EL PARRAL. 2º. JARDINES Y
HUERTA
"Plantó Yahaveh
Dios un jardín en Edén, al oriente... Yahaveh Dios hizo brotar toda clase de
árboles deleitosos a la vista (Gen 2, 8-9)
¿Por qué llamarle 'paraíso' (jardín bíblico)?
Hemos
recorrido las dependencias del monasterio de Santa María del Parral, en
Segovia, de una belleza y amplitud que cautivan al visitante o al huésped. Mas,
para centrarnos en la calificación un tanto especial que hemos dado a este
monasterio, hemos de preguntarnos: ¿Qué de singular es lo que hace que se pueda
recordar el Jardín de la bíblica (alguno diría "mítica") tierra de
Edén, el Paraíso anterior al pecado original? Porque, en realidad, podemos
afirmar que todos los monasterios tienen elementos comunes: Recinto monacal de
viviendas y dependencias para cada actividad, templo, hospedería y zona de
naturaleza, al aire libre (huerta o jardín, aparte del espacio abierto de los
claustros).
Respondemos inmediatamente: el monasterio del Parral posee un
espacio de jardín (que se puede llamar también 'parque' por su amplitud y diversidad vegetal) y una huerta de tales
dimensiones, belleza, feracidad y riqueza de agua, que a poco
que el huésped tenga un recuerdo de aquella denominación sacra que fue el
Jardín del Edén original, le vendrá a la memoria dicho recuerdo. Este huésped,
que se considera 'peregrino del silencio' lo ha experimentado así más de una
vez, y a ello contribuye el clima de silencio y serena placidez que impregna el
ambiente de ese formidable parque-jardín-huerta (hay que usar, enlazados, los
tres vocablos para designar con justeza y justicia lo que allí se disfruta), el
sosegado y, sublime placer que invade el ánimo y, en términos modernos, el
psiquismo del huésped, y restaura su equilibrio anímico, si es que lo tiene
alterado.
Esta experiencia, en la que tiene un papel un elemento tan decisivo
(y ambicionado por todas las culturas del mundo y de la historia) como es el
agua, la riqueza, abundancia y hasta 'derroche' del elemento vital por
excelencia, es tal que basta para explicar la feracidad de todo el conjunto vegetal
que puebla el amplísimo espacio al aire libre, desde el cual, para colmo, se
disfruta, una perspectiva de monumentos de la ciudad, que llena la vista de
esplendor y belleza, tal como hemos descrito al comienzo. Vamos a recorrerlo
serenamente.
Un paseo por el jardín del
Parral.
Desde
el claustro mayor entramos hacia el jardín a través de una puerta ojival y un
corto pasillo que cierra, con enmarque también gótico, una verja a cuyo
exterior se desparrama una enredadera con flores rojizas en forma de
trompetilla. Sigue otro pasillo, ya en el exterior por el que accedemos
definitivamente al parque monacal.
Junto
a una fuente que mana el agua por la trompa de la cabeza de un elefante nos
hallamos situados al comienzo de un larguísimo paseo pavimentado, flanqueado por pilastras de base cuadrada, en muchas de las cuales se
han armado pérgolas que lucen enredaderas colgantes, que se continúan con dos
filas paraleles de altos cipreses y abundantes masas de bambú. La distancia es
muy extensa y este hermoso paseo deja a un lado el jardín donde florecen
plantas de crisantemos, dalias, geranios, girasoles y otras, que ponen un tapiz multicolor
a esa parte.
La variedad floral es fastuosa; hasta florecen cardos y otras plantas salvajes que lucen sus flores, de una belleza singular Al otro lado del mismo se extiende una muy extensa huerta, con dos
niveles de altura, donde fructifican hortalizas de la más variada especie, con
productos de una calidad excepcional, que se consumen en el refectorio.
No es
cosa de entrar en detalles, pero baste dar esta ligera alusión como testimonio
de la frondosidad de aquel espacio.
El
paseo de pilastras y su continuidad de cipreses, interrumpido por dos glorietas
con una fuente en su centro, tuerce a su final el trazado para ir ascendiendo,
ya como camino terrizo, hasta un elevado nivel, con árboles coníferos y matas
de plantas olorosas (romero sobre todo). El terreno se hace allí más abrupto y
se extiende hacia arriba en una ladera de suave pendiente con vegetación
espontánea. Desde esta altura podemos contemplar el ábside del templo monacal, de sobria arquitectura, sin alardes.
El camino que trajimos desde el paseo pavimentado da un rodeo para
volver a descender hasta el mismo, mas en este trayecto se interrumpe para dar
entrada a una amplia terraza cubierta por fuerte toldo impermeable. Delante de
este espacio se encuentra un precioso estanque surtido por un grueso brazo de
agua que surge de la boca de un león de piedra granítica (la imagen simbólica
de San Jerónimo, que encontramos en multitud de sitios del monasterial
Este
amplio espacio se adorna con infinidad de tiestos del más vario tamaño, que
lucen plantas muy variadas, cuyo colorido es un gozo para la vista.
Cómodos sillones plegables, propios de terraza al
descubierto, permiten sentarse a leer o, simplemente, a contemplar el panorama
monumental segoviano, mientras el musical sonido del agua de la fuente pone un
rumor delicioso en el ánimo. En el trayecto descendente que hemos interrumpido
se encuentran a cada lado dos deliciosas construcciones, que podrían tomarse
como casas de muñecas, pero son en realidad palomares donde anidan esos
animales.
En
un extremo del parque, junto al edificio de monasterio, nos encontramos con la
espléndida sorpresa de un claustrito hoy en desuso, pero al que se puede
acceder por una escalera descendente. Es de refinado estilo de transición del
gótico al plateresco, con columnas y galería alta que se abre hacia el interior
y afuera con ventanales de arco conopial.
La impresión es de una belleza
excepcional y nos preguntamos cómo es que tal maravilla se encuentre relegada
al desuso. No hemos indagado el por qué, motivo que nos impide explicarlo.
Pero,
aparte de esta incógnita, ¿no puede calificarse de 'paradisíaca' esta magnífica
experiencia, cuya calidad y cualidades vienen a sumarse a los demás aspectos de
la estancia monacal? Incluso en el caso de que una sorpresiva tormenta de
verano pueda alterar hasta con lluvia torrencial y 'aparato' eléctrico y sonoro
(relámpagos y truenos) el clima soleado de algún día, la impresión de este
fenómeno atmosférico, resulta igualmente feliz y gratísima.
Un 'Paraíso en la tierra', expresión muchas
veces utilizada con ligereza para describir algunos lugares agradables, es en
el caso del monasterio de Santa María del Parral, una denominación que se
ajusta con enorme propiedad a la consciencia que los desdichados mortales de
ahora se hayan podido forjar en su imaginación de cómo pudo ser aquel Jardín
sin defecto que cubrió el país de Edén.
Paisaje monumental.
De
pasada hemos aludido a la contemplación de parte de la Segovia monumental desde
todo el parque por el que transitamos o la terraza en la que descansamos. Pero
merece la pena detenerse en su descripción e ilustrar esta narración de modo
adecuado. Desde que entramos en terreno a cielo abierto, sea al recorrer el
extenso paseo como desde lo alto del camino o en la delicosa terraza ante el
estanque tenemos a la vista un panorama de enorme belleza por la variedad y
calidad monumental de lo que contemplamos.
Ante nuestros asombrados ojos se
extienden de izquierda a derecha, tal como mencionamos en el anterior artículo,
cuatro de los principales monumentos segovianos: en primer lugar, la esbelta
torre-campanario de San Esteban, abierta por simétricos huecos que albergan las
campanas y le dan un aspecto de suprema elegancia. Inmediatamente después se
abre ante nosotros la gran 'fábrica' de la catedral, la última de estilo ojival
edificada en España, con prominente cúpula y linterna así como elegante y grácil
campanario.
Continúa la torre de San Andrés, de estilo gótico-mudéjar, con aberturas en sus cuatro caras, mas con elegante chapitel barroco de pizarra. Por último, a mayor
distancia pero destacado sobre el monte poblado de arboleda, el gran conjunto
del alcázar, residencia predilecta de la gran reina Isabel I de España, con la bellísima configuración de su arquitectura entre militar y
palaciega, en la que destaca ls espectaculares torres, la de Juan II, maciza y señorial,
y la redonda delantera, que avanza espléndida, como la proa de un enorme navío, hacia el cauce del río Eresma, que discurre a sus pies. Visión imborrable que enaltece con su verdor siempre vivo la extensa arboleda del las laderas que se derraman a los pies de la ciudad.
Hemos concluido nuestro paseo por el amplio marco del jardín monástico (junto a su espléndida huerta), del monasterio de Santa María del Parral, con la vista de la ciudad que, a la luz del atardecer adquiere tonalidades doradas de un belleza fascinante.
Sin embargo, la estancia hospedera del narrador tiene un sugestivo complemento, porque cada día hay una hora en el tiempo de permanencia que nos brinda un encanto muy especial: es la hora de la noche, que incluso se prolonga hasta la siguiente madrugada. En ese tiempo no nos limitamos a descansar, sino que encontramos nuevos alicientes que enriquecen de modo singular nuestra vivencia de este recinto de calidad suprema por sus muchos aspectos positivos, que dan a la experiencia de la estancia matices y tonalidades de muy diversa riqueza. La posibilidad de deambular sin prisa por el gran claustro mudéjar y la privilegiada situación de las habitaciones de la hospedería, que nos sitúan frente a la monumental Segovia, permiten ampliar nuestra vivencia a dimensiones insospechadas y, por cierto, nada frecuentes en otros recintos monásticos. En el Parral hemos podido extasiarnos y saborear con fruición la belleza de unos perfiles y unos horizontes que adquieren relieve muy distinto y coloración diferente a lo que nos ofrece la luz diurna, y nos lleva a penetrar en un ámbito de relevancia muy especial tratándose de una experiencia de huésped monástico. Es la vivencia del misterio en su hondura más fina y sublime. La noche, como inmersión en lo misterioso, en lo más sutil del silencio vivo es lo que hemos podido experimentar en el Parral y hasta retenerla para su perduración temporal, gracias a la cámara fotográfica. Merece la pena extenderse en esta inolvidable vivencia. Pero en la entrega anterior nos extendimos tal vez más de lo prudente y en esta no quisiéramos mantener ese comportamiento. Porque el tema merece ser tratado sin reserva y ofrecer lo generosamente ilustrado. eso merece una 'entrega' aparte, y así lo haremos. No tenga duda el amigo lector de que esta dilación será una ventaja para su disfrute. Hasta muy pronto, en que concluiremos por completo la presentación de esta experiencia repleta de muy varias satisfacciones y valores.
Hemos concluido nuestro paseo por el amplio marco del jardín monástico (junto a su espléndida huerta), del monasterio de Santa María del Parral, con la vista de la ciudad que, a la luz del atardecer adquiere tonalidades doradas de un belleza fascinante.
Sin embargo, la estancia hospedera del narrador tiene un sugestivo complemento, porque cada día hay una hora en el tiempo de permanencia que nos brinda un encanto muy especial: es la hora de la noche, que incluso se prolonga hasta la siguiente madrugada. En ese tiempo no nos limitamos a descansar, sino que encontramos nuevos alicientes que enriquecen de modo singular nuestra vivencia de este recinto de calidad suprema por sus muchos aspectos positivos, que dan a la experiencia de la estancia matices y tonalidades de muy diversa riqueza. La posibilidad de deambular sin prisa por el gran claustro mudéjar y la privilegiada situación de las habitaciones de la hospedería, que nos sitúan frente a la monumental Segovia, permiten ampliar nuestra vivencia a dimensiones insospechadas y, por cierto, nada frecuentes en otros recintos monásticos. En el Parral hemos podido extasiarnos y saborear con fruición la belleza de unos perfiles y unos horizontes que adquieren relieve muy distinto y coloración diferente a lo que nos ofrece la luz diurna, y nos lleva a penetrar en un ámbito de relevancia muy especial tratándose de una experiencia de huésped monástico. Es la vivencia del misterio en su hondura más fina y sublime. La noche, como inmersión en lo misterioso, en lo más sutil del silencio vivo es lo que hemos podido experimentar en el Parral y hasta retenerla para su perduración temporal, gracias a la cámara fotográfica. Merece la pena extenderse en esta inolvidable vivencia. Pero en la entrega anterior nos extendimos tal vez más de lo prudente y en esta no quisiéramos mantener ese comportamiento. Porque el tema merece ser tratado sin reserva y ofrecer lo generosamente ilustrado. eso merece una 'entrega' aparte, y así lo haremos. No tenga duda el amigo lector de que esta dilación será una ventaja para su disfrute. Hasta muy pronto, en que concluiremos por completo la presentación de esta experiencia repleta de muy varias satisfacciones y valores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario