martes, 21 de marzo de 2017

UN HOMBRE 'JUSTO'


JOSÉ DE NAZARET

                                             En recuerdo de mi hermano José Luís,
                                             y para mis buenos amigos José Manuel 
                                             y José Vicente.

1. El hombre fiel a Dios

Un hombre 'cabal', diríamos en lenguaje actual. Porque en lenguaje de la cultura judaica, el término 'justo' se aplica como sinónimo de 'santo' y se refiere por excelencia al mismo Dios: "El Señor es justo en todas sus acciones", y expresiones de análogo significado pueblan especialmente el libro de los Salmos. Por tanto, al aplicarle el evangelista Mateo dicho término para, en cierto modo, definir la personalidad de José de Nazaret, el 'prometido' como esposo de la joven María para explicar su reacción al percatarse del sorpresivo 'estado de buena esperanza' de su prometida, su novia, diríamos hoy, lo califica como 'santo', como 'perfecto': "María estaba desposada con José y, antes de vivir junto, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su esposo, José, como era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto." (Mt 1, 18-19). Hombre justo, santo. El evangelista Lucas aplica este calificativo a otro personaje, el anciano Simeón. José, con su actitud insobornable de total sumisión a la voluntad divina, se nos aparece como un personaje análogo a los venerables patriarcas del Antiguo Testamento, y realmente constituye el lazo de unión entre aquel y el Nuevo.  

El carpintero de Nazaret, porque probablemente era el único del pequeño pueblo, José, pasa como de puntillas, de refilón, por los capítulos del evangelio. Sólo dos de los evangelistas, Mateo y Lucas, hacen referencia de él. Y es Mateo el que nos transmite el testimonio por el que podemos formar una imagen muy sobria de José. Lucas se limita a mencionar su nombre en la narración del nacimiento de Jesús en Belén, la presentación del Niño en el templo y el 'suceso' de Jesús adolescente entre los doctores del templo de Jerusalén. Hace constar, sin embargo, la raíz davídica de este hombre oculto en un pueblecillo de Galilea, al indicar su viaje a Belén, con María, para empadronarse, dato que completa la referencia de Mateo, quien también da cuenta de dicha raíz regia.


Juan de Mesa. San José (det) (1621)

José, el hombre que llamaríamos "del misterio". Y ello en toda su integridad y en su fugaz aparición en la escena evangélica. Escogido misteriosamente por Dios (si actuamos y lo vemos desde un prisma providencialista, creyente) como esposo de María, la que va a ser madre del Verbo encarnado. Un papel insólito y lleno de connotaciones muy difíciles, con sólo atender a la relación marital con María Virgen y al increíble embarazo de ésta. La actuación de José en el portentoso acontecimiento de la Encarnación se halla también rodeada de misterio, de silencio.

En tres ocasiones le comunica Dios su voluntad y siempre tal comunicación se realiza 'en sueños'. El Ángel del Señor se aparece a José en tres circunstancia bien comprometidas: el sorpresivo embarazo de su prometida, la orden de huir a Egipto para eludir la tiránica decisión de Herodes, y la indicación de regresar a Tierra Santa tras la muerte del tirano. No nos dice el evangelista que hubiera 'visión', tan sólo que José oyó en sueños esas respectivas comunicaciones divinas: "No tengas reparo en llevarte a María, tu esposa, a tu casa, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo". Esta revelación incluye el encargo de poner nombre al niño, función propia del padre (Mt 1, 20-21).
Segunda orden: "Levántate. Toma al niño y a su madre y huye a Egipto. Allí estarás hasta que yo te avise. Porque Herodes va a buscar al niño para matarlo" (Mt 2, 13). Tercera comunicación: "Levántate, tomo contigo al niño y a su madre y marcha a tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño" (Mt 2, 20).


Murillo: Huida a Egipto (s. XVII)

José, el hombre obediente. Es uno de los rasgos propios de esa 'justicia', es decir, 'santidad', con la que lo caracteriza el evangelista. Obediencia inmediata, sin conjeturas, o sea, identificación total con la voluntad de Dios. Otro rasgo, complementario o derivado de esa actitud fundamental: la piedad. José es hombre piadoso, cumplidor de la ley mosaica. José y María iban cada año a Jerusalén a celebrar la Pascua judía. Lo expresa Lucas al narrar la inesperada y angustiosa situación del niño Jesús al quedarse en Jerusalén sin que sus padres lo advirtieran. Y es María la que hace al chavalillo el reproche que nos narra el evangelista. Pero José no dice nada; sólo se nos indica la falta de entendimiento de ambos ante la extraña respuesta del muchacho. ¡Qué personalidad tan sorprendente, tan llena de serenidad y apertura a la voluntad de Dios!


2. San José en la historia de la piedad y el arte

La figura de San José fue entrando muy despacio en la historia de la piedad y espiritualidad cristianas. Su persona quedaba un tanto eclipsada por el fulgor sublime de su esposa, María; y es natural, puesto que el papel de ésta en la historia de la salvación es mucho más evidente, aunque también, en los primeros siglos quedara ella supeditada al enorme relieve que representaba Jesucristo, el Salvador.

Aunque ya San Jerónimo (s. IV) se refiere a San José para refutar una afirmación que negaba la concepción virginal de Jesús e indicaba que José no había permanecido virgen, y otros pensadores medievales, como Santo Tomás de Aquino, hacen alusión al santo esposo de María, la relevancia creciente de San José en la piedad cristiana vino en época tardía, en gran parte de la mano de una figura descollante de la historia cristiana universal: Santa Teresa de Jesús. Ella confiesa repetidamente su devoción al santo patriarca y la confianza que su intercesión suscitaba para su incansable y atrevida empresa reformadora, hasta el punto de que la mayoría de sus fundaciones llevan el nombre de San José como patrono, junto a la imagen de la Virgen del Carmelo, "San José del Carmen" es el título de su fundación sevillana.

El Concilio de Trento vino a respaldar esta devoción teresiana, que continuó in crecendo hasta que el papa León XIII publicó una encíclica declarando a San José patrono de la familia y de Iglesia universal. También se le ha declarado patrono de los seminarios de la Iglesia. Y recientemente, el papa San Juan Pablo II publicó (1989) la encíclíca "Redemptoris custos", en la que trat de la figura jopsefina y de su papel en la historia de la salvación y de la Iglesia.


Botticelli: La adoración del Niño Jesús (s. XV)

Entre otros aspectos, influyó la veneración creciente de San José en la representación plástica de su figura. Porque la tradición antigua hizo de San José una figura avejentada, casi de anciano, a menudo calvo o de cabello canoso. Se entendía que para salvaguardar la imagen virginal de María, lo más adecuado era colocar a su lado un hombre de edad muy avanzada, carente ya del impulso propio de una joven adultez. Así aparece, sobre todo, en las pinturas del Gótico y Primer renacimiento, las que nos plasman las escenas del Nacimiento del Jesús y toda su historia. En gran parte de ellas aparece José adormilado, mientras María adora al Niño.

Sin embargo fue la devoción teresiana y el propio concilio trentino los que renovaron la imagen del santo, ofreciéndonos una figura varonil, adulta ciertamente, pero de joven madurez. Y no es de extrañar. ¿Cómo es posible imaginar que un casi anciano puede afrontar las difíciles condiciones en que se desenvolvió el acontecimiento de la Encarnación del Verbo, su nacimiento tras un fatigoso viaje y, todavía más, la huída a Egipto, país desconocido y problemático para la pareja de Nazaret y su tierno retoño?

Murillo: Descanso en la huida a Egipto.

La mera citación del modo como José debió actuar ante la indicación del Ángel del Señor ("Levántate, toma contigo al niño y a su madre...", es la orden angélica) en las dos ocasiones relacionadas cos aquella grave aventura de marchar a un país extraño), nos hacen pensar en la necesidad de que este hombre de Dios debería tener una capacidad y fortaleza físicas que le permitieran llevar a cabo su cometido de custodio de una joven madre y su hijo casi recién nacido con soltura y eficiencia que no se dan en un anciano. José y María han de emprender el viaje de noche y marchar aprisa hacia la tierra egipcia, para regresar pasado el peligro. Y, tanto más, José ha de tomar una decisión que exige carácter ponderado y juicioso, así como claridad de mente para ello: Al regresar a Israel José considera más oportuno trasladarse desde Judea a Galilea por motivos de seguridad, la menor crueldad de Herodes Antipas que su hermano Arquelao. José se instala en Nazaret y allí transcurre su vida de artesano con su familia, Jesús y María, como nos muestran numerosas obras de arte, de inspiración típicamente piadosa.



Murillo: Sagrada Familia 'del pajarito'

Así pues, los artistas del realismo tardorrenacentista y del protobarroco nos ha dejado una figura escultórica y pictórica muy atractiva de San José. En el siglo XVI contamos ya con los lienzos del Greco, que nos ofrece dicha figura: José es un hombre fuerte que tiene a su lado y ampara a un Niño Jesús ya crecidito.


El Greco: San José ampara al Niño

Entre los imagineros del XVII, la maestría de Martínez Montañés y de Juan de Mesa nos han legado también tallas de un santo en madura juventud. Y el que, en el arte español, puede estimarse al sevillano Murillo como el pintor por excelencia de la infancia de Cristo, junto a su familia, María y José, Este insigne pintor nos ha dejado numerosos lienzos donde destaca un José adulto, pero joven y fuerte, capaz de caminar hacia Egipto y de mantener con su modesto taller de carpintero, la vida de su esposa y de Jesús.


Juan de Mesa: San José dando la mano al Niño.

Un aspecto interesante sobre el 'arte josefino', que sirve a los expertos para datar las imágenes del santo es la diferencia entre las que corresponde a un periodo de realismo protobarroco, del siglo XVI y comienzos del XVII, y el pleno barroco de más adelantada época. En el primer periodo la imagen de San José con el Niño nos presenta al santo dando la mano a un Jesús ya niño mayor, que camina junto a él. Sin embargo, más adelante, la figura de Jesús pasa a ser la de un niñito como un bebé, que es llevado en brazos por el padre legal, a veces sobre un paño o sabanita. Un diferencia muy patente que viene del paso de una piedad más sobria aunque sensible a otra de carácter más, digamos, 'emocional', 'tierno'. Así lo representó un gran imaginero de finales del XVII, Pedro Roldán.


Pedro Roldán: 
San José con el Niño en brazos.

No tenemos referencia bíblica sobre la desaparición del santo patriarca. Los evangelios apócrifos, como suele suceder, han tratado de suplir este silencio para satisfacer la piedad del pueblo sencillo. Y no faltan muestras de arte donde se nos ofrece la escena del tránsito de San José, con Jesús, ya mayor, y María, que recogen el último aliento de este varón justo, que en la piedad cristiana es invocado también como protector de la buena muerte, pues tuvo junto a él a las dos supremas personas que pueden ser amparo en tan difícil trance. Así lo muestra la popular jaculatoria: "Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía".          

1 comentario:

  1. Muchas gracias Carlos por este artículo sobre mi santo Patrón.
    La excelente selección de imágenes ilustran no solo el artículo en sí sino tus extraordinarios y envidiables conocimientos sobre el arte iconográfico y sobre la imaginería religiosa.

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