejado su cayado en el suelo así como un cordero blanco con las patas
atadas, para cruzar sus brazos sobre el pecho, actitud adorante típica del
Greco y de su época. La figura del cordero la va a repetir el Greco en varios
de sus lienzos del mismo tema y se ha querido ver en ella la imagen del Cordero
de Dios, con la que Juan el Bautista caracterizará a Jesús en varios sus
testimonios, el inocente Cordero destinado al supremo sacrificio en la tarde
del Viernes Santo, a la misma hora en que se sacrificaban los corderos para la
cena pascual conmemorativa del rescate de pueblo esclavo del Faraón. Y también
figura central del libro del Apocalipsis y su 'definitiva' revelación de la
acción de Dios en la historia.
Al lado del pastor delantero se sitúa la figura de San José.
No es un pastor, sino el padre legal de Jesús, y así lo integrará el Greco en
el lienzo destinado al Hospital de Illescas en el que sólo aparecen María y
José ante el Niño recién nacido. José adopta una expresión hondamente
admirativa, con sus manos abiertas, una expresión que podemos calificar de
extática. Un detalle singular: la figura que se halla entre el esposo de María y
ella es un ángel. El Greco ha introducido esta novedad, que no se repite en sus
demás lienzos del mismo tema, sin duda para dar mayor énfasis al acto de
adoración. Y por ello, el ángel se encuentra con los desnudos brazos cruzados
sobre el pecho, mientras mira con absoluta atención la imagen del Niño Jesús;
es una figura de joven varón cubierto con túnica azul muy plegada, rizados
cabellos y deja ver su ala izquierda (una gran ala, como es habitual en el
artista), desplegada en alto.
Adoración. Det. de San José y un ángel.
Pero este lienzo contiene, además, dos figuras en una
sorpresiva actitud. Con certeza, son otros dos pastores, mas no se encuentran
en postura adorante, como suelen adoptar los que se incluyen en esta escena. El Greo hace aquí un
alarde de originalidad, que introduce en la escena un rasgo de singular
dinamismo. Detrás y por encima de la imagen de María aparecen dos personajes en
animada conversación: Uno se cubre con ropaje de color amarillo y está
expresando algo a su interlocutor, una persona de edad avanzada y barba canosa
(que tal vez podría tomarse como un autorretrato de los muchos que el cretense
gustaba de incluir en sus lienzos). este personaje, con indumentaria de color
azul oscuro y camisa blanca abierta, está señalando con su mano izquierda al
Niño mostrado por María, mientras su mano derecha, abierta bajo la barba, hace
además de responder al compañero ante él.
Originalísima novedad del original artista, que ya había introducido en su pintura del tema en el Tríptico de Módena y vuelve a aparecer en otros posteriores lienzos de adoración, aunque con rasgos diferentes (el Greco no se repite, siempre hay algo novedoso). El resto de la escena lo compone un sobrio marco arquitectónico de doble arco, roto en su lado derecho, y árboles al izquierdo, así como uno de esos cielos 'fantasmagóricos' tan característicos del Greco bajo el lado derecho del arco.
En la zona superior se nos presenta, una vez más, como es típico del Greco, el rompimiento de gloria con la impresionante 'danza' angélica, que forma un agitado remolino de escorzos de arrebatado dinamismo. Es como contemplar dos mundos: Abajo, la serenidad del éxtasis ante el prodigio, que la corte de seres celestiales ha anunciado a los rústicos pastores, los privilegiados de aquella noche santa. Los ángeles, en un derroche de alegría festiva, algunos de ellos sosteniendo la filaccteria con el mensaje angélico "Gloria in excelsis Deo et in terra pax hominibus bonae voluntatis". Arriba, la arremolinada turba angélica se mueve en gozosa danza. El rompimiento de gloria en el que se mueven los ángeles se encuentra inundado de luz desde el cielo.
Adoración. Det: Dos pastores conversan
Originalísima novedad del original artista, que ya había introducido en su pintura del tema en el Tríptico de Módena y vuelve a aparecer en otros posteriores lienzos de adoración, aunque con rasgos diferentes (el Greco no se repite, siempre hay algo novedoso). El resto de la escena lo compone un sobrio marco arquitectónico de doble arco, roto en su lado derecho, y árboles al izquierdo, así como uno de esos cielos 'fantasmagóricos' tan característicos del Greco bajo el lado derecho del arco.
En la zona superior se nos presenta, una vez más, como es típico del Greco, el rompimiento de gloria con la impresionante 'danza' angélica, que forma un agitado remolino de escorzos de arrebatado dinamismo. Es como contemplar dos mundos: Abajo, la serenidad del éxtasis ante el prodigio, que la corte de seres celestiales ha anunciado a los rústicos pastores, los privilegiados de aquella noche santa. Los ángeles, en un derroche de alegría festiva, algunos de ellos sosteniendo la filaccteria con el mensaje angélico "Gloria in excelsis Deo et in terra pax hominibus bonae voluntatis". Arriba, la arremolinada turba angélica se mueve en gozosa danza. El rompimiento de gloria en el que se mueven los ángeles se encuentra inundado de luz desde el cielo.
De esta sublime pintura contamos, al menos, con dos
réplicas, aunque no con idéntica perfección en su ejecución. Como impresión
global y sintetizada nos transmite una sensación de éxtasis ante el Misterio
del nacimiento de Jesús, cuyas expresiones fundamentales las hallamos en el
rostro de María, la admirada actitud de José y la adorante del ángel
descendido. La expresión de los dos personajes en conversación es más bien
entre ponderativa y asombrada ante el acontecimiento.
Otras versiones.
¿Qué apuntar, para no extendernos en exceso, respecto a
otras pinturas del mismo tema? Digamos que el Greco ya había pintado escenas de
la Adoración
en etapas anteriores a la del lienzo comentado, escenas de aspecto más
convencional, más similar a las de otros artistas, con recuerdo de influencias
venecianas. En su periodo más 'personal', afincado ya en Toledo, podemos contar con el lienzo, entre 1577 y 1599, hoy en la Fundación Botín.
Es un lienzo muy interesante, con rasgos característicos del gran estilo del
artista. Aquí ya se encuentra el dinamismo propio de su genio: Cinco pastores
llegan al portal, alguno de ellos ya en adoración, mientras otros dos dialogan
detrás, en el lado derecho. San José está situado también a la derecha del Niño
mientras María centra la escena, pero no sujeta el lienzo abierto, sino que
muestra una actitud adorante de manos cruzadas sobre el pecho. Y con dato singular,
en la zona inferior derecha, aparece la figura parcial de un personaje de
cabeza calva y luenga barba canosa, semidesnudo en su torso y a medio cubrir
con un ropaje (¿manto?) rojo, que señala con su mano izquierda el texto de un
libro medio abierto y sostenido con la derecha... ¿Estamos ante un evangelista,
Lucas, el 'cronista' de la
Navidad e infancia de Jesús, o, tal vez, ante un San
Jerónimo, padre de la Iglesia
occidental y famoso por su versión latina (Vulgata) de la Biblia , gran comentarista del
texto sagrado, que vivió en Belén, y de enorme devoción en toda la Iglesia , así como Patrono
titular de la Orden
monástica 'estrella' de la monarquía y nobleza hispana, los Jerónimos?. En
cualquier caso, este inusual personaje no aparece en ningún otro lienzo del
periodo toledano del Greco, que tampoco efigió al asceta monje de Belén?
Adoración pastores. Fundación Botín. Santander
Una obra posterior (1603-1605) a la del retablo de doña
María de Aragón e influida claramente por la misma es la que se halla en el
Colegio del Patriarca, en Valencia. Su estructura, composición y elementos
ambientales -arquitectura y fondo- son análogos a aquella, con algunos rasgos
diferenciales: Ante todo, María no está cubierta con velo o manto, sino con
cabeza descubierta, cabello rubio recogido en un moño, y ubicada más en el
centro del especio del lienzo. José continúa situado a la derecha, pero el
pastor rodilla en tierra está a la izquierda y medio vuelto hacia nosotros,
aunque sí con el bastón y el cordero atado, en el suelo, delante del Niño. No
figura el adorante ángel 'descendido', y los pastores que conversan son ahora
jóvenes, uno con las manos juntas y otro señalando al Niño, más otro en actitud
admirada, brazos en alto, que parece ver las tres figuras de niños-ángeles que
danzan en lo alto, dentro del arco derecho del, digamos, portal, porque en este
lienzo se ha suprimido la gran turbamulta angélica superior del lienzo
'modelo'. En este caso no se evidencia una impresión de éxtasis, aunque sí de
adorante reverencia por parte de todos. Tal vez, sea la figura de San José la
que muestra una actitud más admirada, por sus abiertas manos. .
Sin embargo, en el último de los lienzos dedicados por el
Greco a este popular asunto (1612-14), que destinó al retablo de la capilla donde deseaba
y fue enterrado (aunque después, por desacuerdo de la familia con la comunidad
de monjas benedictinas sufrió traslado, sin que hoy se conozca realmente el
lugar donde reposan sus restos); en ese lienzo, hoy en el museo del Prado, sí
que advertimos de nuevo la actitud de admirativo misticismo que, sobre todo,
campea en la pintura del retablo para el colegio teológico agustino. Todo en
esta escena es dinámica adoración y éxtasis. De nuevo tenemos dos zonas
diferentes, inferior, más amplia, y superior, con 'danza' angélica bien
poblada. La arquitectura se ha simplificado y se reduce a un somero arco al
fondo izquierdo y sobre la figura de la Virgen. María , de frente a
nosotros, se cubre ahora con velo blanco y manto azul. El vestido es rojo, como
siempre. A su derecha (nuestra izquierda) José, con amplio ropaje oscuro y
manto amarillo, que adopta un amplio doblez hasta el suelo, muestra su asombro
con las abiertas manos. A nuestro lado derecho hay tres figuras de pastores,
dos arrodillados y otro de pie entre ambos, todos descalzos. Las actitudes son
de admiración (manos abiertas) en uno y de manos juntas y brazos adorantes,
cruzados, en los otros dos. Todas las expresiones faciales de los personajes
masculinos son de asombro, de éxtasis, mientras la de María es de sencilla
actitud contemplativa al descubrir el cuerpo de su Hijo. En el suelo, ante el
pastor de pie, se halla también el cordero atado. Los ángeles del rompimiento
de gloria, esta vez sin instrumentos,
poseen el singular dinamismo que el Greco sabe dar a estos personajes, y
uno de ellos cruza sus manos sobre el pecho, en adoración. Hay una réplica de
este lienzo, donde el cordero ha sido colocado entre el pastor de rodillas y San
José.
Como propio de la inspiración de donde procede, el tondo con
tema exclusivamente navideño, que el Greco pintó para el Hospital de la Caridad (1603-1605), junto a otros lienzos , en la toledana
localidad de Illescas, nos transmite similar impresión de éxtasis que su lienzo
del retablo modelo, ampliamente comentado. Pero aquí la sobriedad y concisión
temática llega a su cima. Ya no hay marco arquitectónico. Sobre un fondo
oscuro, nos encontramos con cuatro figuras: El Niño Jesús que centra el lienzo
como fuente de luz, María, José y la cabeza del buey, que vuelve a figurar tras
haber 'desaparecido de la mayoría de los lienzos 'toledanos', mas no en los
anteriores. La Virgen
con indumentaria similar al lienzo inspirador e idéntica expresión concentrada
en su Hijo. Y José con los abiertos brazos y manos expresivos de su admiración,
también reflejada en el rostro. Puro esquematismo figurativo y semejante
actitud extática.
Estos asuntos en torno al misterio de la encarnación y
nacimiento del Hijo de Dios, tan del gusto y valor de una época como la que
vivió el Greco, que tuvieron por tanta enorme aceptación y fueron
reiteradamente encargados, patentizan las cualidades más distintiva e
inigualables del autor, únicamente recogidas por su hijo Jorge Manuél, aunque
no con la 'enjundia' del padre, como es de esperar en quien sigue un
determinado influjo pero no con la intrínseca cualidad del que inventa una
manera de expresar la realidad. Sólo el gran Doménico poseyó tales rasgos,
constitutivos de una compleja personalidad (que tuvo en lo relacional sus
consecuencias negativas, que no nos corresponde tratar). Este ciclo navideño,
como el otro gran ciclo, el de la
Pasión , además de sus retratos, refleja la transformación de
un genial artista de espíritu oriental-bizantino en un lúcido manierista
que supo recoger la insigne herencia veneciana y romana, pero que concluyó convirtiéndose, en su periodo hispánico, en el artista inigualable, capaz de
transmitir como ningún otro la intensa vibración de lo trascendente, del misterio inabarcable
ante cuyos efluvios más acendrados sólo cabe, de la mano y en aras de la fe,
inexplicable don de Dios, una actitud: el éxtasis admirativo que sacó de su
hondo centro el espíritu de los santos y los sencillos.
No se puede añadir nada más a lo mucho que has explicado. Por lo tanto permíteme que aluda a un hecho, triste para mí, como es el que la familia de Doménikos Theotokópulos no respetara su deseo de "permanecer" enterrado en Toledo.
ResponderEliminarPor cierto, desconocía que también se conociera al Convento de Santo Domingo el Antiguo como Santo Domingo de Silos (no confundir con el de la provincia de Burgos).
No se puede añadir nada más a lo mucho que has explicado. Por lo tanto permíteme que aluda a un hecho, triste para mí, como es el que la familia de Doménikos Theotokópulos no respetara su deseo de "permanecer" enterrado en Toledo.
ResponderEliminarPor cierto, desconocía que también se conociera al Convento de Santo Domingo el Antiguo como Santo Domingo de Silos (no confundir con el de la provincia de Burgos).